A publicar en El Periódico de Aragón el próximo miércoles
No voy a entrar en datos y detalles, pues otros muchos se están
encargando de hacer serios y sesudos análisis sobre las elecciones del domingo
pasado. El PP ha arrollado al PSOE de un modo que no tenia precedentes, y ahora
solo les resta a los partidos el trueque en algunos casos de municipios y
poltronas, como niños intercambiando cromos de futbolistas: te doy esto, pero a
cambio tú me das esto otro. Prefiero, pues, hacerme preguntas cuyas respuestas
no terminan de asentarse en mi cabeza por falta de lógica.
No me explico, por ejemplo, que un buen número de ciudadanos hayan
seguido dando mayorías absolutas, prescindiendo de que su municipio o comunidad
están gravemente infectados de corrupción. Por ejemplo, en el Castellón de Fabra, en la C. Valenciana de Camps y en tantos territorios
salpicados por el caso Gürtel han seguido apoyando con mayorías absolutas a
políticos imputados como si nada hubiese ocurrido. Ciertamente, la corrupción
de unos (vg. en Andalucía) ha sido duramente castigada poniendo en su lugar a
otros directa o indirectamente consentidores de otras corrupciones, pero su
común denominador pone de manifiesto que la sociedad donde vivimos y la
política que rige la vida ciudadana están enfermas, enfermas de visceralidad,
por un lado, y de carencia de criterios realmente éticos, por otro.
Han pretendido hacernos ver que la política consiste en una contienda
bipolar en la que dos Partidos, denominados mayoritarios, se reparten cada
cierto tiempo el poder como si de dos equipos de fútbol antagónicos se tratase:
de ahí la visceralidad de sus partidarios y votantes, de ahí la falta de un
criterio racional que no sea ganar a toda costa, echar la culpa de todos los males y machacar al
contrincante; de ahí también que la clase política esté al borde del marasmo.
Sigo echando de menos a un político que reconozca que se ha equivocado en
algo. Quisiera oír a menudo que la vida política debe dar un giro de muchos
grados y sintonizar con la sensibilidad popular aglutinada en el Movimiento
15M. Me pregunto asimismo si para el PP 300.000 votantes vascos (Bildu segundo
partido en Euskadi, primero en Guipuzcoa) siguen siendo proetarras. La cosa es
que Rajoy preconizó la noche del domingo el advenimiento de una nueva era, lo
que seguramente es cierto y por lo que me apresuro a abrir el paraguas
considerando la que puede caer encima.
Por la pusilanimidad y el “tacticismo” desnortado del PSOE, durante siete
años ya en el Gobierno de la nación, podemos ir despidiéndonos, si gana el PP,
de una ley nonata de la eutanasia (mucho más del derecho a la libre disposición
de la propia vida), de una ley nonata de libertad de conciencia (en la que la
libertad religiosa esté recogida como un caso más de ese derecho ciudadano).
Rajoy ha anunciado que abolirá la ley del matrimonio entre homosexuales y la
actual ley del aborto, también que
eliminará la asignatura de Educación para la Ciudadanía. Con su postura
neoliberal, se abrirá aún más la brecha entre sanidad pública y privada, entre
centros de enseñanza públicos y concertados privados (a la escuela pública y
laica le esperan largos y duros años de desierto). La confesionalidad del Estado y el apoyo institucional a la
multiconfesionalidad, consolidando de paso los privilegios seculares de la
iglesia católica, tendrán una incondicional acogida entre las instituciones y
los representantes del Estado.
Bienvenidas sean la ascensión de IU, la consolidación de CHA, la
sustanciosa bajada del PAR, ese caciquil grano en el culo que padecemos en
Aragón. Ahora queda pendiente sobre todo que los Partidos vuelvan a ser medios
y no fines, el fin de la endogamia política, de los vagos, de los corruptos,
del descrédito de los políticos. Es preciso modificar una Ley electoral que
machaca injustamente a los partidos minoritarios, salvo en los tradicionales
previos nacionalistas, y que tampoco conviene a los intereses de los partidos
mayoritarios.
Cierro el paraguas entre las tiendas indignadas de la Plaza del Pilar, y
escucho allí con agrado que deben ser prioritarios la igualdad, la solidaridad,
el libre acceso a la cultura, la sostenibilidad ecológica y el desarrollo, el
bienestar y la felicidad de las personas. Reclaman allí el derecho a la
vivienda, al trabajo, a la cultura, a la salud, a la educación, a la participación
política, al libre desarrollo personal, y derecho al consumo de los bienes
necesarios para una vida sana y feliz. Allí se oponen a la acumulación de poder
que genera desigualdad e injusticia, al modelo económico vigente que enriquece
a unos pocos y sume en la pobreza y la escasez al resto.
Bajo el aguacero (se me ha roto ya el paraguas), debemos llevar a cabo
una revolución ética con el pueblo y para el pueblo.
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