Artículo publicado en ATTAC
Sacaron sus pieles de cordero para disparar a discreción sus misiles y
bombas en Libia a fin de “proteger a la población civil”, al igual que
se las habían puesto para “defender los derechos humanos”,
especialmente los de las mujeres, en Afganistán. Se suelen llamar
“aliados”, aunque cada vez tienen menos reparos en identificarse con su
nombre real: OTAN. No hicieron nada en la República Democrática del
Congo (allí obtienen ya sin dificultades el coltán que necesitan Nokia,
Sony, Motorola y compañía) o en Túnez, Siria, Egipto, Ruanda, Burundi,
Etiopía… Ahora tampoco mueven un dedo en Somalia: al parecer, una
hambruna gigantesca para once millones de seres humanos no tiene nada
que ver con los derechos humanos o con la protección de la población
civil; al parecer, a los gendarmes del mundo rico les parece demasiado
costoso barrer del mapa a Al Shahab, una milicia integrista que controla
la zona y presentada como afluente de Al Qaeda.
Esos integristas islámicos de Somalia son la encarnación del mal por
no permitir el acceso de las organizaciones humanitarias a la zona en
conflicto. Sin embargo, los israelíes son adalides de la democracia en
Oriente Próximo aunque (o porque) no permiten el acceso de la Cruz Roja y
las sucesivas Flotillas humanitarias a la Franja de Gaza.
El Banco Mundial, institución altruista de primer orden, va a
destinar 348 millones de euros para paliar la hambruna existente en el
Cuerno de África, pero previamente ha sumido en la pobreza o ha
esquilmado, por acción u omisión, a medio planeta los recursos
económicos mínimos para la subsistencia. De los doce directores
ejecutivos del BM cinco son elegidos por los cinco países que tienen
mayor número de acciones (EE.UU., Japón, Alemania, Francia y Reino
Unido) y los siete restantes por la Junta de Gobernadores, cuya
composición está bajo pleno control de los países poderosos. El número
de votos de cada país es proporcional a su riqueza y a la suscripción de
capital, de tal forma que, por ejemplo, EE.UU. controla el 16,38% de
los votos, mientras que 24 países africanos juntos controlan el 2,85%
del total.
Para no ser menos, el FMI lleva treinta años destruyendo con su
política abiertamente neoliberal la economía agraria de la zona y el
modo de producción agraria pastoril de Somalia, a la vez que ha ido
exigiendo devaluaciones continuas, recortes en el gasto básico social,
privatizaciones a gogó y una delirante compra de armas, lo que ya en
2001 desembocó en una deuda externa de Somalia de 2.562 millones de
dólares y en una absoluta dependencia del exterior en forma de ayudas a
pagar a precio de oro. No obstante, los poderosos protegen con esmero
las reservas somalís de uranio, hierro, estaño, yeso, bauxita, cobre y
gas natural. Un país potencialmente con recursos suficientes se ve así
abocado a la miseria.
Pues bien, el FMI, entre cuyos objetivos principales está “facilitar
el comercio internacional y reducir la pobreza”, cuenta con 187 países
miembros (ab ovo e in aeternum presididos por un estadounidense y
dirigidos por un europeo), cuyo poder de voto depende del tamaño de su
PIB, cuenta corriente, reservas internacionales y otros elementos
económicos. Dado que EE.UU. posee el 16,74%, tiene también poder de veto
sobre las decisiones tomadas por el FMI, mientras que 24 países
africanos juntos poseen el 1,34%. Hablando de vetos, es un escarnio
internacional el derecho a veto, veleidosamente ejercido en no pocas
ocasiones, de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de
la ONU (EE.UU., Gran Bretaña, Francia, China y Rusia).
El Gran Hermano económico-financiero vela por nosotros. Nos bombardea
con palabras hermosas, que en sus manos son globos pinchados: libertad,
democracia, seguridad, progreso, riqueza… Las palabras hermosas son
minas antipersona para buena parte de los seres humanos. Estamos en sus
manos, en manos de los grandes beneficiarios de ese Gran Hermano, en
manos de los más ricos de los países ricos, que poseen montañas de
dinero y un poder omnímodo para hacer lo que más les convenga a sus
intereses. Diseñan un grupo de entes, demiurgos, títeres y entidades de
voracidad infinita y dispuestos a devorarse mutuamente al menor
descuido. Manejan mercados, controlan movimientos, rechazan regulaciones
y miradas indiscretas, deciden el destino de miles de millones de seres
humanos.
Montan asimismo ciclópeas organizaciones con estatutos biensonantes
donde reúnen a centenares de países con voz de pacotilla y voto de humo.
ONU, FAO, Unesco… OMC, BM, FMI, BCE… OPEP, UE, OEA, OTAN… Bonitos
teatros de marionetas en los que cada persona puede ser espectadora de
cómo la manejan sin remilgos. Diseñan desastres financieros para
enriquecerse, globalizan su mercado para que el beneficio sea el mayor
posible, califican como antisistema a todo cuanto se les oponga.
Nos queda la rebelión de las mentes y de las vidas. Afirmar con
fuerza que otro mundo es posible y ponernos de inmediato manos a la
obra. Esgrimir la utopía como medio inalienable para alcanzar un mundo
realmente humano, justo y libre, a sabiendas de que optar por la utopía
no equivale a optar por lo imposible o lo irrealizable, sino por el
grado máximo y óptimo del mundo y de la vida. De paso, es posible
también arrancar del ámbito de lo maldito palabras como rebelión,
revolución, rebeldía, insurrección, desobediencia o resistencia, y
devolver su auténtico significado a palabras como paz, justicia,
libertad, solidaridad, igualdad, derechos humanos, derechos cívicos,
derechos laborales…
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