miércoles, 2 de noviembre de 2011

No te ensucies a ti mismo/a

Publicado hoy en El Periódico de Aragón

Hace unos años un turista español que visitaba Zúrich (Suiza) se detuvo a descansar unos minutos en una plaza céntrica, encendió un cigarrillo y se sintió muy bien. Al poco rato, se le acercó una muchacha de unos catorce años y le dio unos toquecitos en la espalda, a la vez que señalaba la colilla del cigarrillo aplastada contra el suelo. Aquel turista español recibió una buena lección: el suelo es de todos y no hay que ensuciarlo, y al mismo tiempo una muchacha joven no tenía el menor empacho en afear educadamente una conducta incívica. Desde entonces, aquel hombre tomó buena nota de ello.
Contrasta esta anécdota con el estado de suciedad y dejadez en que se encuentran muchas ciudades de nuestro país. Solemos echar la culpa de casi todo a las autoridades y gobernantes, cuando en realidad mucho depende de la mentalidad y la educación de la ciudadanía. El hecho es que el grado de limpieza de una ciudad refleja también el grado de educación cívica de las personas que viven en ella.
No hay más que recordar cómo quedó hace unos años el Canal Imperial de Aragón: limpio, aseado, bonito, de tal forma que, a mi juicio, es una de las joyas más hermosas que tiene la ciudad de Zaragoza, por mucho que no siempre reciba el cuidado y el aprecio que merece. Pues bien, sigue habiendo gente que considera al Canal como un basurero: latas, recipientes, bolsas de plástico y los objetos más variopintos son arrojados impunemente en sus orillas. Quizá algunos de entre esa gente tienen sus casas aseadas y no permiten que nada las ensucie, pero tienen la mentalidad de que lo comunitario, lo que es de todos, es al mismo tiempo de nadie y puede ser receptáculo de lo desechable e indeseable. La cosa es que parecen permitidas la basura y la suciedad a discreción en cuanto se ha inaugurado algo en la ciudad.
Obsérvese también que buena parte de la basura existente en los bordillos de las aceras o en los alcorques de los árboles consiste en papeles arrojados indolentemente al suelo, cuando a pocos metros hay una papelera, y sobre todo en colillas de cigarrillos, tan difíciles de limpiar a veces por los empleados de la limpieza. Seguramente, el problema se aliviaría en gran parte si se pusieran ceniceros urbanos o si el fumador arrojase a una papelera el cigarrillo, una vez bien apagado, pero todo ello de poco serviría si la persona fumadora no tuviese conciencia del problema y resolviese contribuir así a la limpieza de la ciudad.
Mucha gente se rasga las vestiduras cuando se entera de los resultados escolares contenidos en un Informe Pisa. Allí se habla de asignaturas, de destrezas, de competencias y de fracaso escolar, pero la educación cívica elemental parece carecer de importancia. Se trata de un grave error, cuyas consecuencias pagamos todos. ¿Cómo se espera que salgan las generaciones futuras si sus padres no son conscientes de que se cuidan a sí mismos si cuidan el medioambiente y se ensucian a sí mismos si ensucian el entorno? ¿Por qué se gasta tanto a veces en publicidad institucional de poca utilidad, obviando a la vez de plano la educación cívica medioambiental?
Duele y asombra a más de uno comprobar las toneladas de basura generadas en un concierto o en un botellón. Da igual que a pocos metros estén colocados grandes recipientes para depositar la basura. El espacio común utilizado queda convertido inexorablemente en un vertedero, y a pocos metros de distancia, también en una letrina. El mal radica en que esos jóvenes no portan dentro de sí como lo más natural del mundo una conducta respetuosa con el medioambiente. Más aún, posiblemente sería objeto de chanza si alguno de ellos propusiese algo parecido.
Una de las cosas que también asombran más allá de nuestras fronteras  es que nuestras autoridades regulen oficialmente el lugar y el modo como se celebran los botellones. Bolsas y bolsas de botellas de alcohol, compradas en supermercados y comercios de escaso control, salen rumbo a los lugares institucionalmente convenidos para que allí la desinhibición etílica dé paso a la fiesta, ya que vivimos en una cultura en la que no se concibe la fiesta y la celebración sin alcohol.
Sorprende asimismo, considerando sus muy perniciosos efectos para la salud, por qué se admite sin el menor problema por parte de las familias y las autoridades la ingesta de alcohol y tabaco, y se prohíbe y persigue, en cambio, otras sustancias, como el hachís o la marihuana, consiguiendo casi siempre el efecto bumerán, pues lo prohibido suele ser objeto de mayor deseo que lo permitido. Pero ya no estamos hablando entonces de educación cívica, sino de incoherencia e hipocresía social.

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