Cuando eres
joven, normalmente rebosas de buena salud y toda la fuerza de la naturaleza
parece poder con cuanto te saliere al paso. El tiempo pareces tenerlo entre los
dedos, de tal forma que cuando alguien te habla del futuro te suena a una película
de ciencia ficción. Forcejeas, algo a ciegas, por hacerte un hueco en el mundo
de tus intereses y tus querencias, en ocasiones también en el corazón de quien
te sientes perdidamente enamorado. Los grandes escollos en la vida parecen
reducirse a las notas de final de curso, los exámenes, el amor no
correspondido, las siempre inoportunas espinillas, la competencia del compañero
que cuenta mejor chistes, es mejor deportista, más alto, más simpático, y con
más pasta en el bolsillo para invitar y para epatar. Cuando eres joven,
comienza un año nuevo y te preocupa sobre todo qué te pones y con quién quedas
para la fiesta de la Nochevieja. Cuando eres joven, el mundo está en tus manos,
que crees capaces de modelar la vida a tu antojo.
Después, pasan
los años y te vas comprando una mountainbike con casco protector, haces footing
con cinta de marca sobre la frente, te apuntas a un gimnasio o te pones a hacer
largos en una piscina cubierta, a fin de rebajar tripa y dejarte relativamente
presentable. Pero la ley de la entropía es implacable: la energía se transforma,
sí, pero en una sola dirección, de tal forma que un plato, por ejemplo, tarde o
temprano acabará por estropearse y romperse, pero jamás un plato roto volverá a ser el plato nuevecito y reluciente recién
comprado en la tienda. Un día, ante el espejo, un dedo misterioso escribe sobre
el cristal empañado que la juventud y la plenitud de la madurez se han ido y
nadie sabe como ha sido. Entonces, te percatas de las mutaciones que lenta e
inexorablemente han ido transformando día a día el cuadro que tienes ante tus
ojos.
A partir de
ese día, lees por la calle lo que antes te pasaba desapercibido: productos
antiarrugas que retrasan el proceso de envejecimiento y dejan la piel más
joven, productos antiedad que estimulan la piel y aportan nutrientes mágicos (alguno
existe que contiene “veneno de víbora”). Incluso algún otro producto quiere
convencerte de que restaura “la potencia, libido y sexualidad”, a la vez que te
sientes afectado por la rotundidad de los mensajes en algún prospecto: “el
envejecimiento se pensaba como un proceso inevitable. Ahora los doctores y los
científicos conjuntamente piensan del envejecimiento como una enfermedad”. Y tú, entonces, corres el riesgo de sacar la
amarga conclusión definitiva de que estás irremediablemente enfermo.
Pero no
puedes dejar de mirarte. Quizá tengas la suerte de llegar a saber que las
arrugas y las cicatrices más profundas
son interiores. De hecho, las que observas ante el espejo no son sino señales
que han ido emergiendo desde tu interior. Has cruzado valles interminables y
ascendido centenares de colinas romas y neutras, has sobrevivido a todos tus
gozos y todas tus sombras, y de vez en cuando cuentas estrellas con otros, en
noches cerradas, subidos al tablón que habéis hallado y compartido tras el
enésimo naufragio. No sé si has llegado
aún a comprender que cada una de esas arrugas externas e interiores conforma tu
identidad y expresa tu dignidad. Esos brazos cada vez menos vigorosos hablan de
tu fuerza, al igual que tus limitaciones crecientes te configuran como
netamente humano, con sus vivencias y su historia.
Hay quien
sigue creyendo que le quedan años por vivir (aunque nadie conoce con certeza si
seguirá vivo dentro de cinco minutos) y ahorra y acumula y planea sin descanso,
hipotecando el momento presente por lo que le pudiere venir. Tú, en cambio, educa
tu mirada. Sé tú, construye tu vida con placer y por placer, mira poco hacia
atrás, no temas ante lo porvenir, vive plácidamente el presente, intenta que cada
instante sea una celebración. Recuerda, la vida siempre es hermosa y valiosa,
como tú, si logras descubrirte así ante el espejo.
No eres
perfecto. No eres joven. No respondes a los actuales cánones estéticos de
belleza. Has envejecido. Lo prueba tu cuerpo y tu alma. Envejecer no solo es
deterioro, pues conlleva también un enorme tesoro de experiencias y perspectivas
vitales, a pesar de que algunos no lo vean así y quieran vivir hasta el último
día de sus vidas bajo la dictadura de lo inmarcesible como única referencia. Vive
serenamente, a sabiendas de que cada
etapa tiene su propio afán. Disfruta de tus amigos y tus aficiones, paladea esa
delicada irradiación que emana de cada
una de tus arrugas, exteriores e interiores.
Y cuando
llegue la próxima Nochevieja, no hagas más planes, ni te reproches nada ni te
hagas otra promesa que la de llevar una buena vida y una vida buena. Si lo que
ves en el espejo es bello y digno, tu vida entera también lo será.
Tus artículos, como siempre, para quitarse el sombrero. Un fuerte abrazo de tus amigos ;)
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