Artículo a publicar mañana en El Periódico de Aragón
Un juez
federal ha declarado constitucional el matrimonio homosexual en California.
Sólo en el verano de 2008, ya hubo 18.000 parejas gais que se casaron por esos
lares, a pesar de los impedimentos legales, las protestas y la rasgadura de vestiduras
de algunas personas biempensantes. Es de suponer que una buena parte de los
californianos y de las personas de todo el mundo se ha alegrado de la noticia,
pues siempre es positivo que cada cual tenga el derecho de hacer con su
corazoncito, su sexualidad y su libertad lo que crea más oportuno, sin hacer
daño u obligar a nadie a hacer lo que no desea.
Llevamos
muchos siglos viviendo en un mundo donde se persigue la homosexualidad
(seguramente, también a los fantasmas interiores de algunos de esos perseguidores).
Al parecer, en la Grecia clásica no se hacía precisamente ascos a las relaciones
homosexuales, pero llegaron, por un lado, el gnosticismo en algunas de sus
ramas y las religiones semíticas (judaísmo, cristianismo e islamismo), por otro,
y la homosexualidad se vio obligada a encerrarse en el armario, como única forma
de salvar el pellejo de las garras de los intolerantes.
La acusación
de sodomía ha servido desde entonces para torturar, matar y quemar en la
hoguera a homosexuales y a quienes se oponían a sus dogmas o poseían riquezas
codiciadas. Como botones de muestra, en el siglo XIV la Orden de los Templarios
fue disuelta y sus bienes fueron confiscados bajo la acusación de practicar en
sus comunidades la sodomía y la herejía, e igualmente la Inquisición persiguió
implacablemente hasta el siglo XVIII a los homosexuales, torturados y ajusticiados
públicamente.
En esta
línea, ciertas expresiones existentes en algunos idiomas europeos, son reflejo,
al parecer, de esta persecución despiadada contra los homosexuales y de su
quema final en la hoguera. Por ejemplo, el término italiano “finocchio” (maricón,
homosexual) proviene de la costumbre de envolver al condenado por sodomía en
hojas de hinojo (finocchio) para prolongar su agonía en la hoguera. De igual forma,
su homólogo inglés “faggot” significaba originariamente “haz de leña”,
aludiendo a la práctica de quemar vivos a los homosexuales también en la
hoguera; esa misma palabra, utilizada como verbo, significa también gritar.
Toda esta
historia de atrocidades parece no incomodar en demasía a determinada gente de
orden. Por ejemplo, a Ana Botella,
esposa de José Mª Aznar y actualmente
concejala en el Ayuntamiento de Madrid, zanja la cuestión de la pareja homosexual
mediante el método matemático de sumar dos manzanas y colegir que son dos
manzanas y, por el contrario, sumar una manzana y una pera y concluir que nunca
pueden dar dos manzanas, por lo que se siente legitimada a establecer el axioma
de que “hombre y mujer es una
cosa, que es el matrimonio, y dos hombres o dos mujeres serán otra cosa
distinta".
El filósofo Platón,
por el contrario, nos narra en su Diálogo Banquete un delicioso mito sobre las
inclinaciones sexuales: originariamente había tres tipos de humanos completos, redondos:
los dos primeros tipos se componían de un solo sexo (masculino o femenino),
mientras que el tercero constaba de ambos sexos (masculino y femenino). Un día,
Júpiter decide maquiavélicamente partirlos por la mitad (“Los separaré en dos;
así se harán débiles y aumentará el número de los que nos sirvan”). Desde entonces, todos buscamos con anhelo
encontrar la otra mitad que nos complemente (en España hablamos de “la otra
media naranja”). Los varones y las mujeres procedentes de los dos primeros grupos
buscan su complemento del mismo sexo. Escribe Platón que “sin razón se les echa
en cara que viven sin pudor, porque (…) dotados de alma fuerte, (…) buscan a sus
semejantes”. A su vez, los originarios del tercer grupo buscan el sexo
distinto.
Más allá del mito, Platón proporciona un excelente mensaje
sobre la diversidad de preferencias sexuales entre los humanos: la
homosexualidad, al igual que la heterosexualidad, se origina en la naturaleza
de cada uno, responde al “deseo y la prosecución” de encontrar la complementariedad
natural con otro ser humano, que ahora recibe “el nombre de amor”. La felicidad se encuentran allí donde más se
aproxima uno a “poseer a la persona que se ama según se desea” siguiendo su
naturaleza. Más aún, Platón concluye que hay que estar agradecidos a los dioses
por ese amor, pues, además de todo lo bueno que nos depara en esta vida, puede
ir acercándonos “después de esta vida” a “la felicidad en toda su pureza”.
Los seres humanos no son peras o manzanas. Sus tendencias
sexuales y amorosas los constituyen y les otorgan identidad, a la vez que
rechazan cualquier amago de moral represora. La conducta sexual debe dejar de
estar reglamentada por funcionarios supuestamente célibes de la clerecía
monoteísta (islámica y judeocristiana), pues la sexualidad es amiga sin condiciones
del placer, la entrega y el respeto.
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