domingo, 9 de noviembre de 2008

Salta, Jim Crow, Salta



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Comenzaste a saltar en 1619, cuando un barco negrero holandés llegó a Jamestown, una ciudad perteneciente hoy al Estado de Virginia, y decidió cambiar la carga de veinte negros por las provisiones que necesitaba la tripulación. Desde aquella fecha, has estado saltando sin descanso, Jim Crow, mientras millones de negros arribaban a tu tierra y quedaron sometidos a esclavitud y al racismo durante siglos.

Fuiste inventado a principios del siglo XIX por un tal Rice, un comediante que compuso una canción bailable y muy popular (Jump, Jim Crow) donde un esclavo negro, tú, cepilla sin cesar el caballo de su amo. Desde entonces tu nombre ha sido utilizado para apodar cualquier forma de segregación racial en los Estados Unidos: una escuela segregada era una escuela Jim Crow, una ley segregacionista era una ley Jim Crow… Tu nombre se hizo así muy famoso, tristemente famoso. Asocio la utilización de tu nombre, Jim Crow (Jaimito Cuervo, en castellano) a la estrella amarilla que llevaron los judíos en la época nazi.

Estos días estás saltando más que nunca, pero es de alegría, pues te has enterado de que un negro ha sido elegido Presidente de los Estados Unidos. El camino ha sido largo y duro. Te duele todo el cuerpo de estar saltando sin cesar al ritmo que marcaban los racistas y los fanáticos del mundo. Ahora saltas de alegría, pero has llorado mucho en las escuelas y universidades solo para blancos, tranvías y autobuses para blancos, restaurantes y bares (más platos, vasos y tazas) para blancos, cines para blancos, hoteles para blancos, hospitales para blancos, retretes para blancos, piscinas para blancos, cabinas telefónicas para blancos, ascensores para blancos, cementerios para blancos, barberías para blancos… Hace unos meses leí la novela de William Faulkner Luz de agosto, y me quedé sobrecogido, espantado, pues su lectura me corroboró sin paliativos que hasta no hace tantos años ser negro era una auténtica maldición, si se tenía que vivir en algunas zonas de la Norteamérica más profunda. Hoy ocurre lo mismo a lo largo y ancho del continente africano.

Sin embargo, la realidad deja muy corta a la ficción. Basta ver cómo están tus pies, Jim Crow, con tanto salto. Salta ahora con júbilo, Jim: Obama es negro.

La esclavitud fue abolida oficialmente en Estados Unidos en 1865, pero entonces se ideó la segregación, disfrazada de legal: los negros tienen los mismos derechos, pero en su gueto. "Separated but equal", decían, (separados, pero Iguales). Prohibido mirar a los ojos del blanco. Prohibido hablar en la lengua materna, aprender a leer y escribir. Si no obedeces sin rechistar, vendrán el policía blanco, el juez blanco, el alcalde blanco o los fantasmas del Ku Klux Klan, y te vas a enterar. Millones de negros muertos en las hacinadas bodegas de los buques negreros, en los campos de algodón, en las casas de mierda, en los barrios de mierda. Si debes jurar en un tribunal, te van a suministrar la biblia para los negros; cuídate mucho de tocar la de los blancos, Jim.

Sin embargo, en España, como en otros países europeos (principalmente, Portugal y Holanda) no tenemos de qué presumir al respecto, Jim: por ejemplo, hasta 1873 y 1886, España no abolió la esclavitud en Puerto Rico y Cuba, respectivamente.

Algunos incluso discutieron si los negros tenéis alma. Antes habían decidido que los amerindios sí la tenían, por lo que no podían ser esclavizados (se les aplicaron otras formas refinadas de sometimiento y anulación). Con los negros ya era otra cosa: de tener alma, ésta estaba maldita, pues inventaron que son los descendientes de Cam, el hijo maldito de Noé (Génesis, 9, 18-17). Y se quedaron tan panchos aquellos hijos de mala madre. Ya podían explotar al esclavo hasta su muerte, pues sale mucho más barato comprar uno nuevo que tratarlo bien.

Queda mucho por hacer. Tampoco sabemos cuáles son los planes de Obama y cuántos de ellos van a permitirle llevar a cabo los amos de todos nosotros. Pero hoy al menos nos vamos a permitir el gustazo de sacudir lejos tanta muerte, tanto linchamiento, tanta humillación, tanto llanto, tanta desvergüenza. Venga, hoy también yo voy a saltar contigo desde mi silla de ruedas.

Tienes muchos con los que saltar y bailar, Jim Crow. No hay que lanzar las campanas al vuelo, pero que te quiten lo bailado el martes pasado, cuando Obama salió elegido Presidente. Salta y salta entre los sueños de Martin Luther King, sobre el asiento del autobús que ya puede ocupar Rosa Parks, ante el hospital que no quiso asistir en su última noche a Bessie Smith, la “emperatriz del blues”. Millones de negros siguen en la miseria en África, América y el mundo entero, pero hoy salta y salta, que también mi amigo Juan Carlos tiene un día “jubiloso de alegría”.


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