Nada me has dicho.
Fue un adiós
definitivo.
Le dolía al día la cabeza
y tus ojos eran turbios.
Otra vez
me he sentido zaherido por mí mismo,
empeñado en que las piedras son
rubíes.
Pesadilla
de otras vidas retorciéndose en mi
mesa vacía.
Vale ya,
de acuerdo.
No me grites,
adiós.
Te olvido.
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