Publicado hoy en el web de ATTAC España
Llevamos décadas aguantando el
aguacero de una serie de sucesivas “crisis energéticas” que sirven para
justificar unas medidas económicas siempre lesivas para gran parte de la
población mundial. De paso, se dejan sistemáticamente de lado las denominadas energías
alternativas, limpias y renovables, centrando el foco de atención en los
diversos combustibles fósiles y en la energía nuclear. A renglón seguido, los
poderes boicotean, de hecho, las reuniones y convenciones sobre cambio
climático y crisis medioambiental.
Hace unas semanas, un compañero de ATTAC me hizo llegar un correo donde
se informaba de un proyecto del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), encabezado
por el químico Daniel Nocera y recogido en la revista Science (31 de julio de 2011), para la conversión y almacenamiento
de la energía solar en electricidad. A partir de una pieza de silicio, níquel,
cobalto y otros catalizadores, de tamaño reducido y depositada en un cubo de
agua, esa pieza reacciona químicamente ante la luz solar y produce burbujas separadas de
oxígeno y de hidrógeno. Las dos corrientes pueden ser recolectadas y
almacenadas en pilas de combustible, listas para proporcionar electricidad.
Los investigadores esperan que en
una década los usuarios puedan obtener mediante este sistema electricidad para
sus casas y coches, si bien la clave radica en que este proceso acabe siendo a
la vez eficiente y barato. De hecho, tienen previsto probar a corto plazo su
hallazgo en miles de hogares en la India. Una pieza de un metro cuadrado,
inmersa en agua, podría proporcionar diariamente energía a un hogar de tipo
medio, e incluso los costes de montaje y de operación serían más reducidos que
las actuales placas fotovoltaicas. Sn embargo, la noticia apenas tuvo eco en
los medios de información y comunicación (estos no son ajenos a los intereses
del poder, los poderes y los “mercados”): se publica lo que y como interesa, se
aniquila lo que no interesa mediante su no publicación (que se lo digan, si no,
a Wikileaks).
Como botón de muestra, al poco tiempo del
11-S, el 9 de febrero de 2002 Hamid
Karzaï, el nuevo primer
ministro de Afganistán, y su homólogo paquistaní, el dictador y golpista Musharraf, fuerte aliado de los
Estados Unidos en la zona, cerraban un acuerdo para permitir la construcción de
un oleoducto que enlazase el mar Caspio con el océano Índico, atravesando el
Afganistán recién conquistado. Con ello, las grandes multinacionales
petrolíferas habían conseguido finalmente hacer realidad sus ansiados
proyectos. Sorprendentemente, los telediarios callaron y los medios de
comunicación hablaban principalmente de democracia, lucha contra el terrorismo
y la cuesta de enero tras los dispendios navideños. Meses después, Estados
Unidos invadía Irak para “desarmar a Irak de armas de destrucción masiva, poner fin al apoyo de Saddam Hussein al
terrorismo, y lograr la libertad del pueblo iraquí”.
Además de los recursos energéticos de sus
aliados en el Golfo Pérsico, principalmente Arabia Saudí y Kuwait, hace unos
días se han hecho con el crudo y el gas libios a base de apoyar a unos
“rebeldes” de difícil identificación y bombardear cuanto han querido,
enarbolando ante la opinión pública el estandarte de la libertad y de una
“primavera árabe”, cada vez más a caballo entre el otoño y el invierno. Les
queda solo el petróleo de Irán, al que han declarado enemigo nº 1 de la paz y
el orden.
Dinero, armas y energía están en sus
manos y el mundo entero se mueve al ritmo de sus dictados sobre, por ejemplo,
los recursos energéticos a utilizar en el mundo. Las fuentes de energía
alternativas no les resultan, de momento, rentables (para eso es preciso
invertir en investigación y están demasiado acostumbrados a investir solo sobre
seguro) y esgrimen argumentos sesudos para explicar que no son suficientes ni económicas
para satisfacer las necesidades privadas e industriales, aunque se gastan y
obligan, directa e indirectamente, a comprar armamento por ingentes y
lacerantes cantidades de dinero.
Las
energías alternativas (eólica, solar, biomasa…) doblegan su cerviz ante las
energías que implican la quema de combustibles fósiles (carbón, gas y
petróleo). Asistimos desde hace décadas a un constante y portentoso progreso de
algunos ámbitos científicos y técnicos (vg. bioquímica, nanociencia,
instrumentos informáticos y de comunicación, etc.), pero en lo que respecta a
la energía predominante en el mundo seguimos anclados básicamente en los
tiempos de la revolución industrial del XIX (combustibles fósiles) y de la
guerra fría (energía nuclear).
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