En otra vuelta de tuerca, Bruselas parece insistir en que la jubilación
en España sea a las 67 años. Ya le tocó proponerlo otrora al Gobierno de Rodríguez Zapatero y entonces votó en
contra el Partido Popular, aún en la oposición. Ahora el Gobierno de Rajoy puede decir “Diego” donde había
dicho “digo”.
Vamos camino de ser un país de retirados sin jubilación, pues una buena
mayoría carecerá del suficiente número de años cotizados. Los mercaderes y sus
acólitos imponen más ajustes, haciéndonos olvidar de paso que ajustar viene de
“justo” y consiste en “conformar, acomodar algo a otra cosa,
de suerte que no haya discrepancia entre ellas”. Llaman ajuste a la imposición
y la coacción en perjuicio de los que menos tienen, mientras hacen que
gobiernan mediante una calculadora tramposa. Lo sorprendente es que los
perjudicados aún no se hayan levantado contra tanto abuso de poder y tanta
razón de la fuerza.
No hay dinero para pensiones, para sanidad pública,
para educación pública, para desempleados, para dependientes, etc., pero sí
para rescatar y sanear bancos hasta dejarlos relucientes y listos para volver a
manos privadas. Sube el IVA, pero dejan intacta la exención del pago del IBI y
otros muchos impuestos a la Iglesia Católica y otras confesiones, así como a
las Fundaciones y Asociaciones pertenecientes a ese saco sin fondo denominado
“de utilidad pública” o “sin ánimo de lucro”. Lo más indignante del asunto es
que quien promueve la campaña del pago del IBI por parte de la Iglesia Católica
es quien no ha movido un dedo durante ocho años para rescindir el Concordato y
los Acuerdos del Estado con la iglesia católica y hacer realidad el principio
constitucional de la igualdad de todos los españoles ante la ley, eliminando
toda suerte de privilegios: el Partido Socialista Obrero Español (¡ay, cuánto
duele a los ojos hallar allí aún “socialista” y “obrero”).
Nos hablan de quiebra económica del país, pero ya nos
ha llegado una quiebra aún más grave: la del poder judicial. Puede fallar la
mismísima Jefatura del Estado, puede caer en un descomunal descrédito un
Gobierno y ser sustituido por otro en las siguientes elecciones, pero si el
sistema judicial quiebra ante la ciudadanía, el país queda a merced de los
aprovechados y los matones. Lo peor de lo acontecido, por ejemplo, alrededor de
las “semanas caribeñas” del Presidente del TS y del CGPJ, Carlos Dívar, no es el dinero público destinado a ocios privados,
sino su prepotente negativa a dar cuentas a nadie (no hablo de dimitir en un
país en que apenas nadie dimite ni con agua hirviendo) y sobre todo el respaldo
mayoritario obtenido de los vocales miembros del CGPJ.
Recordamos a este respecto las prisas de esos mismos
órganos judiciales por echar del Cuerpo Judicial hasta 2022 a Baltasar
Garzón. Contemplamos el penoso marasmo en que se halla el caso Gürtel, con
la consiguiente posible financiación irregular del PP en Madrid y Valencia, la
no imputación de una infanta real casada con Urdangarín y la imputación, en cambio, de la esposa del socio de
Urdangarín. Son unas cuantas gotas de agua en un inmenso estanque de aguas
sospechosamente fecales. Incluso es posible que la gran mayoría de jueces y
juezas sean trabajadores, honrados y cumplidores de sus funciones, pero a
través de la quiebra del poder judicial parece que nos deslizamos hacia la
quiebra moral de todo el país.
Al igual que ocurre con el actual sistema electoral,
tan beneficioso para ellos, los partidos mayoritarios mantienen una postura
similar en el asunto del nombramiento de los miembros del TC. Ya nos parece
normal leer una y otra vez que este juez es conservador y aquel, en cambio,
progresista. Salvo excepciones, los jueces suelen quedar asociados a posiciones
conservadoras, pero poco remedio tiene la cosa mientras sean el Congreso y el
Senado (es decir, los partidos políticos) quienes nombren a los magistrados
miembros del CGPJ; es decir, mientras la composición de los tribunales
sean un reflejo de la composición política del Congreso y el Senado, ya que, de
hecho, una misma mayoría parlamentaria controla el legislativo, el ejecutivo y
el judicial.
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