Seguramente recordarán
algunos que a principios de 2011 fueron encontradas por la policía en un
monasterio cisterciense sito en la periferia de la ciudad de Zaragoza tres
bolsas de plástico negras que contenían 1,5 millones de euros, que a las pocas
horas se convirtieron en la declaración ante la policía en 1,2 millones de
euros y a los pocos días quedaron transformados por arte de magia en solo
450.000 euros.
En efecto, en tres bolsas
de plástico negras guardaban en un armario las monjitas, una de ellas pintora
de cierto renombre, el millón y medio de euros. Entretanto, sonaba en la corte
celestial lo de los lirios del campo y
las aves del cielo que viven sin preocuparse del mañana, pues a cada día le
basta su propio afán. Y mi diablo de la guarda me preguntó desde el primer día
si tendríamos información acerca de las investigaciones de la policía o de las
pesquisas de la fiscalía y los jueces sobre todo ese ir y venir de los billetes
de 500 guardados en esas tres bolsas. Quizá sea muy descuidado a la hora de
obtener información en los medios habituales y públicos, pero hasta la fecha no
ha llegado gasta mí ninguna información y solo ha habido silencio y más
silencio.
Para colmo de nuestra probable condenación eterna, sus respectivos
diablos de la guarda inoculan a los descreídos aún peores pensamientos protervos
y nos susurran al oído que la iglesia católica se
lleva al año, entre exenciones e ingresos varios, la friolera de 11.000
millones de euros, el 1% del PIB, destinados, entre otras lindezas, a subvencionar
colegios religiosos concertados (incluidos los segregadores por sexo); sueldos
de profesores de religión; sueldos y seguros sociales de obispos y curas; mantenimiento
del culto, del patrimonio inmobiliario y artístico, museos y catedrales;
capellanías castrenses en cárceles y cuarteles, etc. etc.
Eso, por no hablar del valor incalculable de las numerosas
inmatriculaciones que han perpetrado desde hace años (es la segunda mayor
propietaria de inmuebles en España), de las innumerables cesiones de parcelas
de terreno público que reciben, o de las innumerables ayudas y subvenciones que
reciben de los municipios, diputaciones y Comunidades Autónomas. Por si fuera
poco, hay que añadir a esta bochornosa subordinación del Estado a los intereses
confesionales, el estatus fáctico de la iglesia católica de un paraíso fiscal, al estar exenta del
pago por IBI, ICIO, Sucesiones, Transmisiones, IAE, etc.). Mi
diablo de la guarda, en fin, me insiste machaconamente en que estos fondos públicos son utilizados
por la iglesia católica para socavar ciertos derechos y libertades civiles,
pasando por encima de la libertad de conciencia de la ciudadanía que no piensa
como la dogmática jerarquía católica
(eutanasia, matrimonios homosexuales, aborto, sexualidad, anticonceptivos,
investigación biológica con fines terapéuticos, etc.).
Y nosotros, los descreídos,
en vez de ahuyentar tales insidias satánicas, anhelamos la derogación del
Concordato de 1953 y los Acuerdos de 1979 entre el Estado español y el Estado
del Vaticano. Ahora bien, como eso nos parece mucho esperar de don Pedro
Sánchez y Cía. (no han osado llevarlo a cabo en los veinte años que el
socialismo español ha estado ya en el gobierno del país supuestamente
aconfesional), y la izquierda fragmentada seguramente tampoco estará en
condiciones de hacerlo realidad, nos gustaría saber al menos, sin salirnos de
las lindes locales, qué ha pasado con esas bolsas de plástico negras llenas de
billetes de 500 euros, o con el ex arzobispo zaragozano Ureña, tras descubrirse un sospechoso
manejo de dinero para indemnizar a un diácono despedido por motivos que siguen
siendo secretos, o de un párroco de Borja, acusado de blanquero de dinero y
abusos sexuales, o de… Amén.
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