Artículo a publicar mañana en El Periódico de Aragón
Me temo que pronto el buzón de mi
casa va a estar lleno de publicidad electoral. Recibiré sus programas y sus
proyectos en hermosos dípticos y cada partido contará sus excelencias y se
presentará como única tabla de salvación para Aragón y para la ciudad donde
resido. Sin embargo, pocos se acercarán a lo que quiero y lo que no quiero.
Quiero votar a quien proclame que
actualmente los dueños del dinero tienen más poder que los gobiernos mismos, a
quien reivindique sin reservas la necesidad de una banca pública al servicio
del pueblo y no de la obtención de beneficios a discreción de una minoría.
Atenderé a quien propugne el control democrático de los mercados financieros y
de las instituciones encargadas de sus control , la supresión de los paraísos
fiscales y la condonación de la deuda externa de los países del tercer
mundo. No quiero ver ni oír a
quien se escude tras la falacia de que unas elecciones locales nada tienen que
ver con la macroeconomía.
Quiero votar a
quien proponga que la identidad de una persona no consiste en consumir
desaforadamente o que alguien es más importante por tener más que los demás. Estaré con quien me hable de
servicios públicos de calidad en igualdad de condiciones para todos. Apoyaré
con mi voto y hasta el límite de mis posibilidades a quien apueste por una
sanidad pública de calidad, por unas pensiones dignas para todos, por una
escuela pública y laica. Quiero también que en esa escuela reine una atmósfera
donde todos los alumnos puedan adquirir un espíritu crítico, autónomo y libre,
al margen de la tramposa ley del consumo, del dinero y de la competitividad.
Creeré a quien busque la salida
de la crisis no a base de asfixiar los derechos laborales, aumentar los
recortes sociales y mermar el estado del bienestar, sino haciendo que paguen y
solventen la crisis los que la han creado. Creeré a quien diga alto y claro que
nadie ha pagado aún con la cárcel
por sus crímenes financieros, y que se han servido del dinero de los ciudadanos
para salvar tanto a los bancos como a los banqueros.
Quiero aire limpio, parques
limpios y calles limpias, pero no solo en las zonas paseadas por turistas y
gente pudiente, sino también en los barrios alejados y periféricos. No quiero
un solo piso vacío en balde en mi ciudad. Asimismo, votaré a quien piense que
no es un favor, sino la realización de un derecho, que los edificios públicos y
privados, las tiendas, los restaurantes, las oficinas, los bares y cafeterías
sean accesibles a todos, sin barreras arquitectónicas.
Quiero que los políticos tengan
el principio constitucional de la aconfesional del Estado como principio rector
en sus intervenciones públicas. Quiero los espacios públicos sin símbolos
confesionales de ninguna clase. No quiero calles dedicadas a Escrivás ni a mi
alcalde en procesiones y misas.
Quiero sentirme orgulloso de mi
tierra y de mi ciudad porque acoge a todos sin excusas, recelos ni prejuicios,
porque sus medios públicos de comunicación no están en manos de intereses
privados y partidistas bastardos, porque su Seguridad Social es excelente y
universal. Quiero que salga de las Cortes una ley de eutanasia y muerte digna.
En mi tierra todos son iguales y libres, y por eso mismo han de erradicarse la
violencia de género y la maldita mentalidad machista. En mi tierra todos han de
contar con medios suficientes de subsistencia, con servicios públicos no
apoyados en la idea de la caridad, sino de la justicia, y los trabajadores
deben tener la certeza de contar con una jubilación con la que finalizar sus
días con dignidad.
En mi tierra no son permisibles
los contratos y las jubilaciones blindadas. En mi tierra se apuesta
incondicionalmente por fuentes de energía limpias, por la supresión del
monopolio de los grandes medios de
producción y de las fuentes de energía. En mi tierra debe haber una verdadera
democracia económica y social, un reparto justo de la riqueza. Por eso quiero
solo a los partidos que me hablen de que la riqueza de Aragón es producto del
trabajo de los aragoneses, y que la tierra es de y para quien la trabaja.
Quiero vivir en una tierra donde
reclamar y protestar sean un derecho, e incluso un deber ético, donde resulte
inaceptable la distancia sideral existente entre los ricos y los pobres, donde
sentirse aragonés equivalga también a sentirse ciudadano del mundo,
comprometido con todos y cada uno de los derechos humanos, indispensables para
la dignidad y el libre desarrollo de cada ser humano en el mundo.
Quiero, en fin, que los programas
que me depositen en el buzón hablen sobre todo de ética y de justicia.
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