Labna Ahmed Husein fue detenida la semana pasada con otras doce mujeres en la capital de Sudán, Jartum, por haber cometido el execrable delito de llevar pantalones. A algunas de las detenidas les dio un ataque de resignado pragmatismo y se declararon de inmediato culpables, por lo que solo recibieron diez latigazos, tras pagar además cien dólares de multa. Sin embargo, Labna, que vive en el sur del país (no musulmán), periodista en la oficina de prensa de la ONU en Sudán, se negó a admitir su culpabilidad e insistió en comparecer ante un juez en presencia de un abogado. Quedó entonces en libertad bajo fianza, pero se enfrenta ahora a la posibilidad de recibir cuarenta latigazos, que es la pena habitual por vestirse de manera “indecente” e “inmoral”, según interpreta la sharia vigente en Sudán.
Labna llevaba unos pantalones y una blusa, lo cual constituye una falta grave, una ofensa hadd, que, además del incumplimiento de las normas en la vestimenta femenina, incluye, por ejemplo, la homosexualidad, la desobediencia de las mujeres a la autoridad del padre o del esposo, beber alcohol o las relaciones con personas no pertenecientes al islam, con penas, según los lugares, de lapidación, azotes o amputación de miembros. La sharia está muy clara (de hecho, significa literalmente “camino al manantial”) y tiene pretensiones de indiscutible, pues bebe de las fuentes del Corán y del hadiz (hechos y dichos de Mahoma, recogidos por sus discípulos directos), así que algo tendrá llevar pantalones allí, pues en caso de violación se declarará culpable a la mujer indecorosa. Lo sorprendente, lo estremecedor es que una moral de corte religioso sea el único código moral y penal de una sociedad, de un país.
Es positivo sostener y defender el multiculturalismo, la coexistencia de diversas y diferentes culturas en un mismo lugar, pero a condición de que ningún elemento, tradición o costumbre vaya en contra de los derechos humanos fundamentales. Y centrándonos en la detención de Labna Ahmed Husein, saltan por los aires muchos de los derechos y las libertades de las personas, de los ciudadanos y, más concretamente, de las mujeres del mundo. Si un grupo religioso está convencido de las bondades de su credo y su moral, y remonta su origen a determinados tiempos y personajes ancestrales, sus adeptos tienen derecho a ajustar sus vidas a las pautas ideológicas y de conducta de su religión, pero no a imponerlas a otras personas. Las teocracias son solo mugrientos restos de unas dictaduras que, en nombre del dios de turno, ignoran (no solo desconocen) que todos los seres humanos nacen libres e iguales en libertad y derechos, y están dotados de razón y conciencia (Declaración de los Derechos Humanos, art. 1), que toda persona tiene todos los derechos y libertades, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición (art. 2.1) y que además, no se hará distinción alguna fundada en la condición política, jurídica o internacional del país o territorio de cuya jurisdicción dependa una persona (art. 2.2).
Las religiones pertenecen al ámbito privado y la vida pública de un país debe estar por encima y ser plenamente independiente de cualquier ideología o moral privadas. Lo realmente indecente no es –cito preceptos de la sharia- que una mujer lleve pantalones o se quede sola ante un hombre extraño o no baje la mirada o que salude o muestre su belleza a quienes no son su “máharim” (personas entre las que el matrimonio sería ilegítimo por razones de parentesco). Lo verdaderamente indecente es que algunas personas y grupos, desde la intransigencia y la esclerosis de sus ideas, desde la proyección de sus propias represiones sobre los demás, desde unas creencias que para unos son tan sublimes y sagradas como para otros carecen de significado, se crean legitimados para llevar a prisión, dar latigazos o asesinar mediante lapidación a quienes no se atienen a sus preceptos morales o a sus esquemas particulares sobre lo que es “decoroso” (no hay que olvidar que de la misma raíz latina –decens- provienen las palabras “decorar” y “condecorar”).
Desde hace muchos años hasta nuestros días entrar en determinadas iglesias, principalmente en verano, permite asistir a las filigranas morales de los empleados clericales cuando ven (¿con regocijo reprimido? ¿a quién amarga un dulce?) hombros, piernas, espaldas desnudos, canalillos generosos, shorts de los/las visitantes de sus templos. Sin embargo, sus criterios estéticos empiezan y acaban en la puerta de sus iglesias (siglos de racionalidad ha costado), mientras que por muchos lugares del mundo islámico aún no ha pasado el más leve soplo del Humanismo, el Renacimiento y la Ilustración. Por eso mismo, no es casual que Lennon cante y recomiende: Imagine a World without Religión.
La mujer, siempre víctima de la sinrazón de religiones, dictaduras, fundamentalismos... ¿Acaso no somos, como dicen ellos, las portadoras del pecado original?
ResponderEliminarPatriarcado de mierda...