Publicado en ATTAC Mallorca el 24 de abril de 2012
Hace unos 1.600 años, una tribu polinesia descubrió y colonizó la isla de
Pascua, a 3.700 kilómetros de Chile, sobre la que Kevin Reynolds hizo una película en 1994 titulada Rapa Nui, en la que cuenta unos hechos
históricos discutibles, pero con un tema central bastante seguro: la
destrucción de los inmensos y ricos bosques de la isla por parte de sus
habitantes.
Al parecer, tal deforestación pudo ser consecuencia de la construcción de
enormes estatuas de piedra (moáis) de
hasta ochenta y cinco toneladas y once metros de altura, que llevaron a los
aborígenes a emplear una cantidad ingente de árboles como rodillos para el
transporte de las piedras y como palancas para su levantamiento. Los habitantes
de la isla de Pascua creían ser los únicos habitantes del mundo y estar en el
centro del universo (de hecho, llamaban a la isla Te pito o te henua, que significa “el ombligo del mundo”) y
seguramente se sentían orgullosos de su obra: unas mil estatuas ciclópeas, de
las que aún podemos admirar hoy más de seiscientas.
Árbol a árbol, talando sin cesar sus bosques, fueron quedándose sin
fauna, sin flora y sin recursos. Con tal destrucción les llegó la hambruna,
dada la erosión del suelo y la falta de madera, de tal forma que de 100.000
habitantes apenas llegaban después a 7.000. En Rapa Nui no quedaron bosques,
animales y apenas seres humanos, pero sobre todo desapareció la identidad de un
pueblo: la historia tiene de vez en cuando silenciosos agujeros negros que
engullen todo lo que encuentran (en este caso, el pueblo y la cultura del
pueblo de la isla de Pascua).
En otro orden de cosas, actualmente se está produciendo en nuestro país
un fenómeno análogo: en aras de la reducción de la deuda y del déficit por
orden de los dioses del mercado, se ofrece a la población como única salida
recortar uno a uno, gota a gota, árbol a árbol, servicios básicos en educación,
sanidad y otros ámbitos sociales, necesarios para hacer realidad unos derechos
fundamentales, constitutivos del estado del bienestar. Como botones de muestra,
reducción o congelación del sueldo y horario del profesorado, ratio
alumnos/aula, personal de atención a la diversidad, refuerzo de la red privada
de enseñanza en detrimento de la pública, amnistía fiscal, copagos en farmacia
y atención sanitaria, rescates bancarios con el dinero de todos, congelación de
pensiones o subida de las mismas por debajo del coste de la vida, precarización
del contrato laboral, reducción drástica salarial y de los derechos laborales…
Una sociedad puede colapsar también por puro embrutecimiento, por simple
alienación de sí misma. En la Ley de Murphy se aconseja que si se está dentro
de un agujero, se deje de cavar. Por lo mismo, si un país está en crisis,
económica o de cualquier otro tipo, no hay que ir segando la hierba bajo los
pies, talando árboles, perpetrando recortes. La deuda pública española
representa solo el 23% de la deuda nacional, el resto corresponde al
endeudamiento privado, principalmente de las grandes empresas y entidades financieras.
Sin embargo, el peso de las medidas gubernamentales para atajar la crisis recae
fundamentalmente sobre la ciudadanía trabajadora y asalariada, así como en los
millones de desempleados, disparándose la diferencia entre una minoría muy rica
y los estratos sociales más crecientemente depauperados. También eso conduce al
colapso de un pueblo, al marasmo de su gente.
Dice el presidente del Gobierno español y del Partido Popular, Mariano Rajoy, que “el crecimiento
económico y la creación de trabajo” exigen muchos sacrificios, pero el pueblo
no atisba el menor brote verde de crecimiento y de trabajo. Rajoy pide un acto
de fe: el barco está en grave peligro de hundirse, pero a medio o largo plazo
todo quedará solucionado. Es decir, espera que el pueblo se crea que vivirá
pronto en un paraíso de exuberante vegetación y riqueza, pero que de momento
debe aguantar que cada mañana vengan con la sierra mecánica a talar más
árboles.
Según el historiador británico Arnold
J. Toynbee, la quiebra de una civilización es producto principalmente del
quebranto de lo que denomina “minoría creativa”, la cual posee una visión de una nueva sociedad,
adecuada para hacer frente a las necesidades y los desafíos existentes, y que
va degenerando en una “minoría dominante”, que fuerza a obedecer a la mayoría
sin merecer ni justificar esa obediencia.
Pocos dudarán ya de que las soberanías nacionales están siendo
suplantadas por una minoría dominante, por una oligocracia económica,
financiera y especuladora, que, como en Rapa Nui, se cree el ombligo del mundo,
pero en realidad depreda y saquea el mundo con violencia y
destrozo. ¿Seremos capaces de destruir sus fábricas de máquinas
aserradoras y hacer frente a quienes están talando nuestros bosques antes de
que llegue la deforestación final?
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