Publicado hoy en El Periódico de Aragón
Hace años un alumno de un instituto de cuyo nombre no quiero acordarme me
contó que uno de sus profesores, concienzudamente meticuloso, solo admitía en
algunos trabajos y exámenes las respuestas que tenían determinado número de
líneas, ni una más ni una menos, con un número estipulado de puntos y puntos y
coma. Ni que decir tiene que finalmente sus alumnos acababan fijándose más en
cumplir con todo ese canon de normas y reglas que en el contenido mismo de lo
que querían decir, pero como el objetivo último y primordial era aprobar la
asignatura, nadie cuestionaba los criterios de evaluación y corrección del
profesor, y solo suspiraban por que el curso académico acabase cuanto antes y
perderlo de vista.
Me vino el otro día a la mente esta anécdota tras leer la noticia de que
la agencia de calificación Standard & Poor’s rebajaba la nota de solvencia
a varios países de la eurozona, incluida España, y osaba hacer lo mismo con
países siempre tan dispuestos a secundar las recomendaciones del FMI, BM o OMC
como Francia y Austria. Antes, los niños tenían que memorizar que el misterio
de la santísima Trinidad consistía en ser
tres personas distintas y
un solo dios verdadero (¡que ya es…!). Hoy ha mutado el misterio y la
entidad trinitaria consiste en tres agencias calificadoras distintas (S &
P, Moody’s y Fitch Group) y una sola mano invisible verdadera (los “mercados”).
El hecho es que ni gobiernos ni buena parte de los economistas y analistas
financieros ponen en tela de juicio la existencia de esa trinidad calificadora,
cada vez más parecida al famoso primo de zumosol, capaz de solventar con unos
cuantos sopapos cualquier desorden.
Según mi criterio, al profesor aludido al principio se le debería haber
suspendido como profesor y mandado a hacer otros trabajos que no hicieran
sufrir tan inútilmente al prójimo. Y lo mismo puede y debe aplicarse a las
agencias de calificación. Por ejemplo, Standard & Poor’s otorgó en los
inicios de la crisis económica la calificación máxima (AAA) a buena parte de
los paquetes de hipotecas basura o subprime, por lo que no solo los fervorosos
creyentes en la sabiduría de S&P tuvieron enormes pérdidas, sino que así se
impulsó con fuerza el desplome financiero. Un poco más tarde, S&P perpetró
otra torpeza de nefastas consecuencias para Islandia, al calificar con la
máxima nota la situación bancaria y financiera del país, pues en 2001 habían
desregulado allí los mercados financieros y privatizado los bancos. En unos
años, sin embargo, se produjo en Islandia el mayor colapso bancario en la
historia económica mundial.
Envalentonada la trinidad calificadora por la ausencia de cualquier
crítica o resistencia, S&P advierte a España, por ejemplo, de que aún
rebajará más la nota si no lleva a cabo rauda y obedientemente la “reforma del
mercado laboral y no se sigue con su plan de recortes y ajustes. Es decir, el
abc del neoliberalismo puro y duro. Las agencias de calificación no ofrecen una
valoración objetiva de la situación económica de un país, sino de su mayor o
menor proximidad a las medidas propugnadas por la ideología neoliberal (que
presentan como únicas): privatización de lo público, reducción sistemática del
estado de bienestar y de los derechos adquiridos por la ciudadanía y la clase trabajadora,
desregulación del mercado financiero y laboral, conversión del ciudadano en
consumidor, etc.
La trinidad calificadora debería transmitir su valoración sobre que los
bancos y entidades financieras posean más de 70 veces el importe de la riqueza
real mundial; o que el BCE preste ilimitadamente a los grandes bancos al 1 o
1,5%, para que estos lo presten después a los países periféricos a intereses
mucho más altos; o que el BCE no pueda comprar deuda pública; o que el Estado
español se haga cargo de la deuda privada de los bancos españoles; o que los
mismos bancos hayan exigido al Gobierno que se endeude para convertir su deuda
privada en deuda pública de todos. Y si el rescate público de la banca tiene
algo que ver con el sacrosanto mandamiento del laissez faire, laissez passer.
La trinidad calificadora debería calificar también las dudosas bondades
de un sistema que conduce, de hecho, a que en el mundo el 50% de los
trabajadores gane menos de 2 dólares y no tenga
ningún tipo de contrato ni de protección social, o haya 1.100 millones de
hambrientos y casi 2.000 millones en situación de extrema pobreza. Visto lo
visto, a la santa trinidad calificadora le debe de parecer de perlas que haya
subido un 8,3% en 2010 el número de personas que tienen al menos un millón de
dólares, o que el 0,16% de la población mundial posesa el 66% de los ingresos
mundiales anuales.
La trinidad calificadora debería autocalificarse, y
previamente tomarse algún calmante, pues ante los resultados caería en una
profunda depresión.
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