lunes, 11 de febrero de 2008

Amor y alma


Durante la adolescencia nos pasamos la vida imaginando cuerpos, espantando miles de preguntas y de dudas sobre la sexualidad, imaginándola como si de una aventura en plena selva amazónica se tratara. El primer pecho tocado, el primer beso profundo, el primer sexo acariciado, las primeras humedades compartidas... Poco a poco, el número de safaris y de compañeras de aventuras va aumentando y, con ello, disminuye paralelamente el afán del descubrimiento del cuerpo. Siempre seduce un cuerpo, siempre atrae en el momento decisivo un cuerpo, pero se sabe que, a fin de cuentas, los cuerpos se parecen mucho unos a otros, los besos son iguales, el sudor y el jadeo y el orgasmo y el final del final y las palabras de bienvenida y las de despedida... Nos alejamos de la adolescencia con el sabor agridulce de saber que el cuerpo, finalmente, casi siempre es plano, contra él rebota casi todo, casi nunca es centrípeto, sino centrífugo. Avanzamos hacia la madurez (qué es eso, qué es ser mayor -que quién?- qué es ser adulto) y se puede arribar a la conclusión de que lo que realmente merece la pena es el alma del otro. La posesión del otro es de su alma. Y el alma nunca se tiene ni se posee, sólo se entrega como regalo. Una violación puede poseer violentamente un cuerpo, pero el alma queda asustada en un rincón, llorosa, maldiciendo al agresor. El alma es la verdadera conquista. Conquistar una mujer es tener la fortuna de que ésta done su alma. Pero su alma nunca se tiene: demasiado grande, demasiado profunda. El amor es una quimera precisamente porque nunca se consigue poseer un alma. Y por eso se regresa al cuerpo del otro: éste, a su través, se revela como el vehículo más directo para contemplar el alma del otro, para rozarla al menos. De ahí que muchas historias de amor sean todo menos historias de amor.

2 comentarios:

  1. Antonio, estás en lo cierto. Yo me quedo con rozarla a través del cuerpo. Es precioso tener una almita que llevarte a la boca y una palabra bonita susurrada en tu oído, enlazadas las manos y acurrucados los cuerpos, con el frío silbando en los cristales. No pido más, ese calor me basta.

    ResponderEliminar
  2. Tienes razón, Eduardo. Pero cuando amas, una sola mirada de esos ojos que amas te están diciendo: ¿me ves? Soy yo. Entera. Anda, tómame. En esa entrega me haces feliz. Sé feliz conmigo. Y entonces el amor se hace agua de río que va acariciando tus dedos mientras pasa.

    ResponderEliminar

Si lo deseas, puedes hacer el comentario que consideres oportuno.