El jueves pasado pudimos ver una magnífica fotografía del Consistorio
municipal de Zaragoza. Sobraron allí los comentarios, pues todos y cada uno de
sus componentes quedaron retratados con suma nitidez. Por iniciativa del grupo
municipal de Chunta Aragonesista, el Pleno Municipal debía dirimir por enésima
vez la retirada del salón de Plenos de un crucifijo, guardado habitualmente en
el despacho del alcalde, y de cualquier otro símbolo de signo confesional de
los recintos públicos municipales.
La moción de CHA no iba dirigida contra la religión ni sus símbolos, como
tampoco medió durante el Pleno una palabra antirreligiosa o anticlerical. Se
trataba solo de cumplir y hacer cumplir el mandato constitucional de que los
recintos, actos, representantes y símbolos de las instituciones del Estado no
tuviesen carácter confesional, pues son propios de toda la ciudadanía en su
conjunto, sin distinción ni discriminación alguna por razón de sus creencias e
ideologías.
En la fotografía efectuada el pasado jueves a lo largo del Pleno
Municipal el Partido Popular no dio lugar a ninguna duda: hizo, dijo y votó lo
que se esperaba, ya que el PP no engaña a sus votantes a la hora de mostrar y
demostrar de palabra y de obra su inequívoca proclividad a que el Estado
español sea confesional-católico. Así, votó en contra de la moción y despejó
cualquier duda en lo que al PP respecta.
Por su parte, los grupos municipales de IU y CHA votaron a favor de la
moción. En repetidas ocasiones, han instado a los sucesivos gobiernos
municipales a que los espacios, las celebraciones y los símbolos públicos,
comunes a toda la ciudadanía zaragozana, fuesen realmente aconfesionales: de
hecho, IU y CHA son las únicas referencias de carácter laicista a nivel
institucional dentro del Ayuntamiento. Lástima, sin embargo, que sus
convicciones aconfesionales no les impidiesen, por ejemplo, tomar posesión de
sus cargos recientemente en presencia de los mismos y otros símbolos de
carácter religioso que el jueves pasado pidieron retirar de los espacios
públicos municipales o, al menos, que solicitasen la celebración de otro acto
paralelo de posesión de sus cargos de carácter totalmente aconfesional.
El alcalde zaragozano, Juan
Alberto Belloch, también fue coherente con lo que había declarado días
antes sobre este asunto y con todo lo que ha ido perpetrando en años anteriores
en materia confesional (como botones de muestra, calle Josemaría Escrivá de Balaguer en la ciudad, o sus ostentosas
declaraciones y apariciones públicas en pro de la confesionalidad fáctica del
Ayuntamiento de Zaragoza). Resulta increíble y surrealista, pero el alcalde
socialista de la ciudad de Zaragoza votó, en solitario, lo mismo que el PP.
Esperé en los días posteriores alguna reacción, la que fuera, dentro de las
filas o de la cúpula socialista aragonesa, pero hubo silencio absoluto. De vez
en cuando podemos ver en la prensa algunas fotos de las personas más relevantes del PSOE aragonés que
van haciéndose con los hilos y el control del poder dentro del Partido. Sn
embargo, no han querido retratarse respecto al militante Belloch, lo cual es
una de las más grande y elocuentes fotografías del socialismo aragonés de los
últimos tiempos, si bien en dicha fotografía quien más, quien menos todos hacen
lo posible por aparecer finalmente de espaldas, o tapándose parcial o
totalmente la cara o ajustándose alguna de sus múltiples antifaces.
Esa misma fotografía pudo verse en el Pleno municipal del jueves pasado:
los y las ediles socialistas del Ayuntamiento de Zaragoza se abstuvieron. Ni
rico ni pobre, sino todo lo contrario. Ni sí ni no, sino todo lo contrario. Sin
postura, sin definición, sin mensaje a la ciudadanía, sin compromiso. ¿De que
se abstuvieron? ¿Por qué? ¿Para qué?
En el Pleno municipal en que se adjudicó una calle al fundador del Opus
Dei, todos los concejales socialistas votaron lo mismo que el PP, el PAR y el
alcalde Belloch, salvo una concejala que osó llevar a cabo la heroica y
temeraria acción de ausentarse del Pleno. El jueves pasado, el grupo socialista
se abstuvo, quizá por convicción o por conveniencia o por pura inercia.
El socialismo lleva absteniéndose desde hace años de sí mismo, de sus
signos de identidad. Nada ofrece, salvo el deplorable espectáculo de sí mismo.
Ha perdido millones de votos porque sus posibles electores se han encontrado
con que su voto iba a caer material y literalmente en el vacío. El socialismo
nació en Europa y en el mundo como cristalización de los anhelos y las
exigencias de libertad, justicia, redistribución de la riqueza,
librepensamiento, cultura, pan, tierra, paz y solidaridad. El socialismo fue un
impulsor de primer orden para que las utopías del mundo tuviesen cabida en las
mentes y los corazones de todos y cada uno de los hombres y las mujeres del
mundo. Y va y llegan los concejales socialistas de Zaragoza, posan, dicen
patata, se dispara el flash y… se abstienen.
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