miércoles, 7 de diciembre de 2011

Purísima Constitución


El calendario marcaba 7 de diciembre de 1585. Los Tercios españoles, cercados por las tropas del almirante Holak en los Países Bajos, se encontraban en una situación casi desesperada, apenas sin víveres y ropas secas. Sin embargo, viendo que no se rendían, el almirante holandés hizo abrir los diques de algunos ríos, por lo que a los Tercios no les quedó otro refugio que un montecillo de nombre Empel. Y como el cielo siempre ha manifestado su predilección por España, la pala de un soldado español que cavaba una trinchera dio con una tabla flamenca con la imagen de la Inmaculada Concepción, signo inequívoco de los favores divinos por llegar al corto plazo. En la madrugada del 8 de diciembre un viento gélido congeló todas las aguas que rodeaban la isla, los Tercios atacaron por allí al enemigo y obtuvieron una gloriosa victoria: había nacido “el milagro de Empel”. Desde entonces, la Infantería española, heredera de los Tercios, tiene por patrona a la Inmaculada Concepción.
Desde hace siglos la Inmaculada concepción ha sido fiesta de guardar en todos los reinos de su Majestad Católica, es patrona de numerosas localidades y comarcas e incluso en Toledo es tradición que su alcalde (el último, el socialista E. García-Page) jure publica y solemnemente “delante de Dios omnipotente (..) defender que la Virgen María fue concebida sin pecado original”.
Otra cosa es que  se sepa qué es eso de la Inmaculada o la Purísima Concepción. El punto de partida es que hubo una primera pareja de la que descendemos todos los humanos y que cometió un pecado primero,  “original”, fuente de todos los males de la humanidad y que todos y cada uno de los seres humanos contraemos al ser concebidos por nuestros padres. Este punto de partida es incontrovertible, pues, si no, no tendría explicación que un bebé sea bautizado en el catolicismo para lavar su “mancha original” y renunciar a las pompas del demonio. Tampoco tendría explicación la creencia de que Jesucristo murió en una cruz para salvarnos de “todos los pecados”, también y principalmente del pecado original de un ser inocente que muere antes de tener conciencia de sí y de su libertad. Ese pecado original acarreó la muerte, el trabajo, el sufrimiento, el dolor al parir, las “tendencias pecaminosas”. Y por eso mismo, porque dios no podía consentir que la madre del divino Jesús de Nazaret naciese con ese pecado y esa proclividad al mal, realizó el milagro de que ella fuese concebida sin mancha o pecado alguno, incluido el original, ni fuese víctima de las malas inclinaciones que acarrea. La Inmaculada Concepción nada tiene que ver, pues, con esa otra creencia católica de que Jesús fue concebido sin intervención de varón y su madre mantuvo intacto el himen antes, durante y después del parto.
España tiene como festivo el 8 de marzo (conmemorativo del milagro de Empel en beneficio de los Tercios de Flandes) desde 1644. Que cada persona se crea o no se crea el mito del pecado original y el dogma católico de la exención divina de dicho pecado en beneficio de María de Nazaret es una cuestión estrictamente personal, que merece el mismo respeto que cualquier otra creencia dentro del derecho a la libertad religiosa y de culto, integrante del derecho a la libertad de conciencia, común a toda la ciudadanía. Que en pleno siglo XXI tal creencia sea aún día festivo en el calendario civil de un país cuya Constitución declara que ninguna confesión tendrá carácter estatal es un despropósito. Que la Infantería de las Fuerzas Armadas españolas, institución pública del Estado, conserve como patrona a la Inmaculada Concepción está en abierta contradicción con el principio constitucional de la aconfesionalidad del Estado y sus instituciones. Que los Colegios Oficiales de Farmacéuticos y las Facultades de Farmacia, estas últimas igualmente instituciones públicas del Estado, la tengan asimismo como patrona, es un anacronismo y contradice el antedicho principio constitucional, respectivamente.
Desde el respeto a todos los credos y ritos confesionales, la consecución de un Estado realmente laico y aconfesional constituye una de las asignaturas pendientes más importantes en nuestro país, pues es la única vía adecuada para garantizar a la ciudadanía el libre ejercicio de sus derechos, en el marco del derecho inalienable a la libertad de conciencia y de la plena igualdad, sin privilegios ni discriminaciones.
De hecho, cualquier privilegio (la iglesia católica disfruta de muchos, gracias al Concordato franquista aún vigente desde 1953 y los Acuerdos de 1979) es incompatible con el derecho universal de ser iguales ante la ley y disfrutar de todos los demás derechos sin discriminación por motivos de nacionalidad, raza, creencia, sexo o cualquier otro motivo.
Hoy, a caballo entre el Día de la Constitución española y una celebración de carácter confesional, es preciso reafirmar el principio constitucional de la aconfesionalidad del Estado y sus instituciones.





No hay comentarios:

Publicar un comentario

Si lo deseas, puedes hacer el comentario que consideres oportuno.