lunes, 17 de octubre de 2011

Escuela e informática

Será publicado como artíulo el próximo miércoles en El Periódico de Aragón



 Al parecer, la Consejería de Educación aparca el programa Escuela 2.0 y su ampliación en los centros. Algunos ordenadores portátiles, más cañones y pizarras digitales, reposan, almacenados, en algunos Institutos a la espera de su montaje en las aulas y de que el profesorado sea informado y formado en su utilización. El mundo escolar parece vivir ahora en un sinvivir informático y subyace la idea de que cuanto más aparataje informático haya, mejor le irá al alumnado y menor será el índice de fracaso escolar.
Sin embargo, las cosas son solo cosas y los aparatos son solo aparatos, salvo que dotemos de significado y sentido, pues, de lo contrario, entraríamos en el mundo de la superstición: además de las herraduras, las patas de conejo o los escapularios, hay otros objetos (por ejemplo, los ordenadores) que poseen la virtualidad de conferir mágicamente las ganas de estudiar y el afán por aprender. Recuerdo que una madre zaragozana me contaba que, como su hijo iba mal en matemáticas, le había comprado a plazos y a duras penas un ordenador con la esperanza de lograr así una mejoría en sus estudios. Por supuesto, aquel muchacho no mejoró un ápice en el trimestre siguiente y al final del curso.
En esta misma línea, sería interesante conocer los resultados obtenidos en los centros escolares donde ya se ha aplicado el programa Escuela 2.0, y comprobar si, por ejemplo, en Secundaria la utilización de ordenadores ha reducido el número de suspensos, repetidores y abandonos en un determinado nivel. Dada la falta de datos oficiales, he consultado a algunos profesores que utilizan en sus aulas estos medios y no encuentran cambios significativos, ni para bien ni para mal, en el rendimiento escolar de su alumnado.
La informática puede ser un magnífico instrumento para el aprendizaje de algunos contenidos de una determinada asignatura. No solo conecta con el mundo audiovisual en que habitualmente operan muchos alumnos, sino que potencialmente atrae una mayor atención por parte del alumnado, y lo convierte en un sujeto necesariamente activo dentro de la actividad escolar. Sin embargo, a no ser que volvamos a creer en la virtualidad mágica de las cosas y de los aparatos, nada sirve si previamente no brota del interés personal del alumno y este no interioriza las materias que están siendo objeto del aprendizaje audiovisual o por medio de la informática. De no ser así, el alumnado puede pasarlo relativamente bien en clase, pero no aprende ni se forma realmente.
Hay quien recurre habitualmente en la vida a cuanto está a su alrededor para echarle la culpa de lo que funciona mal y, de paso, lavarse las manos personalmente. Se acude entonces en la enseñanza a una supuesta perdida de valores, a la familia y  la desidia del alumnado, a una determinada ley de educación, al gobernante, etc., pero en ningún caso se le pregunta al verdadero protagonista de una clase (el alumnado) ni se cuestiona qué ocurre realmente en un aula durante nueve meses a lo largo de once años de enseñanza obligatoria para obtener finalmente tan magros resultados (consúltese para ello las calificaciones trimestrales y finales de cualquier Instituto de los últimos treinta años y compruébese los porcentajes invariables de suspensos y abandonos).
Por otro lado, cuando el alumnado aragonés cuente con un ordenador en clase y en casa (hasta el momento solo dos institutos zaragozanos han podido llevar a cabo este proyecto), los libros de texto y los cuadernos de ejercicios en formato papel (tan costosos para el presupuesto de muchas familias) pueden llegar a desaparecer, pues el alumnado podría acceder con enorme facilidad y a muy bajo coste a los contenidos y las tareas que debe acometer durante el curso escolar; eso sí, siempre que así lo permitiera la voracidad de algunas editoriales.
Efectivamente, los medios técnicos, audiovisuales e informáticos pueden llegar a ser un instrumento potencialmente muy valioso en la formación académica y personal del alumnado, con tal de que el profesorado cuente con medios y formación suficientes, así como también tenga ganas de llevarlos a cabo. Asimismo, los centros deben contar con suficientes equipos y material de repuesto (en algunos casos, muy caros) y un acceso a Red y banda ancha  fácil y económico.
Sin embargo, debería tenerse presente sobre todas las cosas y aparatos que el mejor y mayor recurso formativo en el aula y en la escuela es el alumnado mismo. Y si se prescinde de él, si no se logra hacer brotar de él el gusto por aprender, si finalmente no acaba siendo una persona y un ciudadano libre, autónomo, cabal, con criterio propio y con un buen bagaje para abrirse camino en la vida y en el mundo, de bien poco servirá cualquier recurso técnico y didáctico y la sociedad se topará una vez más con el verdadero fracaso escolar, con su propio fracaso.



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