Publicado hoy en El Periódico de Aragón
Hace unos años un turista español que
visitaba Zúrich (Suiza) se detuvo a descansar unos minutos en una plaza
céntrica, encendió un cigarrillo y se sintió muy bien. Al poco rato, se le
acercó una muchacha de unos catorce años y le dio unos toquecitos en la
espalda, a la vez que señalaba la colilla del cigarrillo aplastada contra el
suelo. Aquel turista español recibió una buena lección: el suelo es de todos y
no hay que ensuciarlo, y al mismo tiempo una muchacha joven no tenía el menor
empacho en afear educadamente una conducta incívica. Desde entonces, aquel
hombre tomó buena nota de ello.
Contrasta esta anécdota con el estado de
suciedad y dejadez en que se encuentran muchas ciudades de nuestro país.
Solemos echar la culpa de casi todo a las autoridades y gobernantes, cuando en
realidad mucho depende de la mentalidad y la educación de la ciudadanía. El
hecho es que el grado de limpieza de una ciudad refleja también el grado de
educación cívica de las personas que viven en ella.
No hay más que recordar cómo quedó hace
unos años el Canal Imperial de Aragón: limpio, aseado, bonito, de tal forma
que, a mi juicio, es una de las joyas más hermosas que tiene la ciudad de
Zaragoza, por mucho que no siempre reciba el cuidado y el aprecio que merece.
Pues bien, sigue habiendo gente que considera al Canal como un basurero: latas,
recipientes, bolsas de plástico y los objetos más variopintos son arrojados
impunemente en sus orillas. Quizá algunos de entre esa gente tienen sus casas
aseadas y no permiten que nada las ensucie, pero tienen la mentalidad de que lo
comunitario, lo que es de todos, es al mismo tiempo de nadie y puede ser
receptáculo de lo desechable e indeseable. La cosa es que parecen permitidas la
basura y la suciedad a discreción en cuanto se ha inaugurado algo en la ciudad.
Obsérvese también que buena parte de la
basura existente en los bordillos de las aceras o en los alcorques de los
árboles consiste en papeles arrojados indolentemente al suelo, cuando a pocos
metros hay una papelera, y sobre todo en colillas de cigarrillos, tan difíciles
de limpiar a veces por los empleados de la limpieza. Seguramente, el problema
se aliviaría en gran parte si se pusieran ceniceros urbanos o si el fumador
arrojase a una papelera el cigarrillo, una vez bien apagado, pero todo ello de
poco serviría si la persona fumadora no tuviese conciencia del problema y
resolviese contribuir así a la limpieza de la ciudad.
Mucha gente se rasga las vestiduras
cuando se entera de los resultados escolares contenidos en un Informe Pisa.
Allí se habla de asignaturas, de destrezas, de competencias y de fracaso
escolar, pero la educación cívica elemental parece carecer de importancia. Se
trata de un grave error, cuyas consecuencias pagamos todos. ¿Cómo se espera que
salgan las generaciones futuras si sus padres no son conscientes de que se
cuidan a sí mismos si cuidan el medioambiente y se ensucian a sí mismos si
ensucian el entorno? ¿Por qué se gasta tanto a veces en publicidad
institucional de poca utilidad, obviando a la vez de plano la educación cívica
medioambiental?
Duele y asombra a más de uno comprobar
las toneladas de basura generadas en un concierto o en un botellón. Da igual
que a pocos metros estén colocados grandes recipientes para depositar la
basura. El espacio común utilizado queda convertido inexorablemente en un
vertedero, y a pocos metros de distancia, también en una letrina. El mal radica
en que esos jóvenes no portan dentro de sí como lo más natural del mundo una
conducta respetuosa con el medioambiente. Más aún, posiblemente sería objeto de
chanza si alguno de ellos propusiese algo parecido.
Una de las cosas que también asombran más
allá de nuestras fronteras es que
nuestras autoridades regulen oficialmente el lugar y el modo como se celebran
los botellones. Bolsas y bolsas de botellas de alcohol, compradas en
supermercados y comercios de escaso control, salen rumbo a los lugares
institucionalmente convenidos para que allí la desinhibición etílica dé paso a
la fiesta, ya que vivimos en una cultura en la que no se concibe la fiesta y la
celebración sin alcohol.
Sorprende asimismo, considerando sus muy
perniciosos efectos para la salud, por qué se admite sin el menor problema por
parte de las familias y las autoridades la ingesta de alcohol y tabaco, y se
prohíbe y persigue, en cambio, otras sustancias, como el hachís o la marihuana,
consiguiendo casi siempre el efecto bumerán, pues lo prohibido suele ser objeto
de mayor deseo que lo permitido. Pero ya no estamos hablando entonces de
educación cívica, sino de incoherencia e hipocresía social.
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