Publicado el 29 de mayo en ATTAC España
Publicado el 29 de mayo en ATTAC Mallorca
Comienza de forma casi imperceptible: una gota de agua se filtra en una
cueva transportando depósitos minerales. Tras esa gota van sucediéndose lentamente
otras muchas, que van dejando al caer una minúscula capa de calcita, hasta que
finalmente se forma una estalactita, producto de un proceso de siglos e incluso
milenios. A su vez, esas gotas de agua mineralizada van cayendo lentamente,
formando en el suelo estalagmitas. A lo largo de mucho tiempo, incluso llegan a
unirse estalactita y estalagmita, configurando así una columna dentro de la
cueva.
Así sucede también en y con nuestra existencia personal y colectiva. Van
sucediéndonos cosas, a menudo imperceptiblemente, quedando depositadas en
nuestras mentes y acabando por formar
parte de nuestra identidad. Nace así también en el inconsciente
colectivo la idea de que poco podemos hacer ante lo que va aconteciendo, como
si alguna entidad misteriosa estuviese por encima de nuestras voluntades
rigiendo nuestros destinos.
Son millones de pequeñas gotas vitriólicas que van corroyendo el ánimo.
Me pregunto, por ejemplo, qué habrá sido de esas tres bolsas de plástico negras
que contenían 1,5 millones de euros en billetes de 500, que fueron mutando en
1,2 millones a las pocas horas y en 450.000 euros al día siguiente en la
comisaría de policía. La pregunta no interpela solo a las dueñas del dinero,
unas monjas cistercienses de
Zaragoza, sino sobre todo a la policía, la inspección de Hacienda y la fiscalía
que deben de estar investigando (¿o no?) sobre el caso. Y a los medios de
comunicación. La cosa es que nada ha vuelto a saberse, bien por el fugaz devenir
de las noticias o más bien por el posible interés de algunos por que todo quede
enterrado en el monte del olvido.
Y sigue el goteo. El fiscal limita la responsabilidad del Yak-42 a solo
dos de los seis mandos imputados y el Gobierno acaba por indultarlos de la
inhabilitación especial por falsear la identidad de 30 de los 62 militares
fallecidos. Entretanto, Federico Trillo,
por aquel entonces flamante ministro de Defensa (¡viva Honduras!), ostenta su
nuevo cargo de embajador de España en el Reino Unido.
Otra gruesa gota de calcita (¿o es ácido sulfúrico?): el Gobierno de Zapatero, perpetra uno de sus últimos
descomunales yerros e indulta apresuradamente también al consejero delegado del
Banco Santander, Alfredo Sáenz, de
la condena de tres meses de arresto e inhabilitación que le había impuesto el
Tribunal Supremo. Por no irle a la zaga, el Gobierno de Rajoy, tras autorizar subidas de precios en la electricidad y el
gas, aprueba una amnistía fiscal que permite a los defraudadores y evasores regularizar
el dinero negro evadido y defraudado a cambio de pagar un simple gravamen del
10%.
Crece la estalactita dentro de nosotros, a la vez que escuchamos sin
cesar el mensaje de que es idiota quien aún espera igualdad y justicia en el
mundo, pues solo parece realista y válido sumarse al reducido montón de ricos,
“winners” y demás sanguijuelas de la
población nacional y mundial que viven cada vez mejor a costa de la ruina del
resto. Se derrumban cajas y bancos por todo el suelo hispano, pero sus
dirigentes salen de rositas, además de forrados a base de indemnizaciones, pensiones
y blindajes varios, en lugar de ir al juzgado y a la cárcel. Juegan con ese
gota a gota sobre cada uno de nosotros para no salir a la calle a reclamar por
las buenas (o por las malas, depende de ellos) justicia e igualdad.
Los dependientes deben hacer aún más deberes para poder ser atendidos,
pues el Gobierno ha decidido endurecer las condiciones para poder ser tenidos
en cuenta. Para colmo, a Carlos Dívar,
presidente del TS y del CGPJ, no le ha rozado todavía una mosca, pero Arnaldo Otegi sigue en la cárcel hasta
2016 por razones que enrojecen al observador neutral.
Entre todo este trepidar de la estalactita que va creciendo día a día
dentro de cada uno de nosotros, algunos ayuntamientos se caen del guindo y
estudian cobrar el IBI a la iglesia católica. Hacen lo que algunas
asociaciones, como Europa Laica, llevan reclamando desde hace años, si bien
ajustando mejor el punto de mira: mientras estén vigentes el Concordato de 1953
y los Acuerdos de 1979 entre el Estado Español y la “Santa Sede” (¡), la
iglesia católica goza de exención total, entre otros, de los
Impuestos sobre Sucesiones y Donaciones y Transmisiones Patrimoniales, de la
Contribución Territorial Urbana de los siguientes inmuebles, de los impuestos
reales o de producto, sobre la renta y sobre el patrimonio y de las
contribuciones especiales y de la tasa de equivalencia, así como a los
beneficios fiscales previstos para las entidades sin fin de lucro. Esos
alcaldes deberían ante todo preguntar a sus partidos y dirigentes por qué
llevan treinta años sin osar poner en cuestión ni el Concordato ni los
Acuerdos.
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