A publicar el miércoles próximo en El Periódico de Aragón
Recientemente los obispos
católicos aragoneses daban a conocer la Carta Pastoral “Solo Dios es el señor
de la vida”, que a quien no esté en esa onda puede sonarle parecido a “solo el
rey de la galaxia de Andrómeda es el señor de los leptones”. Y es que los
señores obispos creen que su jerga es universal y compartida por todos, cuando
en realidad se trata de un conjunto de conceptos variopintos agrupados en
pseudoproposiciones.
Dicen los obispos que el
motivo de su carta es la “Ley de derechos y garantías de la dignidad de la
persona en el proceso de morir y de la muerte”, aprobada y promulgada en marzo
pasado por los diputados de las Cortes de Aragón, legítimos representantes de
la ciudadanía aragonesa, votados y elegidos democráticamente, cosa que no
ocurre con los jerarcas católicos, aragoneses y no aragoneses. Afirman los obispos
que en “la obligación de decir una palabra
autorizada al respecto” y advierten ade que esa ley puede “proteger acciones de
eutanasia encubierta”, como si nuestros diputados fuesen unos lerdos que no se
dan cuenta de nada o unos desalmados que pretenden colar por la gatera una
forma de llevarse al vecino por delante u “obligar a los médicos y personal
sanitario a realizar o a colaborar en acciones contrarias a los principios
éticos fundamentales y al verdadero fin de la medicina”, quedando a merced de
“la arbitrariedad individualista o del totalitarismo encubierto del poder
público o de poderes fácticos”. Antes, los obispos hacían mil y una
distinciones bizantinas a la hora de hablar de la eutanasia, pero ahora la
señalan como si de un mismísimo pecado supermortal se tratase.
Por
otro lado, sus dioses no les han concedido precisamente el don de la claridad
(suponiendo que la hayan pretendido). Sirvan como botones de muestra estos párrafos
de su Carta Pastoral: “la
fidelidad al ser de la persona humana, intangible en sí misma en todos sus
hemisferios y en todos y en cada uno de sus periodos vitales…”; la dignidad
moral “presupone la ontológica, se edifica sobre la ontológica”; el verdadero
sentido de la libertad “no consiste en la seducción de una autonomía total,
sino en la respuesta a la llamada del ser, comenzando por nuestro propio ser”.
O sea, oro parece, plata no es.
Los obispos aragoneses desconfían de las personas que quieren una muerte
digna y han luchado mucho por ver plasmada en una ley su determinación de acabar
bien su vida, y en no pocos casos también de no volver a sufrir la pesadilla de
las muertes penosas y/o indignas de algunos de sus seres queridos. Esas
personas aman su libertad y su vida sobre todas las cosas, y precisamente por
eso no quieren que ninguna ideología dictamine cómo ha de ser su vida y su
final.
Esos
obispos hablan de mi muerte digna y de la muerte digna que quiero para quienes
quiero como de un “egoísmo miope e insolidario”, que hace creer al enfermo “que su vida no vale, que no tiene
‘calidad’ suficiente para ser querida y vivida”, lo cual es “fruto del
materialismo, que es siempre inhumano”. En el colmo del desvarío, llegan a
afirmar que de la “praxis de la Iglesia” y “la praxis cristiana” “nació la
Medicina paliativa”, cuando, para verificar la falsedad de tal aserto, basta
con repasar la historia de la Medicina, así como la teoría y la praxis
católicas sobre el sufrimiento y la muerte a lo largo de su historia.
Los
obispos aragoneses niegan que la libertad sea buena si no va precedida de “la
verdad objetiva” (=la suya).
Asimismo, abogan por la “libertad de conciencia” para los médicos, a
quienes animan a hacer efectivo “el derecho y el deber de la objeción de conciencia” ante una acción
“intrínsecamente injusta” (=la no coincidente con sus tesis).
Ya en
el mundo greco-romano incluso quitarse la vida era un acto honorable, racional
y legalmente admitido, pero no les estaba permitido a los esclavos, los condenados
a muerte y los soldados, pues solo el amo correspondiente era el dueño y señor
de sus vidas. Pues bien, repiten ahora los obispos aragoneses que nuestras
vidas pertenecen solo al “señor de la vida”, que no somos dueños de nuestra
vida, que no nos pertenece, que no tenemos el derecho a disponer libremente de
nuestra vida y nuestra muerte, que
la ley aprobada por nuestras Cortes es una “eutanasia encubierta”; en
definitiva, que la eutanasia es éticamente reprobable.
Pues
bien, la cuestión de la muerte digna ha quedado resuelta en Aragón mediante la
Ley correspondiente aprobada por las Cortes y se hace palmaria dejando en cada
caso constancia en el Testamento Vital o Documento de voluntades anticipadas de
cómo quiere morir cada persona.
Y quienes no estén de acuerdo pueden presentarse como candidatos a las
próximas elecciones o que vayan a silbar a otra vía.
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