“La próxima gran batalla contra el conservadurismo se desarrollará con
toda probabilidad en torno a la escuela laica”, escribió Jean Jaurès en un artículo del 17 de enero de 1909. Recientemente,
se ha publicado un librito (Trama editorial) con algunas intervenciones y
escritos de este profesor y parlamentario francés, también fundador de
L´Humanité, donde puede constatarse nítidamente que sus análisis y propuestas
siguen siendo de plena vigencia en la actualidad. Destaca entre ellos su
Discurso ante la Cámara de Diputados en la sesión parlamentaria del 21 y 24 de
enero de 1910.
Respetuoso con las personas y las tradiciones culturales de su país,
Jaurès se esfuerza por aclarar que el laicismo nada tiene que ver con el anticlericalismo
demagógico, sino con la Razón y la libertad de conciencia. De ahí su convicción
de que la escuela laica es inequívocamente garante del progreso social, pues la
educación está en la base de la democracia política y la democracia social.
Como enseñar no es solo transmitir datos, pues se “enseña lo que se es” y
enseñar consiste en comunicar “los principios esenciales de la libertad y la
vida”, la educación es un “acto de generación”, ya que en la escuela debe
brotar el auténtico ciudadano a través de una completa información, sin
censuras ni cortapisas, y del cultivo de la libertad de reflexión plena y
crítica. Una escuela ha de ser pública y laica, según Jaurès, porque es
producto de la conciencia colectiva y del convencimiento de una nación de la
eficacia moral y social de la razón, de que el objetivo educativo es generar
personas racionales y críticas. Pues bien, eso y no otra cosa es lo que Jaurès
entiende por laicismo y por escuela pública y laica.
El pueblo entero se otorga el derecho y el deber de educar desde la razón
y la libertad a sus nuevas generaciones. Es el poder soberano del pueblo, que
quiere ciudadanos libres, autónomos y dispuestos a ejercer sus derechos guiados
por la razón y no por fórmulas de orden religioso o metafísico. La educación ha
de fundarse, pues, sobre el principio de la razón, la laicidad y el pensamiento
libre, y la escuela ha de ser necesariamente pública porque es un compromiso
del pueblo por que todos puedan ejercer sus derechos mediante el desarrollo del
pensamiento, la difusión de los saberes y de los derechos debidos a todo ser
humano como persona y ciudadano libre.
Jean Jaurès pone en duda que pueda existir una enseñanza privada
sustentada en tales principios, asumidos sinceramente. La escuela privada
cuenta, sin duda, con el sostén y la cooperación de la Iglesia Católica,
irónicamente descrita por Jaurès como “guardiana de las puertas del cielo y
protectora de los tesoros de la tierra”, reacia a aceptar sin ambages los
resultados y los métodos de la ciencia, así como la auténtica y nuda democracia
en libertad. Lucha por el poder, por conservar sus privilegios, lo que explica
sus campañas falsarias contra la enseñanza pública, laica y racional, sin que,
de hecho, pueda encontrar nada que constituya una ofensa para la conciencia de
los creyentes. En realidad, se parapeta tras un aluvión de confusos
subterfugios para no dejar que en el pueblo la escuela publica pueda formar a
la ciudadanía en la plena libertad de conciencia y la democracia sin
paliativos. Jaurès denuncia incansablemente que el conservadurismo reaccionario
no tiene la mínima voluntad sincera de asumir una enseñanza publica y laica en
la nueva Francia que quiere seguir desarrollándose como pueblo desde la
Revolución.
No se trata de negar el derecho de las familias a educar a sus hijos o el
derecho de toda institución privada a dar a conocer democráticamente su
ideario, sino de establecer que por encima de todo está el derecho del niño a
que “lo iluminen todos los rayos procedentes de cualquier lado del horizonte, y
la función del Estado consiste en impedir que se intercepte una parte de esos
rayos”.
En resumidas cuentas, la cuestión escolar va unida esencialmente a la
cuestión social, y la escuela laica y el progreso social forman un conjunto
indivisible. “No podemos olvidar ni la una ni el otro”, afirma Jaurès, “y como
republicanos socialistas, lucharemos por los dos”.
Tres días antes de que estallara la Primera Guerra Mundial, Jean Jaurès,
abiertamente pacifista y acosado sin tregua por las fuerzas chauvinistas y
nacionalistas en plena eclosión por aquel entonces, fue asesinado por un
fanático en un café de París. Su asesino, tras 56 meses de detención preventiva
y finalizada ya la guerra, fue puesto en libertad por una resolución en la que
los jueces declararon que "si el adversario de la guerra Jean Jaurès
hubiera tenido éxito, Francia no habría podido ganar la guerra". La propia
familia de Jean Jaurès hubo de pagar los costos del proceso.
Otro caso más de independencia judicial…
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