Apreciado maestro Aristocles, que, al
parecer, recibiste el apodo de Platón (ancho de espaldas) por no ser demasiado
diestro en las artes del ejercicio físico según tu profesor de gimnasia. Tras
enseñar tu pensamiento en aulas de Secundaria durante muchos años, puedo
asegurarte que lo que más gustaba y recordaba el alumnado era la alegoría de la
caverna, expuesta en el libro VII de tu Diálogo República. Hoy me acuerdo
especialmente de ti porque 2.400 años después estamos metidos en una caverna
similar.
Puede que no conozcas algunas palabras
que debo emplear en esta carta, pero no tengo otro remedio que utilizarlas para
describir la situación en la que actualmente nos hallamos. Verás, ahora la cosa
es más compleja: ya no hay personas y objetos que desfilan tras una hoguera y
una pequeña pared para ver solo en un muro sus figuras deformadas y oír el eco
de su voces. Las personas de tu caverna son personas encadenadas que saben del
mundo solo a través de lo que aparece en ese muro. Nosotros, en cambio, vivimos
en la ficción de ser libres y tener a mano cuanta información deseemos, pero la
mayor parte de lo que conocemos proviene de un aparato llamado televisor y de
otros muchos medios de comunicación en los que múltiples fuentes nos
proporcionan información, entretenimiento, opinión, publicidad, evasión… Nos
dicen que podemos elegir lo que nos guste, pero lo que no nos dicen es que solo
podemos elegir lo que y como previamente han seleccionado y filtrado unos
pocos.
Hace unos años, un influyente político,
Henry Kissinger, dijo que quien controla la alimentación controla a la gente,
quien controla la energía controla naciones y continentes y quien controla el
dinero controla el mundo. En esas estamos, apreciado Aristocles o Platón, como
prefieras. Vivimos en una inmensa caverna en la que unos pocos deciden precios
y comercian a su antojo con los recursos alimenticios, lo que de hecho
significa que deciden quién come o no, quién se harta de comer o quien morirá
de hambre y miseria.
Pero eso no es todo, Platón, nuestros
dueños se están haciendo con todos los recursos energéticos del planeta (es
grande y esférico, créeme) a la vez que impiden la comercialización y
utilización de otras energías alternativas, contrarias a sus intereses. Para
ello urden macroatentados, mienten y manipulan la información y crean guerras y
guerras para su provecho y beneficio y al servicio exclusivo de sus intereses.
A sus amigos los denominan aliados, al resto, terroristas. Y aquí, en esta
caverna, 7.000 millones de personas tragan y tragan lo que se les diga, lo que
escuchen en su cadena o emisora preferida, sin mover una mano, sin pestañear,
con una sonrisa enorme si su equipo ha ganado y el resto de los equipos ha
perdido. Ni que decir tiene que, mientras, los dueños de los recursos
energéticos y sus leales lacayos ganan dinero a espuertas.
Hablando de dinero, lo peor de nuestra
caverna, Aristocles, es que unos pocos, prácticamente los mismos, dominan y
controlan los flujos financieros que diariamente viajan a la velocidad de la
luz acumulando dinero y riqueza y empobreciendo cada vez más a una buena parte
de los habitantes de la caverna. Incluso en algunos países está en sus manos
poner en circulación el dinero que les conviene. Donde vivo esa potestad la
tiene el Banco Central Europeo, que, de hecho, está controlado por las mismas
manos privadas y los mismos intereses de beneficio sin fin.
Así, la caverna entera es esclava de una
deuda financiera mundial, que ningún país está y estará en condiciones de
saldar. Nuestro futuro es la deuda perpetua, a no ser que reaccionemos poniendo
palos en sus carros y desobedeciendo sus dictados. Quieren el monopolio
completo del poder para dominar el mundo. Por eso juegan a un feroz e inhumano
Monopoly donde prometen no hundir a un país (por ejemplo, el mío) si el
Gobierno de turno les obedece y recorta y recorta derechos humanos y cívicos
para poder pagar otro plazo de una deuda que jamás podrá pagarse del todo.
Nuestra caverna es hoy un Matrix de personas
pusilánimes que temen perder lo que tienen si se portan mal. De hecho, el poder
cree que la libertad es peligrosa y crea un código cívico-moral que dicta qué
está bien o mal. Si alguien quiere estar seguro y libre de culpa ha de obedecer
y cumplir este código sin rechistar. Platón, tú invitas en la alegoría de la
caverna a salir de la caverna, ascender y contemplar las cosas de la naturaleza
y de la vida tal como son a la luz del sol.
Algunos lo intentamos cada día, a pesar de Leyes Mordaza, Delegados de
Gobierno de la cachiporra, la proscripción o el cansancio. Nos quedan la
resistencia y la desobediencia. Allá quien siga pensando que la caverna no deja
de ser un sitio confortable.
Salud, Aristocles o Platón, como
prefieras. Gracias.
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