A publicar mañana en El Periódico de Aragón
El otro día, en tierras extremeñas, un hombre me contaba en la estación
ferroviaria que una entidad bancaria había engañado a su madre, severamente
demenciada, al aconsejarle meter sus ahorros de toda la vida en un agujero negro
financiero que, tras rutilantes promesas de rentabilidad y disponibilidad, la
había dejado esquilmada hasta 2019. A la vez confesaba que no le cabía ninguna
posibilidad de sumarse a la huelga general del 29 de marzo. Pocos años antes,
era representante de una buena marca de azulejos en la región, pero en la
actualidad debía sostener económicamente a los miembros de las cuatro
generaciones familiares que habían terminado viviendo en su casa. Era, pues,
uno de los abuelos a los que les tocaba sostener a toda la familia.
Horas después, ya en la madrileña estación de Atocha, una mujer de edad
madura me atendió con gran amabilidad hasta dejarme acomodado en el tren. Me
contó asimismo que siete miembros de su familia (hijos y nietos), sin trabajo y
sin recursos, se hacinaban en su minúsculo piso de Fuenlabrada, viviendo de sus
740 euros mensuales. Había recibido recientemente comunicación de desahucio de
su vivienda, pues obviamente no podía pagar la hipoteca. Aquella mujer,
desesperada y hundida, acabó finalmente por soltar una retahíla de reproches
contra los políticos y sobre todo contra los sindicatos, lo que me llevó a
pensar en mis adentros que en ella había calado bien hondo el mensaje de que
ellos eran los únicos culpables, ignorando de paso que los principales canallas
de esa historia de pesadilla son las grandes empresas y las entidades
financieras que han diseñado y perpetrado este desaguisado conocido comúnmente
como “crisis económica”.
Pensé durante el viaje en los millones de parados y de personas que,
llegadas al otoño de sus vidas, viven en la zozobra del posible despido, del
oscuro desempleo. Recordé también
a tantos muchachos y muchachas con la mochila repleta de curriculums que van
repartiendo por empresas y oficinas, sin éxito ni respuesta en buna parte de
los casos. Les hemos pedido esfuerzo y trabajo, cursos de idiomas, masters,
conocimientos de todo tipo y condición. Ahora ellos piden (¿cuándo empezarán a
exigirlo por las buenas o por las malas?) trabajo digno y estable, pero el
posible puesto de trabajo contemplado en la Reforma Laboral del Partido Popular
es precario, mal pagado y a merced de los intereses del dueño o del gestor o
del capataz de la empresa. Algunos de ellos quisieran hacer huelga, pero es
imposible hacer huelga sin trabajar. En todo caso, se limitarán a seguir
maldiciendo y protestando por esta estafa mundial y autóctona que, de hecho,
les esta privando de sus derechos constitucionales y humanos elementales
(trabajo, vivienda, sanidad, educación, vida digna, igualdad…).
Vienen los alfiles y los peones del PP proclamando que con su
anteproyecto de Ley de Trasparencia quedarán inhabilitados hasta 10 años los
cargos que falseen u oculten datos, pero todo puede quedar en agua de borrajas
al condicionar el posible delito a que se haya cometido “a sabiendas y de forma
idónea para causar perjuicio económico” a la Administración “o a su
calificación“, lo que, de hecho, significará que el delito y la lay apenas si
tendrán aplicación, cuando convenga. Para colmo, aclara la vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, que la
transparencia no tiene nada que ver con el Rey y la Casa Real. En esos mismos
momentos, mientras hablaba la vicepresidenta, pudo oírse una enorme explosión
en todo el país: el principio de igualdad, por enésima vez, había saltado por
los aires.
Los sindicatos convocantes de la huelga general del 29-M, fieles
cumplidores de la ley, han acordado con Fomento los servicios mínimos para la
jornada, lo cual es muy legal, pero a la vez chirriaría en los oídos de muchos
de los trabajadores que han hecho huelga en España, Europa y el mundo a lo
largo y ancho de los siglos XIX y XX. Habiendo recorrido solo el camino del
diálogo y la negociación, seguramente trabajaríamos hoy un mínimo de diez horas
diarias, seis días a la semana, en condiciones bastante más precarias, sin
vacaciones ni servicios sociales. Y es que los derechos laborales y cívicos no
se han ido arrancando de las manos del poder sobre todo a base de normas y
reglamentos, pactos y negociaciones, sino principalmente poniéndolo en trance
de elegir entre ceder razonablemente a las peticiones de la mayoría de la
ciudadanía trabajadora o que sus intereses se vean real y finalmente perjudicados.
¿Hay vida después del 29-M para los grupos políticos y los sindicatos?
Sigue dependiendo de ellos, y de las posibles fórmulas de lucha alternativas,
no-violentas, que decidieren poner en marcha. Por el momento, deben tomar buena
nota de las recientes elecciones andaluzas y asturianas: más de la mitad del
electorado ha preferido quedarse en su casa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Si lo deseas, puedes hacer el comentario que consideres oportuno.