viernes, 22 de junio de 2007

La mochila y el curriculum


Hace unos años Arturo Pérez Reverte escribió el artículo LA MOCHILA Y EL CURRÍCULUM. Me gustó mucho y desde entonces lo conservo por su lucidez, su mensaje y su forma de transmitirlo. A pocos les resultará indiferente, pero muy especialmente a tod@s es@s jóvenes que se esfuerzan por crecer personal, profesional y socialmente, pero se topan con muros sin sentido. Este es el artículo:

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Llueve a ratos, y Madrid está frío y desapacible. Pasan paraguas al
otro lado del escaparate de la librería de mi amigo Antonio Méndez,
el librero de la calle Mayor. Estamos allí de charla, fumando un
pitillo rodeados de libros mientras Alberto, el empleado flaco, alto
y tranquilo, que no ha leído una novela mía en su vida ni piensa
hacerlo -«ni falta que me hace», suele gruñirme el cabrón- ordena
las últimas novedades. En ésas entra un chico joven con una mochila
a la espalda, y se queda un poco aparte, el aire tímido, esperando a
que Antonio y yo hagamos una pausa en la conversación.

Al fin, en voz muy baja, le pregunta a Antonio si puede dejarle un
currículum. Claro, responde el librero. Déjamelo. Y entonces el
chico saca de la mochila un mazo de folios, cada uno con su foto de
carnet grapada, y le entrega uno. Muchas gracias, murmura, con la
misma timidez de antes.

Si alguna vez tiene trabajo para mí, empieza a decir. Luego se
calla. Sonríe un poco, lo mete todo de nuevo en la mochila y sale a
la calle, bajo la lluvia.

Antonio me mira, grave. Vienen por docenas, dice. Chicos y chicas
jóvenes. Cada uno con su currículum. Y no puedes imaginarte de qué
nivel. Licenciados en esto y aquello, cursos en el extranjero,
idiomas. Y ya ves. Hay que joderse.

Le cojo el folio de la mano. Fulano de Tal, nacido en 1976.
Licenciado en Historia, cursos de esto y lo otro en París y en
Italia. Tres idiomas. Lugares, empresas, fechas. Cuento hasta siete
trabajos basura, de ésos de tres o seis meses y luego a la calle.
Miro la foto de carnet: un apunte de sonrisa, mirada confiada, tal
vez de esperanza. Luego echo un vistazo al otro lado del escaparate,
pero el joven ha desaparecido ya entre los paraguas, bajo la lluvia.

Estará, supongo, entrando en otras tiendas, en otras librerías o en
donde sea, sacando su conmovedor currículum de la mochila. Le
devuelvo el papel a Antonio, que se encoge de hombros, impotente, y
lo guarda en un cajón.

Él mismo tuvo que despedir hace poco a un empleado, incapaz de pagar
dos sueldos tal y como está el patio. Antes de que cierre el cajón,
alcanzo a ver más fotos de carnet grapadas a folios:

chicos y chicas jóvenes con la misma mirada y la misma sonrisa a
punto de borrárseles de la boca. España va bien y todo eso, me digo.
La puta España. De pronto la tristeza se me desliza dentro como
gotas frías, y el día se vuelve más desapacible y gris. Qué estamos
haciendo con ellos, Maldita sea. Con estos chicos.

Antonio me mira y enciende otro cigarrillo. Sé que piensa lo mismo.
En qué estamos convirtiendo a todos esos jóvenes de la mochila, que
tras la ilusión de unos estudios y una carrera, tras los sueños y el
esfuerzo, se ven recorriendo la calle repartiendo currículum en los
que dejan los últimos restos de esperanza Licenciados en Historia o
en lo que sea, ocho años de EGB, cinco de formación profesional,
cursos, sacrificios personales y familiares para aprender idiomas en
academias que quiebran y te dejan tirado tras pagar la matrícula.
Indefensión, trampas, ratoneras sin salida, empresarios sin
escrúpulos que te exprimen antes de devolverte a la calle, políticos
que miran hacia otro lado o lo adornan de bonito, sindicatos con más
demagogia y apoltronamiento que vergüenza. Trabajos basura,
desempleos basura, currículums basura. Y cuando el milagro se
produce, es con la exigencia de que estés dispuesto a todo: puta de
taller, puta de empresa, boca cerrada para sobrevivir hasta que te
echen; y si tienes buen culo, a ser posible, deja que el jefe te lo
sobe. Aún así, chaval, chavala, tienes que dar las gracias por los
cambios de turno arbitrarios, los fines de semana trabajados, las
seiscientas horas extras al año de las que sólo ochenta figuran como
tales en la nómina. Y si encima pretendes mantener una familia y
pagar un piso date con un canto en los dientes de que no te
sodomicen gratis. Flexibilidad laboral, lo llaman Y gracias a la
flexibilidad de los cojones se han generado, dice el portavoz
gubernamental de turno tropecientos mil empleos más, y somos luz y
fan de Europa. Guau. Gracias a eso, también, un chaval de
veintipocos años puede disfrutar de la excitante experiencia de
conocer ocho empleos de chichinabo en tres o cuatro años, y al cabo
verse en la calle con la mochila, buscándose la vida bajo la,
lluvia.
Partiendo una y otra vez de cero. Flexibilidad laboral. Rediós.
Cuánto eufemismo y cuánta mierda. A ver qué pasa cuando, de tanto
flexionarlo, se rompa el tinglado y se vaya todo al carajo, y en vez
de currículums lo que ese chico lleve en la mochila sean cócteles
molotov.

1 comentario:

  1. No le falta razón a este hombre..

    Reconozco que yo, en el tema laboral, he tenido muchiiiisima suerte, ya que no he parado de trabajar desde que cumplí los 16 años(Eso sí, los dos primeros fueron casi gratis...)

    El tema está muy muy mal, ya que tye piden experiencia en la mayoría de sitios. Ahí es cuando piensas"¿Y si no me la das tu, quien me la va a dar?"

    Pero bueno, para los estudiantes que aún vivimos en casa de los padres y no tenemos otro gasto que nuestros vicios y las fotocopias de la universidad(que ya vale, no son moco de pavo...)hay trabajo. Ahora bien, si te quieres independizar, la cosa está más que chunga y si ya tienes una familia que mantener...Sin comentarios...

    Me gusta este ertículo,pero no sé por qué me da la nariz que los empresarios no hacen mucho caso...

    Besos con sabor a sonrisa!!!

    Sé feliz, hoy y siempre!!!

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