Publicado hoy en Izquierda Digital
El señor Demetrio Fernández, jefe del catolicismo en Córdoba, escribió
hace unos días públicamente que hay algunas escuelas de Secundaría (=las
públicas), más los medios de comunicación, el cine y la televisión, que incitan
a la fornicación, por lo que aconseja a la juventud “huir” de la misma.
Al leer la noticia, no pude menos que sonreír al imaginar la cara de
buena parte de los muchachos y las muchachas que leyesen tan extraña palabra:
“fornicación”. Alguno de ellos, movido por su inquietud intelectual,
consultaría el diccionario, que en su versión de la RAE define “fornicación”
como “acción de fornicar” y “fornicar” como “tener
ayuntamiento o cópula carnal fuera del matrimonio”, lo cual sonaría a alguna
fórmula perteneciente a algún lenguaje desconocido y críptico, por lo que
muchos de ellos llegarían a la conclusión de que difícilmente se puede huir de
una cosa tan rara y desconocida.
Harina de otro costal es ya la cuestión añadida
de tener que huir de la fornicación, pues el diccionario del RAE define “huir”
como “alejarse deprisa, por miedo o por otro
motivo, de personas, animales o cosas, para evitar un daño, disgusto o molestia”,
“alejarse velozmente”, “apartarse de algo malo o perjudicial”, pues cualquier
persona vital y sexualmente sana considera que la sexualidad (la fornicación no
deja de ser una posibilidad más entre otras muchas dentro de las posibles
relaciones sexuales) ni es mala ni perjudica a nadie, siempre que se respete la
libertad y los derechos de los demás.
El señor Demetrio Fernández vive en su Babia particular, a
lo cual tiene todo el derecho del mundo, pero debería dejar en paz la vida y la
sexualidad ajenas. Durante siglos, incluido el tenebroso período del
nacionalcatolicismo franquista, sus colegas pretendieron hacer creer que tenían
patente de corso para reprimir al pueblo según el baremo de sus propias
represiones, que disfrazaban de “moral verdadera” y “sanas costumbres”. Sin
embargo, hoy ya no es de recibo semejante invasión de las ideologías
confesionales en la vida pública y en la sociedad ciudadana. Hoy solo le sigue
cabiendo a don Demetrio que si en tal mal concepto tiene a la fornicación, que
no fornique, y punto.
Don Demetrio, oficialmente célibe y hablando (es un suponer)
de oídas de la sexualidad, opina que la fornicación equivale a “una sexualidad desorganizada”, como si la sexualidad tuviese algo que
ver con la organización, a no ser en aquellas parejas de casados que los
sábados por la noche realizan el “débito matrimonial” según el ritual y la secuencia mantenida durante lánguidos
y luengos años de convivencia pacífica. La sexualidad no es un artilugio que ha
de funcionar según un determinado libro de instrucciones, y pertenece a cada
persona, a cada pareja, a cada trío o a cuantos se quiera, desarrollar y
expresar su sexualidad como juzguen oportuno y deseable. Don Demetrio quizá
desconozca hasta qué punto puede llegar a ser maravillosa la sexualidad,
organizada o desorganizada a gusto de lo consumidores. Sí, don Demetrio, la
sexualidad (incluida la fornicación) puede llegar a ser muy, muy maravillosa.
Don Demetrio va aún más allá y describe la fornicación “como
una bomba de mano que puede explotar en cualquier momento y herir al que la
lleva consigo”. Y sí, tiene razón: confiando a que está empleando esta vez el
lenguaje metafórico, la sexualidad puede ser una magnífica y beneficiosa bomba
de mano, que deja heridas deliciosas en el corazón y en el cuerpo todo. Por eso
la sexualidad es tan valorada y buscada. Por eso don Demetrio demuestra que
habla de lo que no sabe.
La animalidad del ser humano es siempre humana, don
Demetrio. Si usted asocia la brutalidad con la sexualidad, sin adjetivos
calificativos, allá usted o vaya rápidamente al psicoanalista. El ser humano es
esencialmente sexual y animal. Por eso su sexualidad no puede ser otra cosa que
animal, al igual que su intelecto o su sentido artístico. Deje en paz a los
castos si quieren ser castos, y deje en paz al ser humano si quiere disfrutar
de su sexualidad. No proyecte sobre los demás sus propios fantasmas y sus
propias fantasías. Tenga respeto por el amor y los amantes que se regalan a sí
mismos mediante la sexualidad, no pretenda calificarlos o descalificarlos según
unos mandamientos surgidos entre un pueblo de pastores nómadas para la
convivencia de pastores nómadas.
Le regalo, por último, una frase de Epicuro en su obrita Carta a Meneceo (123), cuya lectura le
recomiendo: “No es impío el que desecha los dioses de la gente, sino quien
atribuye a los dioses las opiniones de la gente”.
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