Al parecer, la Consejería de Educación
aparca el programa Escuela 2.0 y su ampliación en los centros. Algunos
ordenadores portátiles, más cañones y pizarras digitales, reposan, almacenados,
en algunos Institutos a la espera de su montaje en las aulas y de que el
profesorado sea informado y formado en su utilización. El mundo escolar parece
vivir ahora en un sinvivir informático y subyace la idea de que cuanto más
aparataje informático haya, mejor le irá al alumnado y menor será el índice de
fracaso escolar.
Sin embargo, las cosas son solo cosas y
los aparatos son solo aparatos, salvo que dotemos de significado y sentido,
pues, de lo contrario, entraríamos en el mundo de la superstición: además de
las herraduras, las patas de conejo o los escapularios, hay otros objetos (por
ejemplo, los ordenadores) que poseen la virtualidad de conferir mágicamente las
ganas de estudiar y el afán por aprender. Recuerdo que una madre zaragozana me
contaba que, como su hijo iba mal en matemáticas, le había comprado a plazos y
a duras penas un ordenador con la esperanza de lograr así una mejoría en sus
estudios. Por supuesto, aquel muchacho no mejoró un ápice en el trimestre
siguiente y al final del curso.
En esta misma línea, sería interesante
conocer los resultados obtenidos en los centros escolares donde ya se ha
aplicado el programa Escuela 2.0, y comprobar si, por ejemplo, en Secundaria la
utilización de ordenadores ha reducido el número de suspensos, repetidores y
abandonos en un determinado nivel. Dada la falta de datos oficiales, he
consultado a algunos profesores que utilizan en sus aulas estos medios y no
encuentran cambios significativos, ni para bien ni para mal, en el rendimiento
escolar de su alumnado.
La informática puede ser un magnífico instrumento
para el aprendizaje de algunos contenidos de una determinada asignatura. No
solo conecta con el mundo audiovisual en que habitualmente operan muchos
alumnos, sino que potencialmente atrae una mayor atención por parte del
alumnado, y lo convierte en un sujeto necesariamente activo dentro de la
actividad escolar. Sin embargo, a no ser que volvamos a creer en la virtualidad
mágica de las cosas y de los aparatos, nada sirve si previamente no brota del
interés personal del alumno y este no interioriza las materias que están siendo
objeto del aprendizaje audiovisual o por medio de la informática. De no ser
así, el alumnado puede pasarlo relativamente bien en clase, pero no aprende ni
se forma realmente.
Hay quien recurre habitualmente en la
vida a cuanto está a su alrededor para echarle la culpa de lo que funciona mal
y, de paso, lavarse las manos personalmente. Se acude entonces en la enseñanza
a una supuesta perdida de valores, a la familia y la desidia del alumnado, a una determinada
ley de educación, al gobernante, etc., pero en ningún caso se le pregunta al
verdadero protagonista de una clase (el alumnado) ni se cuestiona qué ocurre
realmente en un aula durante nueve meses a lo largo de once años de enseñanza
obligatoria para obtener finalmente tan magros resultados (consúltese para ello
las calificaciones trimestrales y finales de cualquier Instituto de los últimos
treinta años y compruébese los porcentajes invariables de suspensos y
abandonos).
Por otro lado, cuando el alumnado
aragonés cuente con un ordenador en clase y en casa (hasta el momento solo dos
institutos zaragozanos han podido llevar a cabo este proyecto), los libros de
texto y los cuadernos de ejercicios en formato papel (tan costosos para el
presupuesto de muchas familias) pueden llegar a desaparecer, pues el alumnado
podría acceder con enorme facilidad y a muy bajo coste a los contenidos y las
tareas que debe acometer durante el curso escolar; eso sí, siempre que así lo
permitiera la voracidad de algunas editoriales.
Efectivamente, los medios técnicos,
audiovisuales e informáticos pueden llegar a ser un instrumento potencialmente
muy valioso en la formación académica y personal del alumnado, con tal de que
el profesorado cuente con medios y formación suficientes, así como también tenga
ganas de llevarlos a cabo. Asimismo, los centros deben contar con suficientes
equipos y material de repuesto (en algunos casos, muy caros) y un acceso a Red
y banda ancha fácil y económico.
Sin embargo, debería tenerse presente
sobre todas las cosas y aparatos que el mejor y mayor recurso formativo en el
aula y en la escuela es el alumnado mismo. Y si se prescinde de él, si no se
logra hacer brotar de él el gusto por aprender, si finalmente no acaba siendo
una persona y un ciudadano libre, autónomo, cabal, con criterio propio y con un
buen bagaje para abrirse camino en la vida y en el mundo, de bien poco servirá
cualquier recurso técnico y didáctico y la sociedad se topará una vez más con
el verdadero fracaso escolar, con su propio fracaso.
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