lunes, 3 de noviembre de 2008

El sueño americano


Artículo a publicar en El Periódico de Aragón el próximo 5 de noviembre


El sueño americano es como las películas del Oeste, los refrescos de cola o las hamburguesas: quién no ha oído hablar de él, raro es el día que no aparece unas cuantas veces en las películas y series en nuestro televisor. Sería interesante conocer también cuánto ha sido utilizado el recurso al sueño americano en las actuales elecciones presidenciales estadounidenses. Al escribir este artículo, desconozco aún quién de los dos candidatos ha sido elegido, pero de lo que nadie puede dudar es que tanto Barack Obama como John McCain han prometido profusamente en las últimas semanas extender el sueño americano a todos sus conciudadanos.

En sus orígenes, el sueño americano fue un lugar recurrente para los primeros pioneros y emigrantes, que volcaron su esperanza de salir de la pobreza y del estancamiento socioeconómico donde se hallaban sobre una nueva tierra, donde todo abundaba y todo era posible. Aquellos emigrantes llevaban consigo la certeza de que América era una magnífica oportunidad ofrecida generosamente por su Dios, de tal modo que allí casi todo les era posible y permitido, incluido el casi exterminio de los indígenas, para hacer realidad su feliz destino. La prosperidad y la riqueza eran así un signo eminente de la bendición divina.

Por otro lado, el sueño americano se abrió paso en las colonias sin los fuertes corsés sociales existentes en Europa, sin apenas posibilidad de una cierta movilidad social. En América, en cambio, se hablaba sin ambages de igualdad de oportunidades y de que llevar a cabo los proyectos dependía del tesón y del esfuerzo de cada individuo. Las teorías políticas, económicas y sociales de los clásicos liberales del siglo XVIII (desde John Locke a Adam Smith) cristalizaron allí sin cortapisas y quedaron recogidas en la Constitución de los Estados Unidos en 1787. El sueño americano deslumbraba al mundo. Desde entonces permanecieron plantados como los nuevos tótems del universo el individualismo, la propiedad privada y las libertades ciudadanas.

Se cree desde entonces que en el mundo norteamericano habitan dos tipos de humanos: los ganadores y los perdedores. En la cima del presunto sueño, los ganadores, pocos, forrados de dólares y de los aplausos de quienes anhelan el mismo trofeo. Abajo quedan los demás, la mayoría. En el sueño americano el éxito del ganador conlleva el fracaso de muchos otros perdedores en un campo de batalla donde hay que competir sin tregua, pues todos saben que no hay cabida para los débiles y los mediocres. Hay que ser más y mejor que el vecino, y hay que demostrarlo primordialmente con el dinero y el poder adquiridos en la batalla.

En Norteamérica había fraguado siglos atrás una visión del mundo y de la vida empapada de todas las aspiraciones de libertad e igualdad que la burguesía intelectual europea había ido configurando. Lentamente, con el paso de los años, los ideales de una nueva ciudadanía fueron desembocando en la dialéctica del tener, del poseer mucho y mucho más que muchos otros. El concepto griego clásico de la excelencia, areté, de una persona por lo que es, fue en parte suplantado por un sentido cuantitativo del éxito. El sentido primigenio del sueño americano se ha ido desvaneciendo, pues es muy difícil la pervivencia de un sueño renunciando a los sueños.

En el camino ha ido quedando una multitud de perdedores. No sólo los 32 millones de estadounidenses con una esperanza de vida inferior a los 60 años o los 45 millones que sobreviven bajo el nivel de pobreza o los 52 millones de analfabetos. O ese pozo sin fondo de la América profunda, heredera directa del rigorismo y puritanismo de los pasajeros del Mayflower. El sueño americano implica también que quien acepta sus reglas de juego corre el riesgo permanente de quedar a merced de la frustración si no alcanza las cotas deseadas o no es igual o superior al vecino, con la cruda consecuencia cotidiana de tener que digerir que no se pertenece al club de los ganadores.

Como imperio hegemónico, Estados Unidos podría haber exportado también más allá de sus fronteras los iniciales principios rectores del sueño americano: igualdad, libertad, prosperidad, justicia, avance social y espíritu emprendedor para todos. Sin embargo, visto el abismal desequilibrio existente entre los países ricos (ganadores) y el Tercer Mundo subdesarrollado de miles de millones de perdedores, constatado el código impuesto de la razón de la fuerza en guerras preventivas e injustas, observado el apoyo sistemático a dictaduras sangrientas en pro de sus beneficios e intereses económicos, el sueño americano ha significado en numerosos casos una pesadilla americana en algunas zonas del planeta.

