PUBLICADO HOY, 18 DE NOVIEMBRE, EN EL HUFFINGTON POST
En mayo de 1972 unos cientos de mujeres, disfrazadas de niña, se manifestaron por los Campos Elíseos en el Día de la Madre formando un cortejo detrás de la figura sacrificada y algo fúnebre de “La Madre” bajo el lema “Festejada un día, explotada todo el año”. Era una forma más a lo largo de la historia de vindicar y reivindicar la liberación de la mujer del tradicional yugo de esposa, madre y descanso del guerrero.
Como es sabido, el 19 de marzo de 1911 se
celebró por primera vez el Día Internacional de la Mujer Trabajadora en varios
países nordeuropeos y menos de una semana después más de 140 jóvenes
trabajadoras morían en un incendio en una fábrica de camisas neoyorkina. Estaba
culminando la lucha secular de muchas mujeres por la igualdad y la equiparación
en derechos con los hombres. Poco a poco, la mujer ha ido obteniendo avances en
sus reivindicaciones, como el derecho al sufragio, a la propiedad, a pedir el
divorcio, a decidir sobre su cuerpo, la interrupción voluntaria del embarazo,
el empleo igualitario, etc. La humanidad se había visto atrapada en buena parte
de sus culturas en las redes todopoderosas del patriarcado y de la
masculinización del mundo y de la vida, y las mujeres, recluidas en el hogar,
la cocina y la alcoba, eran víctimas multiseculares del poliédrico abuso por
parte de los varones en cuestiones profesionales, laborales, salariales,
sexuales, jurídicas, culturales, etc. Desde la demanda de igualdad de derechos,
la mujer ha ido recorriendo el a menudo duro camino en que la granítica
conciencia de la sociedad y la cultura masculinas a duras penas ha ido
reconociendo la propia identidad de género de la mujer en cada sociedad y
cultura.
Sin embargo, ocurre hoy en España un
fenómeno que nos retrotrae a las cavernas. Lejos de las posiciones
tradicionales de la lucha feminista en el siglo pasado por la igualdad entre
hombres y mujeres, ahora se está cuestionando, de facto, la igualdad entre las
mismas mujeres. Es incomprensible a estas alturas de la historia que Ana María
Tejeiro, casada con Diego Torres, socio de Iñaki Urdangarín en el caso Noos,
esté imputada desde 2011 por blanqueo de capitales, mientras la infanta
Cristina sólo está imputada de delito fiscal, con la más que posible
escapatoria incluso de sentarse ene el banquillo en aplicación de la “doctrina
Botín” por sentencia del Supremo.
En 2001 el dúo cantante femenino Ella Baila Sola hizo
famosa una canción titula “Mujer florero”, donde se caricaturiza a la mujer
perpetuamente adornada para su marido, por cuyo servicio se casa y vive,
“metidita en casa”, haciendo la cena mientras el marido ve un partido o lee el
periódico. Cristina de Borbón no es así: ha trabajado en un selecto puesto de
una importante Caja catalana y ha viajado por medio mundo, pero ha reconocido
el enorme fallo de supuestamente no enterarse ni interesarse por nada de lo que
hacía su esposo, aunque participaba activamente en Aizoon, una empresa montada
a medias con él, en la que ganó en solo
tres años 571.000 euros.
Ahora, Cristina está “metidita en su casa” de Ginebra,
salvo que le apetezca salir fuera, escoltada día y noche por policías, con sus
hijos en un colegio privado de lujo. Cristina no representa a una mujer víctima
de nada ni de nadie, sino que en ella se concita el troglodítico planteamiento
de que no solo la mujer es diferente del hombre, sino de que hay mujeres muy
distintas (por su abolengo y distinción) de otras mujeres, que hacen mayoría.
Me avergüenza y me irrita sobremanera el caso, pero mucho
más debe de indignar a millones de mujeres que contemplan la lamentable figura
de una mujer que supuestamente no se acuerda, ni se entera ni sabe nada de las
cuentas de “su maridito”, que es quien se ocupa de los negocios serios, los que
están fuera de las paredes del hogar, por mucho que se nos quiera confundir con
expresiones como “ignorancia deliberada” o de “culpa in vigilando”.
Martin Luther King dijo que "una
injusticia en cualquier lugar es una amenaza a la justicia en todo lugar”. A la
justicia española (dejando de lado la Fiscalía y la Abogacía del Estado, más
otras fiscalías locales y determinadas esferas de Hacienda) le toca ahora
realizar la prueba del algodón. Considerando que a la ciudadanía se le han
afilado considerablemente los colmillos, predomina el convencimiento de que el
algodón de la Infanta ya no engaña.
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