El
psiquiatra y ensayista Carl Gustav Jung ideó su compleja teoría de los Arquetipos, entre los cuales
está la Sombra. Y últimamente esa Sombra me persigue sin tregua, inclinándome a
pensar e imaginar cosas que mi razón rechaza. Jung explica que esa Sombra es
como una porción residual inconsciente de mí mismo que me niego a reconocer
como parte de mí mismo y de restos ancestrales de la humanidad a lo largo de su
evolución de humanidad. Sin embargo, por mucho que rechace a esa Sombra esta no
desaparece, pues emerge una y otra vez como antagonista de mí mismo y me coloca
en situaciones de conflicto conmigo mismo. Ahora bien, he de reconocer también
que esa Sombra no induce siempre a lo moralmente desechable, sino que muestra también
una serie de rasgos buenos, normales, adecuados, fieles a la realidad, incluso
creadores y descubridores de verdades que pueden hacer daño, pero existen. Mi
Sombra me persigue, me acosa, y por eso me siento a menudo agotado de combatir
contra mi Sombra inevitable.
Por ejemplo, mi Sombra me insinúa que
el ministro del Interior Fernández Díaz y Rodrigo Rato, ex portavoz del PP, ex
vicepresidente segundo y ministro de Economía, ex director gerente del FMI, ex
director de Bankia, actualmente consejero asesor para Latinoamérica y Europa de
Telefónica, también detenido y puesto en libertad por los supuestos delitos de
fraude, alzamiento de bienes y blanqueo de capitales, han estado reunidos en la
sede del Ministerio del Interior solo para hablar de asuntos personales, por
amistad y cariño, por comentar lo de Cataluña y por desahogo emocional de Rato
sin acuerdo alguno por parte de ambos. Válgame Dios, hago oídos sordos a mi
Sombra, que me susurra sin poder librarme de ella que la antedicha reunión
forma parte de otras reuniones con otros ministros y altos cargos del PP, buscando
que todos salgan salvos de la quema, pues Rato sabe mucho y su silencio tiene
un precio. Pues bien, quiero afirmar aquí que no hay que ser mal pensados, así
como mi público rechazo a cuanto insinúa esa Sombra deleznable, de la que no
puedo librarme.
Mi sombra es a veces tan perversa que
me coloca ante el dilema de tener que elegir entre que Esperanza Aguirre miente
si ha colaborado o consentido en toda la trama de corrupción en la Comunidad de
Madrid (lo que la convertiría en cómplice principal) o si no se enteró de nada,
como ella aduce (lo que la convertiría en inepta e incompetente). Entonces yo
me revuelvo contra la Sombra y le digo que el ser humano es bueno por
naturaleza, como sostenía Rousseau, pero la Sombra no me escucha y se ríe a
carcajadas.
La sombra se incrusta también entre
mi nuca y mi cintura, inyecta en mi médula la pregunta de por qué el PSOE
promete tanto (en realidad lo de siempre durante una campaña electoral), cuando
durante veintitantos años (el Partido
que más años ha gobernado en España) no ha osado jamás durante sus mandatos,
por ejemplo, derogar el Concordato de 1953 y los Acuerdos de 1979 con el
Vaticano o en veinticuatro horas impulsó la reforma del artículo 135 de la
Constitución para ruina de toda la ciudadanía trabajadora española. Aduzco en
su descargo que también ha hecho muchas cosas buenas, pero entonces la Sombra
sonríe sardónicamente y se esfuma.
Nada más despertarme, la Sombra
vuelve a asaltarme y me habla de la Gürtel, la Púnica, de Wert en París, de
Blesa y Caja Madrid, de Bárcenas y la Caja B del PP, de González en el Consejo
de Administración de Gas Natural, de si Aznar sigue pensando como en 2008 que
el ecologismo es el nuevo comunismo y de su cargo como consejero de Endesa y
News Corporation, de Elena Salgado como consejera de una filial de Endesa, de
Narcis Serra como presidente de Caixa Catalunya… Es entonces cuando cierro los
ojos y tapo mis oídos, a la vez que grito que nada de eso es ilegal, que lo
primero es la presunción de inocencia y que amo a mi país y sus esforzados
dirigentes sobre todas las cosas.
Mientras veo en el televisor cómo un
inmigrante senegalés “se arroja” desde un tercer piso en Salou durante una
madrugadora operación de los Mossos d'Esquadra, mi Sombra desempolva de mi
memoria a Enrique Ruano, de 20 años, detenido por lanzar propaganda de su
partido en 1969 y que se arrojó desde un séptimo durante un registro
domiciliar; a José Luis Cancho, estudiante de tercero de Magisterio, que en
1974 cayó por una ventana del tercer piso de una Comisaría vallisoletana. Arguyo que
eso pasó ya hace mucho tiempo, a lo que mi Sombra replica que cada día parecen
más próximos aquellos días y los actuales.
Mi sombra, entonces, recita con
parsimonia un texto, siempre el mismo, que sé escrito por Hobbes en su Leviatan:
La condición del hombre es una condición de guerra
de todos contra todos, en la cual cada uno esté gobernado por su propia razón,
no existiendo nada de lo que pueda hacer uso, que no le sirva de instrumento
para proteger su vida contra sus enemigos. De aquí se sigue que, en semejante
condición, cada hombre tiene derecho a hacer cualquier cosa, incluso en el
cuerpo de los demás (…) De aquí resulta un precepto o regla general de la
razón, en virtud de la cual, cada hombre debe esforzarse por la paz, mientras
tiene la esperanza de lograrla; y cuando no puede obtenerla, debe buscar y
utilizar todas las ayudas y ventajas de la guerra. La primera fase de esta
regla contiene la ley primera y fundamental de naturaleza, a saber: buscar la
paz y seguirla. La segunda, la suma del derecho de naturaleza, es decir:
defendernos a nosotros mismos, por todos los medios posibles.
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