Hemos asistido ya a muchas elecciones presidenciales norteamericanas. Ojalá gane Obama, pero difícilmente los verdaderos amos del imperio permitirán a Obama o a McCain que las aguas eternas se salgan de los cauces preestablecidos.


4 comentarios:

  1. Qué bien poder profundizar en lo que hay tras los "grandes acontecimientos" televisivos.

    El lenguaje-espectáculo es ficticio y tu artículo lo revela sin tapujos, Antonio.

    Se agradece, una vez más, que alguien cuente claro y alto la realidad que sí que importa.

    Besicos

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  2. HOLA, ELVIRA
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    Des-integración


    Para integrarnos
    (en la vida...)
    debemos revisar las coartadas mentales que disfrazan sus latidos
    y también las pautas que nos marcan ya en el paritorio,
    poner entre paréntesis las metas que estamos habituados a esperar,
    dudar de todo y todos,
    añorar el estado primitivo de lo simple,
    rechazar las suaves almohadillas que nos brindan sutilmente,
    no dormir, velar las armas
    noche a noche
    en esta noche continua,
    preguntarnos siempre el porqué de todo instante
    y apresar temblorosos la entraña elemental de cada cosa.

    Para integrarnos
    (en la vida...)
    no hay que agachar jamás la cabeza sin remedio,
    resignados al destino fatal de los hechos consumados.
    Las cosas no son cosas. Son senderos trazados por nosotros.
    Y cada cual tiene en sus manos un pico y una pala
    con que abrirse camino a su morada,
    para hacerla de todos.
    No podemos elegir ser o no ser parte de ese todo llamado sociedad,
    pero podemos aliviar tanta carga sobre el hombre del amigo,
    abortar los proyectos de hojalata que nos cuelgan al cuello de por vida
    asumir la sangre que nos bulle furiosa en nuestro cuerpo,
    afirmar hora tras hora que lo difícil es posible,
    seguir hacia adelante sin excusas,
    soportando el dolor,
    con los dientes apretados,
    libar con deleite las esencias profundas del amor, del riesgo,
    del miedo solitario,
    del tiempo,
    del espacio.

    Para integrarnos
    (en la vida...)
    tenemos que asombrarnos del sol de cada día,
    despejar laberintos que nos pierden, desintegrar el cosmos conformista.

    Integrarse significa integridad consigo mismo y con la tierra.
    Integrarse es rebelarse.
    Saber que nuestras manos crean novedades.
    Integrarse es mejorar lo irremediable.
    Desear que el fuego abrase el equilibrio que asesina,
    la lucha errante, el silencio locuaz que clama coherencia,
    la muerte sudorosa, el trabajo humano y liberado,
    los niños que son niños, el remanso esperanzado del anciano,
    los árboles, el cielo, el mar y el viento.

    Para integrarnos
    debemos revivir las preguntas que hirvieron hace tiempo en nuestra mente,
    alcanzar un nombre que coloque nuestros planes en su sitio,
    lanzarnos al vacío abrazando plenamente el calor y las tinieblas,
    provocar mutaciones sustanciales en las casas, en las calles y en los campos,
    deshelar el corazón entumecido, calentar motores, plantar, sembrar,
    resistir, vindicar, conseguir, lanzar risas y alaridos por el mundo.

    Para integrarnos
    salgamos de este mundo,
    hacia el espacio abierto en canal,
    traspasemos las galaxias, los confines del futuro y del pasado.
    Seremos entonces piedra,
    helecho, cocodrilo, rayo, lluvia,
    nos sentiremos iguales,
    compañeros, hombres, limpios.
    Y entonces volveremos...
    Nos hablarán de la guerra y de la muerte,
    del odio, del hambre, del llanto solitario.
    Y todo será nuestro: lo llenaremos de vida.
    Y todo será nuestro: integraremos con amor todas las cosas.

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  3. Pues sí, Obama ha ganado pero me temo que poco cambiará el mundo con su elección...

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  4. En fin, geminis, ya veremos, ya veremos...

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