martes, 26 de febrero de 2008

Paseo por el amor y el debate



Aquel hombre estaba realmente desolado: llevaba mucho tiempo sintiéndose cada vez más solo y lamía a cada instante sus presuntas heridas porque -se lamentaba- no lo quería nadie. (Pero, al menos, había visto el debate televisado entre Rajoy y Zapatero).

Aquel hombre comprobaba que, salvo rarísima excepción que no hacía más que confirmar la regla, el asunto monotemático de la mayoría de sus canciones preferidas o en el argumento de casi todas las películas o novelas, era el amor, sólo el amor y nada más que el amor (aunque sería más exacto en este caso sustituir el término "amor" por "desamor"). (Algo parecido, pues, a lo que se dijeron anoche en el debate: lo de siepre, lo mil veces ya oído y sabido)

Aquel hombre descubrió con el paso del tiempo que el planeta Tierra giraba realmente sobre un único eje, muy a menudo chirriante: el deseo de querer, el deseo de ser querido, también la ausencia del querer, el desamor. Y por ello mismo, aquel hombre, cuando pensaba en el verdadero lugar que ocupaba en el universo era algún anillo de Saturno. (Algunos asistentes al debate cree que los dos políticos que e4staban sobre la palaestra podrían ser también perfectamente saturnianos).

La permanente presencia del amor (desamor...) allí por donde fuera o le llevaran lo dejaba la mar de pensativo, pero sobre todo muy herido en su susceptibilidad, pues sentía lesionada su autoestima: mientras el amor parecía pulular por el mundo como el polen de las gramíneas en primavera, él continuaba siendo para todos (sobre todo para sí mismo) una incógnita indescifrable, pues un día tras otro le tocaba asumir exclusivamente el papel de espectador (a veces también de carabina discreta y silenciosa de algún que otro presunto amigo). (Y también exclusivamente el papel de espectador de debates y, después, de votante).

Por si fuera poco, en plena calle, en cualquier carretera o en la chapa trasera de los automóviles podían verse frases tan lindas como “yo amo la pizza napolitana” o “yo amo New York” (o Remolinos o Tauste o los colchones Pikolín o el Manchester United...), con un corazón en medio, haciendo las veces de aquel amor tan pública y notoriamente declarado. (Cosas similares pueden observarse en las calles y las carreteras si uno se fija en los murales electorales y sus eslóganes).

Así, aquel hombre fue comprobando repetidamente que, según los casos, el amor aparece como algo apreciado, denostado, ansiado, vendido, manipulado, adorado... Observó también que, en el colmo de la alienación personal y la enajenación social, hay quienes pretenden tener la exclusiva de reglamentarlo y hacen gala, cual excelsa dedicación profesional, de su presunto deber institucional de anatematizar a cuantos no acaten sus códigos morales. (Por cierto, ¿más allá de PSOE y PP, hay otras opciones políticas? ¿No existen? ¿No debaten? ¿El 9-M se elige al Presidente o a nuestros representantes políticos dentro del arco parlamentario?).

Un día aquel hombre conoció a una mujer. Se sintió afortunado, amén de conmocionado y conmovido. Se casaron tres años, siete meses y veinticinco días después. Al principio, apenas salían: querían estar sólo juntos, amándose tierna o ferozmente, según los momentos y sobre todo según la variable meteorología del alma y del cuerpo. (Algo parecido a lo que ocurrirá el 10-M y días sucesivos: NADA….)

Según va diciendo por ahí un amigo común, aquel hombre lleva ahora en el cristal trasero de su coche una pegatina en la que se lee: "Yo -corazón- Benidorm". De lo que se deduce que, con toda probabilidad, suelen veranear en dicha localidad mediterránea. Dentro, en pleno salpicadero, sobre tres fotografías (esposa, más la parejita), un mensaje quizá poco original, pero sin duda sincero: "Papá, no corras". También un San Cristóbal y un banderín del equipo de fútbol de su ciudad. (Ahora el PP ofrece como eslogan electoral: “Las ideas claras” – algún conductor estivo a apunto de salirse de la calzada tras leer semejante boutade).

Lo cierto es que ahora se siente otro hombre. Y apenas se pregunta ya qué es eso del amor. Queda por saber si se debe a que tiene muy clara la respuesta o a que tiene muy oscura la pregunta misma. (Creo que también pasa de política: o por tener todo claro o por moverse en el oscuridad cerrada).

En cualquier caso, aquel hombre dice dormir mejor por las noches. Aunque a veces su mujer le deja escasos centímetros de cama y le recrimina sus ronquidos. (Duerme también escuchando el programa deportivo El Larguero).

No obstante, algunas noches, el dormitorio a oscuras y su mujer a su lado, aquel hombre esboza una sonrisa, amplia y tranquila, a la vez que musita hacia sus adentros: “la quiero, la quiero... me quiere, me quiere...” (Pero nunca, nunca, nunca: Mariano, mariano, Mariano… O ZP, ZP, ZP….).

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