Cuenta Eduardo Galeano en un
pequeño y conocido relato (Tragos) que en un bar de Quito regentado desde hacía
muchos años por El Turco, conocedor de los gustos y preferencias de cada
cliente, cada noche se acercaba un hombre que pedía siempre dos martinis con
sendas aceitunas que bebía a la vez, un sorbo de una copa y otro sorbo de la
otra. Una noche El Turco pudo sonsacar de aquel hombre que un amigo suyo, a la
misma hora, a las ocho en punto, hacía lo mismo en un bar de Ottawa, lo que les
hacía sentir que bebían cada día una copa juntos. Una noche, aquel hombre entró
en el bar y pidió un solo Martini, que bebió lento, callado, hasta agotar la
última copa. El Turco no pudo resistir darle un toque en el hombro, por encima
del mostrador, a la vez que le decía: “Mi pésame”, pero “el hombre
aclaró que no, que su amigo estaba vivo y coleando: ‘Es que yo he dejado de
beber’ –explicó”.
Siempre me ha dejado pensativo este pequeño cuento
de Galeano, especialmente sobre el maravilloso sentido de la amistad que se
oculta tras la ceremonia de beber cada noche dos copas pensando en un amigo que
está haciendo lo mismo a miles de kilómetros de distancia, y también sobre la
infinita capacidad que tiene el ser humano para engañar a los demás y engañarse
a sí mismo. Por ejemplo, asocio al hombre bebedor de martinis de Quito con
alguna ministra que una mañana encontró en el garaje de su casa un Jaguar
recién estrenado y afirmó no habérsele ocurrido preguntar a su marido de dónde
había salido semejante automóvil. O con alguna Infanta real que no sabe o no
recuerda nada de una empresa de la que era copropietaria y cuyos beneficios
compartía con su marido al 50%. O con un licenciado en derecho y miembro del
Cuerpo de Inspectores de Hacienda que intentó justificar el uso de su tarjeta
fraudulenta de la entidad bancaria que presidía alegando que desconocía que no
cotizara a Hacienda, que su uso solo suponía el 2% de sus ingresos o que
simplemente era una “tradición”, una “costumbre”.
Son solo tres casos dentro
de un océano del chapapote que va obturando los orificios por los que aún entra
oxígeno en los pulmones de la ciudadanía, cada vez más herida y consternada
ante lo que está pasando. De vez en cuando, sin embargo, ocurren cosas que
inundan de luz y de aire fresco lo que resta de decencia en la vida ciudadana.
Como botón de muestra, el musicólogo, compositor y director de orquesta, Jordi
Savall, renunciaba recientemente al Premio Nacional de Música, concedido por el
Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, y a los 30.000 euros que conlleva,
pues desde su sensibilidad y coherencia no podía aceptar tal galardón teniendo
en cuenta la indignante y miserable (este último adjetivo es mío) política
cultural perpetrada desde el ministerio que dirige José Ignacio Wert.
El hecho es que la vida
pública hispana se ha convertido en la enorme barra de un bar donde ministros,
sangres azules, banqueros, empresarios del Ibex 35 y primos hermanos,
munícipes, chorizos, trileros, defraudadores y embaucadores en general cuentan
a quien se preste a escucharles lo razonable y ejemplar que es no solo consumir
dos, doscientas o cuantas copas les plazca, sino también quedarse con los
garrafones y con el bar entero, y a la vez declarar que desconocen o no
recuerdan nada del asqueroso detritus que han ido depositando en el país, en el
caso de que el sistema (su sistema, llamado sarcásticamente también
“legalidad”) no haya impedido su comparecencia ante los tribunales de justicia.
Jordi Savall bebe también,
claro, pero no en el bar de los amos del dinero adonde acude tanto mentecato,
sino en la barra de un bar en cuya entrada puede leerse “Decencia”. Allí
comparte el aire limpio con sus amigos y con quienes hasta allí se acercan,
agradecidos por comer juntos el mismo pan y beber el mismo vino.
Salud, Jordi. Gracias y un
fuerte abrazo.
Bueno....qué poco sabe usted de Savall, Antonio. Ni decencia, ni coherencia, ni nada de nada. Lamentablemente lame la mano que le da muuuucho dinero. La medalla d'or de la Generalitat no la ha rechazado y bien que se abrazaba a Mas " emocionado".... Y no será precisamente por lo que Artur ha hecho por la cultura. Quizá debido a esta financiación, el Sr, Jordi Savall publica toda referencia a la historia de Aragón completamente del revés, a gusto de los nacionalistas... Savall no es un ejemplo. En realidad es una vergüenza para todos lo que amamos la música y la historia. Me parece increíble que usted dedique alabanzas a este ejemplo de lo que no debería ser un músico. Savall se ha vendido hace ya tiempo al poder y ha traicionado por completo los principios de honestidad que deberían ser la base de un verdadero investigador. Creo que le falta a usted información, si no , no lo entiendo.
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