Publicado hoy en El Periódico de Aragón
Nos hemos alegrado mucho al conocer que ETA comunicaba el cese definitivo de la
violencia terrorista. Resulta magnífico imaginar, aun con las debidas cautelas,
el presente y el futuro sin bombas y tiros en la nuca, sin examinar cada día
los bajos del coche, sin escoltas, sin miedo al vecino. Euskadi y España entera
tienen aún que aprender a vivir con normalidad, en el respeto de las ideas y
los proyectos políticos discordantes.
Sin embargo, las noticias, también las buenas, deben
vivirse no solo desde el exterior y previendo formas de convivencia inéditas
desde hace más de cuarenta años, sino también desde la coherencia personal y
social, desde las opciones que dependen solamente de uno mismo. Es de esperar
que nunca más haya muertos, asesinatos, torturas y atentados en nuestro país,
pero no hace falta ser un lince para augurar que en el futuro habrá tensión en Euskadi, pues una cosa es el cese
de la violencia y otra muy distinta que no arrecie la reivindicación de
independencia.
Hay vascos de bien que no se quieren españoles y desean
vivir y convivir desde su propia identidad. No son etarras, no son terroristas.
Han rechazado de plano la violencia, comparten los mismos valores cívicos y
respetan los mismos derechos humanos que cualquier otra persona de buena
voluntad. Y quieren además un Estado vasco independiente. Eso no es ningún
delito, pero genera un conflicto con quienes tienen un concepto distinto de
país.
Revindican una Euskal Herría independiente y a la vez no
buscan imponer por la fuerza su proyecto a los demás y acuden a la conveniencia
de una consulta popular para poder comprobar así con qué apoyo cuentan unas y
otras opciones. Sin embargo, se encuentran de inmediato con la intransigencia
de otro nacionalismo (el nacionalismo español) que, invocando su Constitución,
proclama la imposibilidad de un referéndum o algo similar. Por un lado,
rechazan las vías violentas y, por otro, tienen vetada, de hecho, la
posibilidad independentista por vías democráticas y pacíficas. Y eso genera un
conflicto, acompañado quizá de no pocas tensiones.
En el marco de la coherencia personal y social, sería
recomendable revisar, por ejemplo, la compatibilidad entre la exigencia
multitudinaria del derecho a la autodeterminación del pueblo saharaui y la
negación de ese mismo derecho a otro pueblo o colectivo. O las reglas
democráticas se aplican a todos los casos por igual y sin discriminaciones de
difícil justificación, o la solución de un conflicto entra en un circulo
vicioso o un callejón de intrincada salida, en la que una de las partes sentirá
lesionada sus derechos.
Vivimos, en efecto, unos momentos de especial rechazo del
crimen y la violencia, del asesinato, la tortura y la extorsión. Por ello
mismo, debemos aprovechar la oportunidad también de condenar sin ambages a
todos los países que aún admiten la pena de muerte, Guantánamo y todas las
cárceles, conocidas y clandestinas, donde se conculcan los derechos humanos, a
los responsables de las mendaces guerras preventivas de Irak o Afganistán, la
connivencia entre algunos de los países occidentales más poderosos y algunas
dictaduras, por muy ricas o estratégicas que sean, de corte musulmán.
En estos tiempos de grave crisis económica, en los que
están sujetos al recorte permanente y progresivo los sectores sociales más
desfavorecidos y los derechos universales a la educación, la sanidad y a la
vida digna, el rechazo a la violencia debe pasar igualmente por exigir el
recorte sustancial de los gastos militares y armamentísticos y oponernos a una
de las mayores violencias existentes en la actualidad: la imposición por parte
de los poderes financieros (los políticos son cada vez más marionetas en sus
manos) de unas bases de funcionamiento social y económica que asfixian la vida
de una buena parte de la ciudadanía.
Si rechazamos la violencia debemos poner remedio a que un
tercio de la humanidad muera de hambre y más de dos tercios carezcan de
servicios básicos para su supervivencia digna. Leía hace unos días en este
diario que se había celebrado una Jornada sobre el papel de la OTAN organizada
por la universidad católica San Jorge y el Instituto Español de Estudios
Estratégicos Al parecer, allí se había concluido la necesidad de la OTAN para
el equilibrio mundial, por lo que
inmediatamente pensé que o ese nefasto equilibrio debía ser eliminado en
nombre de la paz, la justicia y los derechos humanos de miles de millones de
seres humanos o bien se trataba de un error tipográfico y, en lugar de
“equilibrio”, debía leerse “desequilibrio”.
En
Libia los “rebeldes” celebran su victoria bajo el manto de la OTAN y el cadáver
acribillado del hombre que muchos de ellos antes habían venerado y acababan
ahora de linchar. ¿Esos son los garantes de la libertad y la democracia?
¿Quiénes controlan ahora los recursos libios de crudo y de gas?
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