Artículo a publicar mañana en El Periódico de Aragón
Cuando la Consejera de Educación, Dolores
Serrat, y la Presidenta del Gobierno aragonés, Luisa Fernanda Rudi, presentaron la semana pasada un Informe sobre
la situación de la educación en Aragón con un profuso paquete de medidas y
propuestas, hablaron de árboles, pero no del bosque. Un cargo público yerra su
punto de mira si pierde la perspectiva de conjunto de toda la comunidad, sin
privilegiar a un sector en detrimento del conjunto.
Dice la Consejera que la escuela privada concertada está “infradotada”
(¿en comparación con la pública?). En el fondo, parece no solo carecer de
información sobre lo que realmente hay actualmente en la educación aragonesa en
su conjunto, sino también desconocer que lo fundamental para un responsable del
interés general es el por qué y el para qué de sus decisiones. Seguramente
movida (concedamos el beneficio de la duda) por esa etérea virtud moral
denominada “buena voluntad”, parece prescindir del alcance global de sus
responsabilidades educativas.
No hace muchos años, la situación de la educación era bastante penosa. Ya
en democracia, existía una multisecular red de colegios privados donde se
formaba una minoría, y el resto de los niños y los jóvenes quedaba a merced de
unas escuelas públicas escasas e infradotadas. El 10% de los niños de 6 a 11
años no estaba aún escolarizado y solo un 65% de los que tenían de 12 a 14 años
iba a la escuela, estando destinado a zambullirse a renglón seguido en un mundo
laboral muy poco especializado. Dos tercios de los muchachos de entre 15 y 16
años no seguían estudios secundarios postobligatorios, e incluso la cuarta
parte de la población mayor de 16 años era analfabeta funcional o carecía
simplemente de estudios. Entretanto, mientras la enseñanza privada llevaba a
cabo holgadamente sus objetivos, enseñando a los suyos y cerca de donde vivían
los suyos, la enseñanza pública seguía sumida en la precariedad de medios y a
cargo de unos pocos maestros convertidos en paradigma de quienes pasan
estrecheces (“tiene más hambre que un maestro de escuela”…). Para colmo, en
Aragón la situación era aún más grave por su estructura social, geográfica y
poblacional.
Pues bien, al Partido Popular todo esto parece sonarle a música
celestial, pues se debe a quienes ideológicamente sustentan sus votos. Así como
en la reciente Reforma Laboral han quedado plasmados fielmente los intereses
del empresariado, en las Propuestas supuestamente educativas de la Consejería
aragonesa se atiende las demandas de la enseñanza privada, cada vez más
concertada. Tras los tan denostados Pactos de la Moncloa, la enseñanza pública
se vio fuertemente impulsada: se crearon numerosos Institutos de bachillerato y
Formación Profesional, así como Escuelas de Primaria y Secundaria, y aumentó de
forma importante el numero de profesores, de tal forma que en solo dos décadas
la enseñanza pública había mejorado sustancialmente su situación pasada de
inferioridad respecto de la privada. Finalmente, la escuela pública estaba en
condiciones de educar dignamente y con calidad a su alumnado, como mínimo hasta
los 16 años de edad.
No obstante, quedaban y siguen quedando muchas cosas por hacer. No se
trata de borrar del mapa a nadie, incluida la red privada de enseñanza, pero sí
de dotar a la escuela pública de cuantos medios, personal y servicios son
necesarios para que pueda llevar a cabo real y dignamente sus fines educativos
en todos y cada uno de los barrios, pueblos y comarcas de Aragón. Cualquier
concierto con la privada debe tener en consideración que previamente ha de
quedar garantizada suficientemente una educación pública, laica, integradora, universal y de calidad. Que
la Consejera Serrat afirme a estas alturas que la escuela privada concertada
está “infradotada” es un monumento al disparate interesado, al servicio de los
intereses particulares de la enseñanza privada.
Más allá de la hojarasca
retórica de las 25 Medidas propuestas por la Consejera y su Ley de Autoridad
del Profesorado, el Partido Popular prefiere que los libros de texto sean
propiedad del alumno, en lugar de recibidos gratuitamente de curso en curso,
así como la desaparición del Programa Escuela 2.0, el concierto en etapas no
obligatorias o la supresión de CPRs. Se sigue hablando de fracaso escolar, sin
entrar a analizar (ni saben ni quieren) qué hacer y no hacer, qué impartir y
dejar de impartir con ese 26% de repetidores y con ese número abrumador de
alumnos que se aburren como una ostra de lunes a viernes, cinco horas diarias.
La escuela pública está en
peligro al estar en manos de quienes se desentienden, de hecho, de las metas y
los valores comunes y generales, compartidos por toda la ciudadanía. Todos y
cada uno de los agentes sociales pertenecientes a la comunidad educativa
(¡despertad, sindicatos!) deben trabajar más que nunca por que la escuela
pública no acabe regresando a los estados de desatención y penuria pasados.
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