Artículo a publicar mañana, miércoles, en El Periódico de Aragón
A estas alturas, debería ser indiferente si la Sharia islámica,
el Corán, el Talmud, la Biblia o el sursuncorda incluyen o no la lapidación
como una modalidad de pena de muerte por voluntad de un dios o de algún
alienígena de una galaxia remota. Simplemente, se trata de una aberración
criminal que tendría que ser desterrada para siempre y que atenta contra los
derechos humanos, la ética y la estética más elementales.
Cabe preguntarse, sin embargo, a qué se debe principalmente
el horror que nos produce la lapidación. Llama la atención, por ejemplo, que en
una película de tanto éxito como Ágora, de Alejandro
Amenábar, no se narrase la verdadera muerte de Hipatia (en realidad, una mujer de unos sesenta años que había
cometido el delito de pensar, investigar y enseñar libremente): golpeada por
unos fanáticos cristianos, arrastrada por toda Alejandría, desnudada en la
catedral, golpeada allí de nuevo y descuartizada con tejas, paseados sus trozos
por las calles y finalmente calcinados. ¿Por qué quedaron silenciados estos
hechos y, en cambio, hay tal profusión de noticias, imágenes y vídeos sobre
lapidaciones? ¿Cuestión solo de estética?
Como Javier Krahe
ya cantaba hace un montón de años, los seres inhumanos nos hemos ido matando de
las formas más refinadas: “Es un asunto muy delicado el de la pena capital,
porque además del condenado, juega el gusto de cada cual”. Descuartizados,
desollados, agarrotados, ahorcados, crucificados, decapitados, quemados,
empalados, fusilados, gaseados, carbonizados en silla eléctrica… Centenares de
modalidades, en fin, de acabar con la vida ajena. Y lo más horrendo es que en
casi todos los casos, esos crímenes se han perpetrado por orden de una supuesta
autoridad y en defensa de unas ideas que constituían la ideología y la moral
social de una época.
Así puede acabar muriendo Sakineh Mohammadi Ashtiani para vergüenza de cuantos
se tengan por humanos: tapada con una tela, enterrada hasta los hombros o el
cuello, blanco inerme de una multitud de malnacidos y enajenados que le tiran
piedras hasta su muerte ("no tan grandes como para matar a
la persona de uno o dos golpes ni tan pequeñas como para no poder considerarlas
piedras", según el artículo 104 del Código Penal iraní). Causa espanto una mujer
lapidada, pero produce aún más pavor la alienación de quienes apedrean, obedientes
a quienes justifican y ordenan tales asesinatos.
Los jueces y los verdugos son clones a lo largo de la historia: la Biblia
judeocristiana, por ejemplo, manda que toda la comunidad hará morir apedreado
al blasfemo (Ex 24,14) y que los hombres de la ciudad lapidarán hasta la muerte
a la joven que no vaya virgen al matrimonio (Dt 22, 20-21). Después vienen los
trileros de la interpretación intentando maquillar el espanto, pero lo único
real es el asesinato, la manipulación del pueblo, la víctima. Si alguien
pretende indagar el verdadero significado de Yihad (combate o fuera santa
islámica), se encontrará con que la palabra sirve para la purificación
espiritual del alma y a la vez para sembrar de muertos una plaza repleta de
supuestos infieles, enemigos de la rama del islam a la que se pertenezca.
Una de las palabras más dañinas a lo largo de la historia de
la humanidad es “ortodoxia” y quienes más han incitado, consentido, justificado
y bendecido asesinatos han sido los presuntos ortodoxos. En realidad, ortodoxia y heterodoxia,
herejes y paganos, mártires y terroristas, santos y fanáticos son epítetos que
reciben unas u otras personas en una determinada sociedad, según estén
adscritas o no al bando de los poderosos.
En la antigua
Grecia, “doxa”, traducido comúnmente
como opinión, constituía el escalón más inferior del conocimiento. Luego han
ido viniendo unos energúmenos, diciendo
que esa opinión puede ser la “recta” (orto-doxia) o la “desviada”
(hetero-doxia). Por supuesto, la opinión de tales energúmenos es siempre la
correcta, y por eso ellos se nombran rectores y jueces de las ideas y las vidas
de los demás. A cuantos disientan de su ortodoxia los tildarán de
“heterodoxos”, “pecadores “herejes”, etc. Y mientras los energúmenos estén
próximos al poder, harán creer al pueblo que su ortodoxia ha quedado
transformada en la única y absoluta Verdad (con mayúscula).
Ahora pretenden lapidar
a Sakineh
Mohammadi Ashtiani. Malditos sean ellos y todas sus ortodoxias
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