Imagino que el portavoz y secretario general de
los obispos españoles creía estar en posesión plena de la verdad, cuando el
viernes pasado declaraba que el matrimonio en España se ha convertido en “un
contrato mucho más leve” que el firmado con las compañías telefónicas: Martínez Camino considera que hoy es
más difícil rescindir el contrato de un servicio telefónico o de telefonía
móvil que divorciarse del consorte. Como es de suponer que habla de lo que no
ha experimentado en propia carne, Martínez Camino habla de lo que no sabe, y
además falta al respeto a cuantos deciden compartir sus vidas por la simple,
llana y maravillosa razón de que se quieren.
Nos pasamos la vida anhelando la felicidad, y un
día reconocemos en la mirada de otra persona los destellos del
amor, recién amanecido en el corazón. Todo parece entonces posible: el amor
pleno y la posibilidad de volar libre al son de los latidos de la persona
amada. Por eso, al oír las opiniones de Martínez Camino sobre este asunto, pienso:
“pobre hombre, pobre hombre...”.
Al amar, somos
muchos los que hemos pretendido querer al otro como es, respetar sus pasos,
impulsarlo hacia su propio destino, teniendo claro que lo amamos por la maravillosa
razón de que queremos. Al amar, me alegro de que el otro sea lo que quiera,
sólo lo que quiera y nada más que lo que quiera. También, claro, que me quiera.
Por eso, cuando un ignorante que cree saber algo habla de contratos, compañías
telefónicas, etc., perpetra una grave falta de respeto al amor.
A los amantes no les
preocupa el futuro de su amor, pues siempre es saludable descansar plácidamente
en cada instante, libar el néctar de cada caricia, el sabor de cada palabra, el
aroma de cada paso compartido, la acogedora humedad de cada entrega. Y es que
el amor debería conservar siempre su alma de niño y vivir sin corsés, sin
medida, sin previsiones.
El amor no existe
en ninguna parte fuera del alma de quien ama. Nace del corazón limpio y muere
en cuanto se lo quiere encerrar en algún sitio o entre cuatro papeles. Imposible
hacer sobrevivir al amor si no escucha segundo a segundo el latido, alegre o
triste, del corazón. No sabe ser mediocre ni tibio: llena de amor hasta los
topes o termina colapsado, sin aire y sin agua.
Sin embargo, en la
vida hay a veces poca poesía, irrumpen en ella la frustración y la monotonía, y entonces el amor se deteriora en un proceso que está
lejos de ser fácil y superficial. En algunos casos, la luz del amor se mantiene viva hasta el final. En
otros, se apaga lenta o bruscamente, incluso violentamente. El amor se
encapsula entonces en mil modalidades de desamor, se rompe, arrastrando consigo
cuanto puede, haciéndolo añicos. Los sueños se tornan entonces pesadillas. Las
palabras de amor, hosco silencio. El desamor saja las paredes del corazón y regresa
a la vida cotidiana en forma de desolación. En muchos casos, se diluye el
rostro de los presuntos culpables, pues todos terminan siendo víctimas. De
hecho, casi todos se sienten inocentes de que el juguete se les haya roto.
Sobre todo si hay niños de por medio, el dolor se hace insoportable.
Martínez Camino y sus colegas acuden entonces a recordar que cuantos han
ido a casarse a sus iglesias (cada vez en menor número) han prometido
permanecer casados hasta que la muerte los separe: son tan torpes, tan
arteramente ignorantes, que encubren que el verdadero acabamiento del amor es
el desamor y no el encefalograma plano de un cuerpo. Nietzsche los llama “resentidos de la vida” y voceros de “la moral
de los esclavos” y por eso Martínez Camino y cía consideran “leyes irracionales, injustas y
perjudiciales para el bien común" las que permiten (no obligan) la separación o el divorcio mediante
leyes del pueblo aprobadas democráticamente por los representantes
institucionales del pueblo.
Al señor Martínez Camino le parece “preocupante”
que en España haya “un descenso general del número global de matrimonios”, con
efectos en el descenso de la natalidad, debido a la falta de apoyo del Gobierno
“al matrimonio y a la familia” y al “déficit grave de una política familiar
bien enfocada". En realidad, debería enterarse de que lo único que han
hecho esos hombres y esas mujeres (por muy equivocados que los considere la
jerarquía católica celtibérica) es apostar por que la vida continúa a pesar de
los pesares e incluso un día volverá a amanecer en sus vidas. Somos libres, y
ponernos a recorrer las veredas de la libertad conlleva el riesgo de que en
ocasiones los planes no coincidan
finalmente con los resultados, ni los deseos con la realidad, así como también
el riesgo añadido de que Martínez Camino
siga diciendo sandeces.
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