Por qué no, demos rienda suelta hoy a la imaginación: los
llamados “bienes de la Franja” ya no están en Lérida, sino en Barbastro, en
Aragón. Tras años de litigios, polémicas, manifestaciones y
contramanifestaciones, todo reposa y está expuesto ya en el Museo Diocesano de
Barbastro y muchos aragoneses festejan el evento porque finalmente se ha hecho
justicia. Sin embargo, en medio de la celebración, llegan al mismo tiempo unas
molestas preposiciones (“de” y “en”), dispuestas a aguar la fiesta.
Los bienes de la Franja de momento están en Cataluña y es de
esperar que pronto estén en Aragón, pero nunca jamás han sido de Cataluña ni
nunca jamás lo han sido y lo serán de Aragón. Son propiedad exclusiva de la
Santa Iglesia Católica y Romana, titular única de los bienes reclamados. Por
eso, están mal empleadas las expresiones “bienes aragoneses” y “bienes de
Aragón”, pues lamentablemente la preposición “de” no es compatible en este caso
con “Aragón” y “aragonés”. Lo correcto es emplear “en”: tales bienes están de
momento en Lérida y quizá un día estarán en Barbastro. Los bienes de la Franja
son, pues, exclusivamente de propiedad eclesiástica. De hecho, el tribunal
jurídico que dictó sentencia sobre esos bienes es el Tribunal Supremo de la
Signatura Apostólica, que tiene su sede en la Cancillería Apostólica del
Vaticano y está compuesto por cardenales nombrados por el Papa.
Por ello, los bienes de la Franja podrían ir adonde el
Vaticano juzgase oportuno, si bien es lógico pensar que el poder eclesiástico
no está dispuesto a meterse en semejante jardín por estas cosas. De momento, ha
dictaminado que de una diócesis católica los bienes vayan a otra diócesis
católica. El litigio es, pues, entre diócesis. Hay quien quiere convencernos de
que está en juego la dignidad de Aragón, pero Aragón no es propietario de los
bienes. Incluso desde estas mismas páginas hubo quien conminó a las autoridades
catalanas a acatar ¡la ley vaticana! En tal caso, las autoridades aragonesas
están sujetas a esa misma ley, lo cual dice bien poco de la autonomía de
nuestro pueblo y de la aconfesionalidad real de Aragón.
A lo largo de los años, el pueblo de Aragón costeó todos estos
bienes mediante limosnas, las rentas que
les cobraban sus amos eclesiásticos, las dádivas de los señores, las dotes que
ingresaban los monasterios, los grandes bienes patrimoniales de que gozaba la
iglesia católica aragonesa, etc. Pero en ningún momento tales bienes
pertenecieron al pueblo aragonés: todo lo más que el pueblo podía hacer era
contemplar desde la distancia en la iglesia y en las procesiones las ricas y
lujosas obras de arte que ostentaban los eclesiásticos. Los bienes de la Franja
son producto de la enajenación del trabajo y de los bienes de los aragoneses.
En realidad, les pertenece a ellos, pero ya se cuidan mucho las leyes y los
jueces de excluir la posibilidad de plantear tal derecho. Incluso en la
manifestación del pasado domingo se pudo oír en muchas ocasiones que, mientras
los bienes de la Franja estuviesen en Lérida, podrá hablarse de un robo de los
catalanes a los aragoneses. Sí, en todo este asunto hay un robo y un expolio,
pero el ladrón y el robado no son precisamente los habitualmente indicados.
Volviendo a dar rienda suelta a la imaginación, cuando los
aragoneses quieran ver los bienes de la Franja, tendrán que ir a Barbastro.
Allí preguntarán por el Museo donde estén ubicados, y se encontrarán con que un
magnífico museo, construido y acondicionado con el dinero de todos los
contribuyentes de Aragón (es decir, pagado por ellos) es un museo diocesano (o
sea, propiedad de la diócesis católica de Barbastro o, lo que es lo mismo, de
la santa Iglesia Católica Romana). En otras palabras, también el museo mismo
está en Aragón, pero no es de Aragón.
Para colmo, en dicho museo se les cobrará una entrada,
aunque al aragonés eso no le resultará ya demasiado extraño, pues pagar entrada
para entrar en un templo católico se está convirtiendo ya en una costumbre
social más (muy pronto lo llamarán “tradición de toda la vida”). Baste pensar
como ejemplo en la Catedral Basílica del Salvador (La Seo): con el dinero de
todos los aragoneses quedó magníficamente restaurada y devuelta al mundo de las
auténticas obras de arte, pero quien quiso verla después tuvo que pagar
entrada. O sea, la Catedral de La Seo también está en Zaragoza, pero no es de
Zaragoza.
Asimismo, hay que recordar que, según los Acuerdos entre el
Vaticano y el Estado español, la Santa
Iglesia Católica y Romana disfruta de una exención total y permanente, entre otras, de la Contribución Territorial
Urbana de casi todos sus bienes
inmuebles, de los impuestos reales o de producto, sobre la renta y sobre el
patrimonio, así como de de los Impuestos sobre Sucesiones y Donaciones y
Transmisiones Patrimoniales.
Es decir, la
iglesia católica es una víctima del laicismo y de la persecución religiosa.
¡Pobre…!
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