El calendario marcaba 7 de diciembre de
1585. Los Tercios españoles, cercados por las tropas del almirante Holak en los Países Bajos, se
encontraban en una situación casi desesperada, apenas sin víveres y ropas
secas. Sin embargo, viendo que no se rendían, el almirante holandés hizo abrir
los diques de algunos ríos, por lo que a los Tercios no les quedó otro refugio
que un montecillo de nombre Empel. Y como el cielo siempre ha manifestado su
predilección por España, la pala de un soldado español que cavaba una trinchera
dio con una tabla flamenca con la imagen de la Inmaculada Concepción, signo
inequívoco de los favores divinos por llegar al corto plazo. En la madrugada
del 8 de diciembre un viento gélido congeló todas las aguas que rodeaban la
isla, los Tercios atacaron por allí al enemigo y obtuvieron una gloriosa
victoria: había nacido “el milagro de Empel”. Desde entonces, la Infantería
española, heredera de los Tercios, tiene por patrona a la Inmaculada
Concepción.
Desde hace siglos la Inmaculada
concepción ha sido fiesta de guardar en todos los reinos de su Majestad
Católica, es patrona de numerosas localidades y comarcas e incluso en Toledo es
tradición que su alcalde (el último, el socialista E. García-Page) jure publica y solemnemente “delante
de Dios omnipotente (..) defender que la Virgen María fue concebida sin pecado
original”.
Otra cosa es que se sepa qué es eso de la Inmaculada o
la Purísima Concepción. El punto de partida es que hubo una primera pareja de la
que descendemos todos los humanos y que cometió un pecado primero, “original”, fuente de todos los males
de la humanidad y que todos y cada uno de los seres humanos contraemos al ser
concebidos por nuestros padres. Este punto de partida es incontrovertible,
pues, si no, no tendría explicación que un bebé sea bautizado en el catolicismo
para lavar su “mancha original” y renunciar a las pompas del demonio. Tampoco
tendría explicación la creencia de que Jesucristo
murió en una cruz para salvarnos de “todos los pecados”, también y
principalmente del pecado original de un ser inocente que muere antes de tener
conciencia de sí y de su libertad. Ese pecado original acarreó la muerte, el
trabajo, el sufrimiento, el dolor al parir, las “tendencias pecaminosas”. Y por
eso mismo, porque dios no podía consentir que la madre del divino Jesús de
Nazaret naciese con ese pecado y esa proclividad al mal, realizó el milagro de
que ella fuese concebida sin mancha o pecado alguno, incluido el original, ni
fuese víctima de las malas inclinaciones que acarrea. La Inmaculada Concepción
nada tiene que ver, pues, con esa otra creencia católica de que Jesús fue
concebido sin intervención de varón y su madre mantuvo intacto el himen antes,
durante y después del parto.
España tiene como festivo el 8 de marzo
(conmemorativo del milagro de Empel en beneficio de los Tercios de Flandes)
desde 1644. Que cada persona se crea o no se crea el mito del pecado original y
el dogma católico de la exención divina de dicho pecado en beneficio de María de Nazaret es una cuestión
estrictamente personal, que merece el mismo respeto que cualquier otra creencia
dentro del derecho a la libertad religiosa y de culto, integrante del derecho a
la libertad de conciencia, común a toda la ciudadanía. Que en pleno siglo XXI
tal creencia sea aún día festivo en el calendario civil de un país cuya
Constitución declara que ninguna confesión tendrá carácter estatal es un
despropósito. Que la Infantería de las Fuerzas Armadas españolas, institución
pública del Estado, conserve como patrona a la Inmaculada Concepción está en
abierta contradicción con el principio constitucional de la aconfesionalidad
del Estado y sus instituciones. Que los Colegios Oficiales de Farmacéuticos y
las Facultades de Farmacia, estas últimas igualmente instituciones públicas del
Estado, la tengan asimismo como patrona, es un anacronismo y contradice el
antedicho principio constitucional, respectivamente.
Desde el respeto a todos los credos y
ritos confesionales, la consecución de un Estado realmente laico y aconfesional
constituye una de las asignaturas pendientes más importantes en nuestro país,
pues es la única vía adecuada para garantizar a la ciudadanía el libre
ejercicio de sus derechos, en el marco del derecho inalienable a la libertad de
conciencia y de la plena igualdad, sin privilegios ni discriminaciones.
De hecho, cualquier privilegio (la
iglesia católica disfruta de muchos, gracias al Concordato franquista aún
vigente desde 1953 y los Acuerdos de 1979) es incompatible con el derecho universal
de ser iguales ante la ley y disfrutar de todos los demás derechos sin
discriminación por motivos de nacionalidad, raza, creencia, sexo o cualquier
otro motivo.
Hoy, a caballo entre el Día de la
Constitución española y una celebración de carácter confesional, es preciso
reafirmar el principio constitucional de la aconfesionalidad del Estado y sus
instituciones.
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