miércoles, 11 de abril de 2012

¿Ya has hecho los deberes?

Publicado hoy en El Periódico de Aragón


A veces viene bien a los adultos desempolvar experiencias almacenadas en la memoria. Por ejemplo, volver del colegio con un montón de “deberes” por hacer en casa. Al que no los entregaba al día siguiente, ya cumplimentados, se le podía caer el pelo, si bien el maestro parecía más interesado en que estuviesen hechos que en cómo lo estaban. La merienda quedaba supeditada a la realización de “los deberes” e incluso podía caerte un buen chaparrón en casa si no estaban hechos bien y a tiempo.
Sería una desmesura demonizar los deberes, como si solo aportasen aburrimiento y rutina. La consolidación de algunas tareas recién aprendidas o el aprendizaje de algunas actividades interesantes o lúdicas a realizar fuera del aula y del horario escolar puede ser atrayente y positivo. Sin embargo, en no pocos casos resulta difícil encontrar sentido y utilidad a los deberes escolares.
Ateniéndome a mi experiencia como docente de Secundaria, desde los 12 años el alumnado entra en el Instituto a las 8,30 horas de la mañana y sale a las 14,30 del mediodía para asistir a una ristra de asignaturas cada 50 minutos. Sobre esta base, no está de más preguntarse qué ocurre durante todo ese tiempo para que al llegar a casa tenga que volver a hacer trabajos o repasar ejercicios sobre esa misma materia. ¿No ha entendido? ¿No ha atendido? ¿No se ha enterado de las explicaciones? ¿Pasa de casi todo hasta el día anterior al examen de la materia?
Más preguntas: ¿por qué se asume comúnmente que, como el hijo o la hija “flojea” en los estudios, hay que buscar unas clases vespertinas suplementarias, particulares o en una academia? ¿Qué ha llevado a esa situación si esa misma mañana ese muchacho ha pasado seis horas supuestamente trabajando en el centro escolar? ¿Si no entiende, es porque el alumno es “algo cortito”? ¿Si suspende, es porque “no trabaja suficientemente” o “en clase está en Babia”? ¿Este es el nivel de análisis adecuado para que pueda mejorar este estado de cosas?
Los deberes escolares, como todo en la vida, han de tener un objetivo, un sentido, pero en ningún caso deberían ponerse como una rutina o una costumbre. Incluso algunos padres exigirirían al profesor que pusiera deberes a sus hijos en casa por temor de que, de lo contrario, iría en detrimento de su rendimiento escolar. Es posible también que, junto a los exámenes, los deberes en casa sirvan en algún caso de baremo definitivo de los escasos conocimientos finales que una parte relevante del alumnado muestra tras todo un curso escolar. Si alguien “va mal en los estudios” y suspende, es porque “estudia poco”. Prueba de ello es el examen suspendido o el deficiente cuaderno de tareas. Lo cual, aparte de tener su parte de verdad, no la muestra en su conjunto ni en su totalidad.
Los deberes, de existir, han de ser un complemento subsidiario de lo que previamente ha ocurrido en clase. Si allí no ha ocurrido apenas nada, de nada servirán los deberes. Si en clase casi todo se ha cogido por los pelos, los deberes estarán sumidos a menudo en un tedioso atasco con pocas salidas exitosas. Si en clase se ha entendido y trabajado bien, los deberes, en el mejor de los casos, serán de mero trámite.
Considerando el alto porcentaje de suspendidos, repetidores y abandonos, así como también el nutrido número de alumnos que a veces con gran sacrificio de sus padres tienen profesores particulares o acuden a academias privadas por las tardes, deberíamos preguntarnos si habría que rectificar también la dinámica misma del aula, la atención genuina y real a la diversidad de cada alumno y alumna, los programas escolares, los contenidos mismos de cada asignatura. Mientras se esté hablando de “deberes escolares” fuera del contexto real de las vidas del alumnado y sus familias, tales deberes remacharán el tedio, el desinterés y la resignación pasiva ante lo que acontezca en cada una de las seis horas de clase diurnas habidas día tras día a lo largo del curso escolar.
Hace unos días escuché las declaraciones de un presunto especialista en una emisora radiofónica acerca de “los deberes escolares”. Entre otras cosas, destacaba la importancia de que los padres (una vez más, se producía una devastadora amnesia acerca del profesorado) fuesen capaces de decir “no” a sus hijos, de ponerles límites y normas, para que no hiciesen lo que les diese la gana. Una vez más eché muy en falta que también se incitase a los padres y madres, al profesorado y a la sociedad entera a ser capaces sobre todo de inculcar a la gente joven un “sí” grande, hermoso, cargado de vida y de fuerza, de los horizontes y las metas que van apareciendo ante sus ojos a cada minuto de su vida, incluidas las seis horas lectivas diarias de clase, de lunes  a viernes, durante todo el curso escolar.

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