Lunes, calor, comienzo de una nueva
semana. Aparentemente, en la zaragozana calle Alfonso I ocurre lo mismo que
hace doce meses por estas fechas. Miles de personas pasando, tranquila o
apresuradamente, entre unas casas y unos comercios que para cada persona tienen
o carecen de significado y son miradas desde una perspectiva diferente. Sin
embargo, esas personas son un año más viejas (o menos jóvenes) que el 14 de
julio de 2013, cuando yo me encontraba en ese mismo lugar soñando y luchando
por la escuela pública y laica, y durante esos 365 días ha permanecido encima
de nuestras vidas un ciclón devastador que está haciendo añicos muchos de los
derechos y de las libertades de los que aún disfrutábamos. Unos carteles se lo
recuerdan en el número 26 de esa calle, pero la mayor parte de la gente tiene
mucha prisa por llegar a algún sitio, incluso por no pensar más en tantas cosas
que atormentan tanto.
Cada compañera y compañero que viene al
portal de la Consejera y escoge un cartel y se afinca allí con sosegada fiereza
es un triunfo de la fuerza de la razón, de la dignidad que nunca podrá ser
abatida, de la libertad que custodia la humanidad que nos hace verdaderamente
humanos. Somos muchos. Somos millones. Y nunca, nunca, nunca, pasarán ni
permitiremos que pasen.
Ahí está, la calle, ordenada por números
pares e impares, supuestamente igual para todos, con sus comercios y viviendas
constituidos antes de que cualquiera aparezca en escena. Nadie la cuestiona,
pocos cuestionan algo, casi todos retiran su mirada de los perroflautas,
incluso de los perroflautas motorizados que portan carteles, salvo para
preguntarles dónde hay un puesto de lotería o cuál es la calle X, Y o Z. Pero
nosotr@s sabemos bien por qué y para qué estamos en ese portal, y esto nos
llena de fuerza para proseguir el camino hacia los mismos horizontes.
La calle Alfonso I está ahí, simple y
llanamente, sin más, al igual que ese cartel que dice defender la escuela
pública y laica. Algunos millones fotografían desde la misma baldosa de la
calle la Basílica del Pilar, creyendo que están haciendo la mejor fotografía en
la historia de la humanidad. Otros compran recuerdos de la ciudad para sus
familiares y vecinos. Otros deambulan, solitarios y aburridos. Algunos se
alegran cuando ocurre algo inusitado, como que la policía identifique a
perroflautas con carteles, motorizados o sostenidos sobre sus piernas. Para
casi todos, nada existe realmente en la calle Alfonso I, pues apenas se mira,
apenas se habla, de tanto que miran a todas partes y hablan a gritos son sus
compañeros de autobús, de visita en la ciudad. Sin embargo, gritamos desde
nuestro silencio que existe la escuela pública y laica, la única garante de la
libertad y la dignidad de nuestr@s hij@s y de l@s hij@s de nuestr@s hij@s….
Hoy he intentado también hacer algo nuevo
en la zaragozana calle Alfonso I. A las doce en punto del mediodía, cuando
rompe a sonar (¡tronar!) el cántico religioso católico “Bendita y alabada…”, hemos
cantado un@s cuant@s tranquilamente, como contándole a un niño un cuento antes
de que cierre los ojos y le demos el último beso de buenas noches, el
estribillo (solo el estribillo, como si fuera un mantra anhelante de un Estado
laico y aconfesional), del Canto a la Libertad de José Antonio Labordeta. Y así,
todos los días del año, hasta por lo menos el catorce de julio del año 2015.
Habrá un día
en que todos
al levantar la vista,
veremos una tierra
que ponga libertad.
Hasta mañana
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