martes, 27 de julio de 2010

Lapidan los ortodoxos



Artículo a publicar mañana, miércoles, en El Periódico de Aragón

Llevamos una temporada recibiendo información y peticiones de solidaridad para Sakineh Mohammadi Ashtiani, una mujer iraní condenada a ser lapidada hasta su muerte, tras ser declarada culpable por un tribunal iraní de mantener una “relación extramatrimonial”. Anteriormente, había recibido ya 99 latigazos por tener una "relación ilícita" con dos hombres, Ciertamente, pone los pelos de punta que en el año 2010 (o en 1431, según el calendario musulmán) se condene a un ser humano a morir por hacer de su cuerpo y su sexualidad lo que libremente haya decidido.
A estas alturas, debería ser indiferente si la Sharia islámica, el Corán, el Talmud, la Biblia o el sursuncorda incluyen o no la lapidación como una modalidad de pena de muerte por voluntad de un dios o de algún alienígena de una galaxia remota. Simplemente, se trata de una aberración criminal que tendría que ser desterrada para siempre y que atenta contra los derechos humanos, la ética y la estética más elementales.
Cabe preguntarse, sin embargo, a qué se debe principalmente el horror que nos produce la lapidación. Llama la atención, por ejemplo, que en una película de tanto éxito como Ágora, de Alejandro Amenábar, no se narrase la verdadera muerte de Hipatia (en realidad, una mujer de unos sesenta años que había cometido el delito de pensar, investigar y enseñar libremente): golpeada por unos fanáticos cristianos, arrastrada por toda Alejandría, desnudada en la catedral, golpeada allí de nuevo y descuartizada con tejas, paseados sus trozos por las calles y finalmente calcinados. ¿Por qué quedaron silenciados estos hechos y, en cambio, hay tal profusión de noticias, imágenes y vídeos sobre lapidaciones? ¿Cuestión solo de estética?
Como Javier Krahe ya cantaba hace un montón de años, los seres inhumanos nos hemos ido matando de las formas más refinadas: “Es un asunto muy delicado el de la pena capital, porque además del condenado, juega el gusto de cada cual”. Descuartizados, desollados, agarrotados, ahorcados, crucificados, decapitados, quemados, empalados, fusilados, gaseados, carbonizados en silla eléctrica… Centenares de modalidades, en fin, de acabar con la vida ajena. Y lo más horrendo es que en casi todos los casos, esos crímenes se han perpetrado por orden de una supuesta autoridad y en defensa de unas ideas que constituían la ideología y la moral social de una época.
Así puede acabar muriendo Sakineh Mohammadi Ashtiani para vergüenza de cuantos se tengan por humanos: tapada con una tela, enterrada hasta los hombros o el cuello, blanco inerme de una multitud de malnacidos y enajenados que le tiran piedras hasta su muerte ("no tan grandes como para matar a la persona de uno o dos golpes ni tan pequeñas como para no poder considerarlas piedras", según el artículo 104 del Código Penal iraní). Causa espanto una mujer lapidada, pero produce aún más pavor la alienación de quienes apedrean, obedientes a quienes justifican y ordenan tales asesinatos.
Los jueces y los verdugos son clones a lo largo de la historia: la Biblia judeocristiana, por ejemplo, manda que toda la comunidad hará morir apedreado al blasfemo (Ex 24,14) y que los hombres de la ciudad lapidarán hasta la muerte a la joven que no vaya virgen al matrimonio (Dt 22, 20-21). Después vienen los trileros de la interpretación intentando maquillar el espanto, pero lo único real es el asesinato, la manipulación del pueblo, la víctima. Si alguien pretende indagar el verdadero significado de Yihad (combate o fuera santa islámica), se encontrará con que la palabra sirve para la purificación espiritual del alma y a la vez para sembrar de muertos una plaza repleta de supuestos infieles, enemigos de la rama del islam a la que se pertenezca. 
Una de las palabras más dañinas a lo largo de la historia de la humanidad es “ortodoxia” y quienes más han incitado, consentido, justificado y bendecido asesinatos han sido los presuntos ortodoxos. En realidad, ortodoxia y heterodoxia, herejes y paganos, mártires y terroristas, santos y fanáticos son epítetos que reciben unas u otras personas en una determinada sociedad, según estén adscritas o no al bando de los poderosos.
En la antigua Grecia,  “doxa”, traducido comúnmente como opinión, constituía el escalón más inferior del conocimiento. Luego han ido viniendo unos energúmenos, diciendo  que esa opinión puede ser la “recta” (orto-doxia) o la “desviada” (hetero-doxia). Por supuesto, la opinión de tales energúmenos es siempre la correcta, y por eso ellos se nombran rectores y jueces de las ideas y las vidas de los demás. A cuantos disientan de su ortodoxia los tildarán de “heterodoxos”, “pecadores “herejes”, etc. Y mientras los energúmenos estén próximos al poder, harán creer al pueblo que su ortodoxia ha quedado transformada en la única y absoluta Verdad (con mayúscula).  
Ahora pretenden lapidar a Sakineh Mohammadi Ashtiani. Malditos sean ellos y todas sus ortodoxias

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Si lo deseas, puedes hacer el comentario que consideres oportuno.