jueves, 21 de febrero de 2008

Un "perderse" saludable


Desde hace tiempo, cada vez que alguien pide mi parecer acerca de ciertos problemas (fracaso escolar, educación de los hijos, desencuentros en la pareja...), le suelo aconsejar (metafóricamente, claro) “perderse en la sierra”: cualquier fin de semana y tras levantarse temprano, hay que meter en la mochila un buen bocadillo junto con suficiente bebida. A renglón seguido, hay que dirigirse sin vacilar “a la sierra” (= o al parque, o al propio cuarto, o a donde sea...), donde uno procurará “perderse” durante unas cuantas horas. Allí, en la soledad, en silencio, se enfrentará con sinceridad a las preguntas que ocupen o preocupen. Con un poco de suerte, mediante este procedimiento se conoce también a nuevos amigos, o se vuelven a encontrar viejos conocidos: a nosotros mismos, directamente, sin caretas.

Es preciso “perderse”, para poder encontrarse, incluso para llegar a conocerse realmente por primera vez. Sin prisas, sin plazos, sin condiciones, con el ánimo claro, con la inocencia de un niño, con el peso de la existencia a cuestas, hay que adentrarse en las montañas, en los bosques donde se escucha respirar el silencio, donde la vida nos acaricia al penetrar en esos rincones dolorosos y doloridos. Hay que contemplar la vida cara a cara. Es la hora de las preguntas. Es la hora de la verdad. Es la hora de afrontar nuestra realidad, de reconocernos a nosotros mismos, de aceptar unas cosas, de cambiar otras, de tomar decisiones, de no ir al pairo por la vida, sino en alguna dirección (y el que no quiera ir a ninguna parte, que sea porque así lo ha decidido).

Lo cierto es que desarrollarse plenamente como ser humano es incompatible con la alienación pura y dura, negadora de la reflexión, la profundidad, la quietud, la entereza, la sinceridad ante la vida y el mundo. Posiblemente, a pesar de todo, no se atisben grandes ni brillantes respuestas (está por ver que existan como tales). No hay que olvidar que quien asegura estar en posesión de grandes verdades monolíticas puede estar basando sus presuntas certezas sobre cimientos bastante inseguros e inciertos, y es que a veces una seguridad a ultranza oculta un mundo poblado de incertidumbres inconfesadas. Por el contrario, quien no teme perderse y caminar por la vida, quien no ha renunciado a sondear en lo profundo de la realidad, sin paliativos, se sabe poseedor de pocas certezas y verdades, pero sí de sí mismo y del gozo de vivir intensa e ilusionadamente.

Quien día a día, “perdido en la sierra”, se esfuerza por atisbar con su mirada los horizontes, lejanos y borrosos, de la vida se sabrá también solo. Sin embargo, lejos de temer la soledad, la aceptará como una forma privilegiada de mantener nítida e intensamente la dimensión humana del mundo.

Es frecuente incurrir en la torpeza de dividir simplistamente las respuestas posibles en buenas y malas. En realidad, eso es maniqueísmo o ignorancia o intolerancia. Hay respuestas mías, respuestas de otros y respuestas de nadie (en el sentido de que son de otros, pero no mías, pues nunca he decidido realmente que lo sean, aunque las repita como un papagayo o empleando muchos decibelios). Hay respuestas que no han penetrado una micra dentro de mí mismo, y otras que, aun con toda su provisionalidad, he amasado con fuerza y con cariño.

La verdad es que me gustaría mucho vivir en un mundo donde perderme cualquier día por la sierra y encontrarte allí con otros muchos, todos ellos también “perdidos”. Compartiríamos los bocadillos, el sol, el agua, la brisa, los olores... Hasta pronto, amig@.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Si lo deseas, puedes hacer el comentario que consideres oportuno.