Soy aragonés, y una de las primeras cosas que aprendí de niño es que en
esta tierra podemos batir récords sin demasiado esfuerzo.
Recuerdo, por ejemplo, cuando en el zaragozano estadio de fútbol de La
Romareda estrenaron por primera vez iluminación eléctrica. Corrió como la
pólvora la noticia de que en la ciudad disfrutábamos de la mejor iluminación eléctrica que había en toda
Europa. Fue uno de los momentos en que más amé a mi tierra.
Por aquel entonces se inauguró también en la ciudad una nueva iluminación
de la fuente situada en Plaza Paraíso. Ni que decir tiene que me dijeron de
buena tinta que se trataba de la fuente mejor iluminada de España (¿o de
Europa, también? No recuerdo…). No me extrañó nada la noticia, la verdad…
Aprendíamos también de muy niños una jota que decía que la Virgen del
Pilar no quiere ser francesa, sino capitana de la tropa aragonesa. Desconozco
el espíritu belicoso y combativo de esa señora (poco conciliable con las
teorías de su hijo y el poner la otra mejilla en caso de que te arreen un
tortazo en una mejilla). Desconozco igualmente su ambición por ocupar un cargo
de oficial en el ejército: capitana. Lo que escama más es su xenofobia, en este
caso, contra los franceses, y de paso, su contribución a la infausta llegada
del Borbón Fernando VII.
Extraña sobre todo esa xenofobia, si tenemos en cuenta que María de
Nazaret, conocida en Aragón como “virgen del Pilar”, es una mujer judía de pura
cepa, y a muchos judíos no les fue precisamente bien en tierras aragonesas y
españolas. ¿Qué les han hecho los franceses a los judíos, a ver?
Pero los aragoneses somos así. ¿Qué a los demás se les ha aparecido María
de Nazaret, mediante pastorcillos, labriegos, soldados, curas, monjas, niños…,
en los lugares y con los mensajes más insospechados? Pues bien, en Aragón se
aparece en vida, antes de morir, ya muy entrada en años, a fin de consolar a
uno de los discípulos de su hijo, desanimado con tanta cabezonería maña.
Examínense los registros históricos y eclesiásticos, y podrá comprobarse que
solo la ciudad de Zaragoza tiene el honor de recibir la visita de la Virgen aún
¡”en carne mortal”! Nadie discutirá que este hecho rebasa con creces los
récords posteriores de la iluminación eléctrica del estadio de La Romareda o de la fuente central de plaza
Paraíso.
La Virgen se ha ido apareciendo sobre un árbol, una gruta, una montaña o
cualquier otro sitio susceptible de erigir después una basílica o una ermita.
Pero los aragoneses contamos también con otro portento más en el elenco de sus
apariciones. A aquella señora, ya muy anciana, no se le ocurre otra cosa mejor
que subirse a una columna para aparecerse a Santiago (el mismo a quien el
pueblo español debe tantas gloriosas victorias militares, principalmente contra
los sarracenos). No consta que la Virgen hubiere realizado aún en vida un
alarde físico-gimnástico de tal envergadura como su aparición en tierras
aragonesas. En conmemoración de tal aparición, tan arriesgada para su
integridad física, dada su edad, hoy es conocida precisamente como “Virgen del
Pilar” o de la “Columna”.
Desde el mismo ardoroso espíritu y con el vibrar guerrero que jamás debe
abandonar a un patriota, aunque también con el primer y reglamentario cartucho
de fogueo, cantemos y cantemos:
“Junto al Ebro echo
una jota
en cuanto el Pilar se cierra,
pa que se entere la Virgen
de que estoy de centinela”.
en cuanto el Pilar se cierra,
pa que se entere la Virgen
de que estoy de centinela”.
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