lunes, 16 de mayo de 2011

A publicar el miércoles próximo en El Periódico de Aragón

Recientemente los obispos católicos aragoneses daban a conocer la Carta Pastoral “Solo Dios es el señor de la vida”, que a quien no esté en esa onda puede sonarle parecido a “solo el rey de la galaxia de Andrómeda es el señor de los leptones”. Y es que los señores obispos creen que su jerga es universal y compartida por todos, cuando en realidad se trata de un conjunto de conceptos variopintos agrupados en pseudoproposiciones.

Dicen los obispos que el motivo de su carta es la “Ley de derechos y garantías de la dignidad de la persona en el proceso de morir y de la muerte”, aprobada y promulgada en marzo pasado por los diputados de las Cortes de Aragón, legítimos representantes de la ciudadanía aragonesa, votados y elegidos democráticamente, cosa que no ocurre con los jerarcas católicos, aragoneses y no aragoneses. Afirman los obispos que en “la obligación de decir una palabra autorizada al respecto” y advierten ade que esa ley puede “proteger acciones de eutanasia encubierta”, como si nuestros diputados fuesen unos lerdos que no se dan cuenta de nada o unos desalmados que pretenden colar por la gatera una forma de llevarse al vecino por delante u “obligar a los médicos y personal sanitario a realizar o a colaborar en acciones contrarias a los principios éticos fundamentales y al verdadero fin de la medicina”, quedando a merced de “la arbitrariedad individualista o del totalitarismo encubierto del poder público o de poderes fácticos”. Antes, los obispos hacían mil y una distinciones bizantinas a la hora de hablar de la eutanasia, pero ahora la señalan como si de un mismísimo pecado supermortal se tratase.
Por otro lado, sus dioses no les han concedido precisamente el don de la claridad (suponiendo que la hayan pretendido). Sirvan como botones de muestra estos párrafos de su Carta Pastoral:  “la fidelidad al ser de la persona humana, intangible en sí misma en todos sus hemisferios y en todos y en cada uno de sus periodos vitales…”; la dignidad moral “presupone la ontológica, se edifica sobre la ontológica”; el verdadero sentido de la libertad “no consiste en la seducción de una autonomía total, sino en la respuesta a la llamada del ser, comenzando por nuestro propio ser”. O sea, oro parece, plata no es.
Los obispos aragoneses desconfían de las personas que quieren una muerte digna y han luchado mucho por ver plasmada en una ley su determinación de acabar bien su vida, y en no pocos casos también de no volver a sufrir la pesadilla de las muertes penosas y/o indignas de algunos de sus seres queridos. Esas personas aman su libertad y su vida sobre todas las cosas, y precisamente por eso no quieren que ninguna ideología dictamine cómo ha de ser su vida y su final.
Esos obispos hablan de mi muerte digna y de la muerte digna que quiero para quienes quiero como de un “egoísmo miope e insolidario”, que hace creer al enfermo  “que su vida no vale, que no tiene ‘calidad’ suficiente para ser querida y vivida”, lo cual es “fruto del materialismo, que es siempre inhumano”. En el colmo del desvarío, llegan a afirmar que de la “praxis de la Iglesia” y “la praxis cristiana” “nació la Medicina paliativa”, cuando, para verificar la falsedad de tal aserto, basta con repasar la historia de la Medicina, así como la teoría y la praxis católicas sobre el sufrimiento y la muerte a lo largo de su historia.
Los obispos aragoneses niegan que la libertad sea buena si no va precedida de “la verdad objetiva” (=la suya).  Asimismo, abogan por la “libertad de conciencia” para los médicos, a quienes animan a hacer efectivo “el derecho  y el deber de la objeción de conciencia” ante una acción “intrínsecamente injusta” (=la no coincidente con sus tesis).
Ya en el mundo greco-romano incluso quitarse la vida era un acto honorable, racional y legalmente admitido, pero no les estaba permitido a los esclavos, los condenados a muerte y los soldados, pues solo el amo correspondiente era el dueño y señor de sus vidas. Pues bien, repiten ahora los obispos aragoneses que nuestras vidas pertenecen solo al “señor de la vida”, que no somos dueños de nuestra vida, que no nos pertenece, que no tenemos el derecho a disponer libremente de nuestra vida y  nuestra muerte, que la ley aprobada por nuestras Cortes es una “eutanasia encubierta”; en definitiva, que la eutanasia es éticamente reprobable.
Pues bien, la cuestión de la muerte digna ha quedado resuelta en Aragón mediante la Ley correspondiente aprobada por las Cortes y se hace palmaria dejando en cada caso constancia en el Testamento Vital o Documento de voluntades anticipadas de cómo quiere morir cada persona.
Y quienes no estén de acuerdo pueden presentarse como candidatos a las próximas elecciones o que vayan a silbar a otra vía.

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