martes, 24 de agosto de 2010

Arrugas

Artículo a publicar mañana, miércoles, en El Periódico de Aragón


Cuando eres joven, normalmente rebosas de buena salud y toda la fuerza de la naturaleza parece poder con cuanto te saliere al paso. El tiempo pareces tenerlo entre los dedos, de tal forma que cuando alguien te habla del futuro te suena a una película de ciencia ficción. Forcejeas, algo a ciegas, por hacerte un hueco en el mundo de tus intereses y tus querencias, en ocasiones también en el corazón de quien te sientes perdidamente enamorado. Los grandes escollos en la vida parecen reducirse a las notas de final de curso, los exámenes, el amor no correspondido, las siempre inoportunas espinillas, la competencia del compañero que cuenta mejor chistes, es mejor deportista, más alto, más simpático, y con más pasta en el bolsillo para invitar y para epatar. Cuando eres joven, comienza un año nuevo y te preocupa sobre todo qué te pones y con quién quedas para la fiesta de la Nochevieja. Cuando eres joven, el mundo está en tus manos, que crees capaces de modelar la vida a tu antojo.
Después, pasan los años y te vas comprando una mountainbike con casco protector, haces footing con cinta de marca sobre la frente, te apuntas a un gimnasio o te pones a hacer largos en una piscina cubierta, a fin de rebajar tripa y dejarte relativamente presentable. Pero la ley de la entropía es implacable: la energía se transforma, sí, pero en una sola dirección, de tal forma que un plato, por ejemplo, tarde o temprano acabará por estropearse y romperse, pero jamás un plato roto volverá  a ser el plato nuevecito y reluciente recién comprado en la tienda. Un día, ante el espejo, un dedo misterioso escribe sobre el cristal empañado que la juventud y la plenitud de la madurez se han ido y nadie sabe como ha sido. Entonces, te percatas de las mutaciones que lenta e inexorablemente han ido transformando día a día el cuadro que tienes ante tus ojos.
A partir de ese día, lees por la calle lo que antes te pasaba desapercibido: productos antiarrugas que retrasan el proceso de envejecimiento y dejan la piel más joven, productos antiedad que estimulan la piel y aportan nutrientes mágicos (alguno existe que contiene “veneno de víbora”). Incluso algún otro producto quiere convencerte de que restaura “la potencia, libido y sexualidad”, a la vez que te sientes afectado por la rotundidad de los mensajes en algún prospecto: “el envejecimiento se pensaba como un proceso inevitable. Ahora los doctores y los científicos conjuntamente piensan del envejecimiento como una enfermedad”.  Y tú, entonces, corres el riesgo de sacar la amarga conclusión definitiva de que estás irremediablemente enfermo.
Pero no puedes dejar de mirarte. Quizá tengas la suerte de llegar a saber que las arrugas y las cicatrices  más profundas son interiores. De hecho, las que observas ante el espejo no son sino señales que han ido emergiendo desde tu interior. Has cruzado valles interminables y ascendido centenares de colinas romas y neutras, has sobrevivido a todos tus gozos y todas tus sombras, y de vez en cuando cuentas estrellas con otros, en noches cerradas, subidos al tablón que habéis hallado y compartido tras el enésimo naufragio.  No sé si has llegado aún a comprender que cada una de esas arrugas externas e interiores conforma tu identidad y expresa tu dignidad. Esos brazos cada vez menos vigorosos hablan de tu fuerza, al igual que tus limitaciones crecientes te configuran como netamente humano, con sus vivencias y su historia.
Hay quien sigue creyendo que le quedan años por vivir (aunque nadie conoce con certeza si seguirá vivo dentro de cinco minutos) y ahorra y acumula y planea sin descanso, hipotecando el momento presente por lo que le pudiere venir. Tú, en cambio, educa tu mirada. Sé tú, construye tu vida con placer y por placer, mira poco hacia atrás, no temas ante lo porvenir, vive plácidamente el presente, intenta que cada instante sea una celebración. Recuerda, la vida siempre es hermosa y valiosa, como tú, si logras descubrirte así ante el espejo.
No eres perfecto. No eres joven. No respondes a los actuales cánones estéticos de belleza. Has envejecido. Lo prueba tu cuerpo y tu alma. Envejecer no solo es deterioro, pues conlleva también un enorme tesoro de experiencias y perspectivas vitales, a pesar de que algunos no lo vean así y quieran vivir hasta el último día de sus vidas bajo la dictadura de lo inmarcesible como única referencia. Vive serenamente, a sabiendas de que  cada etapa tiene su propio afán. Disfruta de tus amigos y tus aficiones, paladea esa delicada irradiación  que emana de cada una de tus arrugas, exteriores e interiores.
Y cuando llegue la próxima Nochevieja, no hagas más planes, ni te reproches nada ni te hagas otra promesa que la de llevar una buena vida y una vida buena. Si lo que ves en el espejo es bello y digno, tu vida entera también lo será.  

1 comentario:

  1. Tus artículos, como siempre, para quitarse el sombrero. Un fuerte abrazo de tus amigos ;)

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