miércoles, 20 de febrero de 2008

¿Anécdota?


En una clase de ética de segundo curso de B.U.P. un muchacho declaraba, entre ufano y avergonzado, que él no era tan “gilipollas” como para devolver a un vecino de su barrio el sobre de la paga mensual que éste había perdido aquella misma noche en la calle. Cuando le pregunté cómo se sentiría al recordar que aquel hombre se había ganado aquel dinero con su trabajo y que seguramente lo necesitaría para alimentar a los suyos, pagar facturas, etc, me miró de soslayo, a la vez que mascullaba: “procuraría no pensarlo”.

A mi modo de ver, lo preocupante de esta anécdota no es tanto que este chaval decidiese finalmente entregar o no el dinero a su legítimo dueño, ni siquiera sus presuntas razones para justificar su proceder, cuanto su reconocimiento, más o menos explícito, de que la forma de afrontar posibles conflictos consiste en “no pensar
A menudo vivimos con tanto ruido a nuestro alrededor, con tantas cosas en nuestra cabeza, con tanto estruendo en nuestro interior, que no nos percatamos de que corremos el riesgo de ir desapareciendo poco a poco, diluidos, sin contornos, sin vida propia. Dedicamos horas y horas a ver la televisión, a beber sin criterio, a trabajar sin corazón, a aburrirnos resignadamente, sobre todo a deambular sin sentido por los días y las semanas, y, en cambio, parece que tenemos verdadera alergia a dedicar algunos minutos al día a nosotros mismos, a degustar la vida desde otras perspectivas, más hondas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Si lo deseas, puedes hacer el comentario que consideres oportuno.