Me dice un transeúnte invisible en la
calle Alfonso que Juan de Mairena ya no aparece en este Diario. Le respondo que
vive permanentemente dentro de mí, pero en cuanto el transeúnte se va Mairena
pone los puntos sobre las íes: “Más bien eres tú quien vive permanentemente
dentro de mí”. Lo pienso unos milisegundos y le doy la razón. Mis compañeros
inseparables de mi música más querida también parecen guardar silencio desde hace
tiempo, pero en realidad solo lo hacen en el portal: es el precio a pagar por
tener casi siempre y desde el principio de la mañana personas en el portal que
desean hablar y comentar. A Beethoven, Bach, Mozart, Stravinski… no les
importa. ¡Cuánto les debo! Soy el collage de cientos de personas que han
influido mucho en mí, de miles de personas que han dejado un poco de sí mismas
en mí.
Es un toque de los otros apenas
perceptible en muchos casos. Pasan como pasa el tiempo. Perduran como perdura
la propia identidad. Cuántas arrugas observo en el espejo mientras me afeito.
Esas arrugas son cicatrices también en el alma. Las acojo y las miro con
gratitud porque son también signo de maduración. Me parece anti-uno-mismo ese afán de ocultar mediante esas
cremas antiedad. Quererse y cuidarse uno
mismo implica amar también las propias arrugas. Amándolas, abrazo al mismo
tiempo a tantas y tantas personas que han sido compañeras de camino. No puedo
olvidarme jamás de mis amigos y compañeros (imperceptibles al ojo común, como
Mairena o Hesse; perceptibles en mi memoria, en mi retina, en mi tacto, en mi
corazón).
Las arrugas del alma troquelan además una
de las más apodícticas verdades: nuestros contornos son los del universo mismo,
por eso todo lo que ocurre a todos y a cada uno de los seres humanos del mundo me
concierne, me atañe, forma parte de mí. Por eso me siento despedazado en este
mundo mendaz y bienviviente donde habito: dos tercios de la humanidad malnacen,
malviven y malmueren; dos tercios de la humanidad carecen por completo de los
derechos humanos más elementales. Por eso amo tanto mis cicatrices y mis
arrugas del alma: son un perpetuo recordatorio de que no es éticamente posible
detenerse y mucho menos aún encogerse de hombros.
Hoy, clara y luminosa mañana. Ha empezado para mí pasando un ratito con los compañer@s de Stop Desahucios ante las oficinas del BBVA. Marisol no podrá
venir estos días (¡buena y pronta recuperación, Pedro!). (Y acaba de ponerte buena pronto, Palmira. ¡un gran abrazo!). Cada vez se me olvida
más hacer fotografías en el portal de la Consejera aragonesa de Educación, que
está siendo remozado, lijado, limpiado y pintado. Solo hay estas dos:
Susana tiene obras en casa y no ha podido
venir desde Huesca. Un recuerdo musical para ella:
Hasta mañana
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