Desde hace
tiempo, los miembros del Gobierno y de la cúpula del PP recitan incansablemente
el mantra “todo mira al crecimiento económico y a la creación de empleo”. Sin
embargo, además de que el desempleo sigue aumentando con escasos visos de
mejora, tampoco explican qué es lo debe crecer ni a costa de qué ni hasta
cuándo ni hasta dónde. En la naturaleza crecemos durante un período de nuestra
vida y después nos mantenemos así hasta ser reemplazados por otras personas,
más jóvenes, sujetas a este mismo proceso. El crecimiento sin fin es una
quimera. Si, por ejemplo, los humanos creciéramos sin límite seríamos unos
monstruos. Crecer sin fin para producir sin fin y consumir sin fin ni es
posible ni sostenible.
Aún
recitan otro manta más: “no hay otras alternativas a lo que está sucediendo y a
lo que estamos haciendo”. Pero sí las hay, sin que ello signifique recortar
derechos o mermar sistemáticamente el estado del bienestar, principalmente en
el ámbito de los derechos y servicios sociales fundamentales. Por eso mismo, la
ciudadanía debe organizarse y rebelarse, porque otro mundo es posible.
Es preciso
vivir libres, iguales y solidarios, sin que nos dicten sus normas y sus valores
vitriólicos los predicadores de la competitividad y la codicia a costa de todos
los demás. Es posible una justa distribución de los recursos económicos en el
mundo, la erradicación de la pobreza y la ignorancia, la eliminación de los
casinos financieros, la implantación de un impuesto a todas las transacciones financieras
efectuadas en el mundo real o virtual.
Para ello
es necesario que la inmensa mayoría arrebate su riqueza y su poder a una
minoría que domina los medios, las decisiones políticas y las instituciones
económicas y financieras, que alimenta y se lucra sin límites con la crisis
económica. Hay que perderles el miedo y el respeto alienante, hay que sumarse a
la rebelión contra un sistema que pretende perpetuar la injusticia. Son
alternativas que están en nuestras manos, si hacemos frente al poder económico,
político y militar, en manos de una
minoría, si exigimos tolerancia cero con cualquier tipo de corrupción
política y económica, si realmente somos iguales ante la ley.
Nos negamos a rescatar con nuestro dinero los
pozo negros y la deuda ilegítima de los bancos y las entidades financieras. Más
aún, debemos exigirles pública e institucionalmente cuentas ante los
tribunales, tal como ya ha ocurrido en Islandia y otros países. Debemos hacer frente a la guerra de clases sin
cuartel que están llevando a cabo desde el capitalismo neoliberal, dejar
abierta la puerta a la objeción fiscal contra los gastos militares y la
financiación de las confesiones religiosas con dinero público. De hecho,
tampoco caben en nuestro mundo Concordatos y Acuerdos con ninguna iglesia. No
es negociable el derecho a la felicidad personal y colectiva ni la necesidad de
que las mujeres y los hombres vivamos en plena igualdad y libertad.
Tenemos
derecho a una muerte digna como continuación natural de una vida igualmente
digna, a disponer libre y responsablemente de la propia vida, sin que ninguna
institución o ideología puedan suplantar o anular la conciencia, la libertad y
el derecho de cada persona a decidir y disponer sobre su propia vida y su
propio acabamiento. Asimismo, es hora de exigir un Estado laico y aconfesional,
donde las instituciones y sus representantes sean libres e independientes de
cualquier condicionamiento proveniente de instituciones de carácter privado,
donde no deben estar presentes la ideología y la simbología de ninguna
confesión religiosa.
Tampoco
son negociables el acceso libre y universal a la salud, la educación pública y
laica como mínimo hasta los 16 años, el derecho a descansar dignamente después
de toda una vida de brega y de trabajo. Tampoco es negociable la obligación del
gobernante de hacer realidad el derecho al trabajo, a una vida digna, a una
vivienda digna. En el mundo entero debe imperar solo la justicia y el
cumplimiento de los derechos humanos, sin dejar nada hipócritamente en manos de
la beneficencia. Debemos comprender finalmente que es una locura suicida
mantener un mundo insostenible, en manos del beneficio privado y del afán de
lucro de unos pocos. El aire, el agua, la energía han de ser limpios,
sostenibles, de todos y controlados por todos y en beneficio de todos.
Queremos
un mundo de personas cultivadas desde la razón y la inquietud incesante por
conocer y compartir, por formarnos más como humanos, libres, sin dogmas ni
supersticiones, con criterio propio.
También constituye un derecho ciudadano decidir en qué modelo de país y
con qué tipo de jefatura de Estado preferimos vivir.
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ResponderEliminarencanta otro detalle. Nunca olvido inmortalizarlo en fotos.
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