Publicado en ATTAC España
Vayamos al grano. El 2% de las personas más ricas poseen más de la mitad
de la riqueza mundial. Han conseguido desregular todos sus negocios,
cambalaches, trapicheos, transacciones y operaciones, por los que mueven
centenares de billones de dólares al día en los mercados de derivados y de
compraventa de monedas. Para más recochineo, ocultan su dinero evadido y
defraudado en paraísos fiscales (9,2 billones, según la Red Mundial de Justicia Global). Además,
privatizan todo lo que puede reportarles ganancia, arrojan sobre las espaldas
del dinero público las jugadas que les salen mal y convierten a los países en
deudores para después hacerles pagar su deuda a base de recortar servicios
básicos y aumentar el número de desempleados.
Es baldío esperar que algún gobierno u organismo mundial arbitre alguna
solución en medio de este caos, pues los dueños del dinero y de la guerra
continuarán rapiñando impunemente todo lo que puedan. Nuestros Gobiernos de
turno, al servicio y a las órdenes de los “mercados”, repiten que los recortes
(¡los llaman “ajustes”! ¿A qué pretenden ajustarnos?) son por nuestro bien, para
crecer económicamente y para crear empleo, pero nos mienten: los ricos cada vez
son más ricos, crece exponencial y obscenamente la diferencia entre los sueldos
de los altos ejecutivos y los del trabajador medio, y con tanta reforma laboral
aumenta una mano de obra de usar y
tirar, junto a un enorme número de parados.
Leemos en la obra Hay Alternativas,
que en España una pequeña élite de 1.400 personas (el 0,0035 % de
la población española), controla recursos que equivalen al 80,5 por ciento del
PIB. Ese es el sistema que quiere el poder militar y financiero y que entre
todos debemos demoler. Nos mienten al decir que el aumento de riqueza beneficia
a todos o que lo privado es más efectivo que lo público. Para colmo, con su FMI
y su Banco Mundial han llevado a la esclavitud a no pocos países, y a pesar de
su nombre el BCE, solo al servicio del gran capital, está haciendo por omisión
lo mismo con países de la UE, entre ellos España.
Sin entrar ahora en si la deuda española es odiosa, legítima
o ilegítima, en cualquier caso no es ni mía ni del pueblo, pues ha sido
contraída por los sucesivos Gobiernos sin nuestra autorización y conocimiento.
Se trata de una enorme cantidad de dinero no destinada para beneficio del
pueblo, sino para la especulación empresarial y bancaria y para el impune e
injusto beneficio del prestamista. Así, el Gobierno destina dinero público a
espuertas y a mansalva a rescatar bancos y entidades financieras, en lugar de
beneficiar a la población, cada vez más depauperada y con medios más escasos
para ganarse la vida dignamente.
Pretenden
imponernos sus dogmas; por ejemplo, que la propiedad privada es un principio
intocable, sin distinguir, por ejemplo, entre la casa comprada honradamente por
un trabajador y las gigantescas propiedades de la Iglesia o de la nobleza. Hay
que dinamitar sus dogmas, hay que ponerse a la acción, pues pretenden privarnos
de derechos laborales y cívicos fundamentales, de servicios básicos, como la
educación y la sanidad públicas, de calidad y gratuitas, conquistados tras
décadas de lucha y esfuerzo.
Debemos
rechazar activamente vivir en un mundo donde diariamente mueren de hambre 35.000 personas y unos 2.700 millones de
seres humanos carecen de acceso al agua limpia, lo que causa la muerte de unas
5.500 personas cada día del año. El sistema capitalista impone un mundo donde
el 50% de los trabajadores gana menos de 2 dólares, sin ningún tipo de contrato
o de protección social; donde unos 2.000 millones malviven en situación de
extrema pobreza. Por eso mismo en las escuelas y las universidades debería
enseñarse todo esto como la asignatura troncal más importante de la
educación.
Ese
es su sistema. No hemos de oponernos solo a sus delirantes recortes económicos
y sociales, sino que debemos derribar el sistema mismo, votar solo a quienes
propongan sincera y honradamente ese objetivo, a quienes encabecen la lucha por
otro mundo, sostenible, justo, laico, no violento, habitado por personas
libres, iguales, con todos los derechos humanos realmente efectivos en sus
vidas.
Hemos
de decir basta ya de palabras, de programas políticos mendaces y de engaños. El
poder proviene del pueblo y nunca debe estar en contra del pueblo ni suplantar
a una verdadera democracia. Precisamente por ello, dado que el capitalismo es,
de hecho, una fuente de corrupción, al servicio del beneficio rapaz y contrario
al justo reparto de la riqueza, a un gobernante no le es lícito descansar
mientras haya seres humanos explotados, sin trabajo o sin vivienda.
No hemos de escondernos o
avergonzaros si por ello nos llaman soñadores, utópicos o perroflautas. La
utopía es posible. La utopía es más necesaria que nunca.
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