miércoles, 26 de febrero de 2014

Diario de un perroflauta motorizado, 193


Marisol, Juan Carlos, Maite, Alberto y el perroflauta motorizado han estado hoy en el portal de la Consejera.




Hoy ha sido el primer día en cuarenta semanas en el portal de la Consejera aragonesa de Educación, Universidad, Cultura y Deporte que el perroflauta motorizado no ha abierto la boca. Nada más situarse en el portal, un anciano enfundado en una gabardina azul unas cuantas tallas mayor de la suya, su cabeza protegida por una boina negra, en su cara unas gruesas gafas y unas poblabas barbas blancas, algo descuidadas, llegaba hasta él y llevándose el dedo índice a sus labios, le hacía la señal de guardar silencio.

A los pocos minutos, estaban allí el ministro Wert y la Consejera Serrat. “Usted es un ignorante de lo que realmente ocurre en el país. Nosotros conocemos las auténticas necesidades y la situación real de la educación española”, han dicho al unísono, mirando fijamente al perroflauta motorizado.
El anciano ha tomado la palabra, recitando pausadamente:
Yo no sé muchas cosas, es verdad.
Yo nDigo tan sólo lo que he visto.
Y he visto:
que la cuna del hombre la mecen con cuentos,
que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos,
que el llanto del hombre lo taponan en cuentos,
que los huesos del hombre los entierran con cuentos...
y que el miedo del hombre...
ha inventado todos los cuentos.
Yo sé muy pocas cosas, es verdad.
Pero me han dormido con todos los cuentos...
y sé todos los cuentos.

El ministro y la Consejera se quedaron sorprendidos en un primer momento de la presencia allí de aquel anciano, pero hicieron caso omiso de él, y continuaron dirigiéndose al perroflauta motorizado: “Lo que usted llama  ‘recortes’ en educación son en realidad sacrificios que exigimos a la ciudadanía a corto plazo, para tener finalmente la red de enseñanza sostenible y realista que necesita el país, que nunca dé la espalda a los requerimientos productivos y laborales que nos llegan de las empresas”.
El labio inferior del anciano parecía temblar. El perroflauta motorizado se preguntaba si aquel hombre que apoyaba sus brazos en su silla, detrás de él, estaba a punto de romper en sollozos de indignación o de pesadumbre. Pero este se limitó a seguir recitando:
No me contéis más cuentos, 

que vengo de muy lejos 

y sé todos los cuentos.

No me contéis más cuentos.

Contad 

y recontadme este sueño. 

Romped, 

rompedme los espejos.

Deshacedme los estanques, 

los lazos, 

los anillos,

los cercos, 

las redes,

las trampas

y todos los caminos paralelos. 

Que no quiero, 

que no quiero, 

que no quiero, 

que no quiero que me arrullen con cuentos, 

Que no quiero, 

Que no quiero, 

Que no quiero, 

Que no quiero que me sellen la boca y los ojos con cuentos, 

que no quiero, 

que no quiero,

que no quiero, 

que no quiero que me entierren con cuentos, 

que no quiero, 

que no quiero, 

que no quiero, 

que no quiero verme clavado en el tiempo, 

que no quiero verme en el agua, 

que no quiero verme en la tierra tampoco,

que no quiero, a su ovillo, como un hilo de barba sujeto. 

Quiero verme en el viento, 

quiero verme en el viento,

quiero verme en el viento,

quiero verme en el viento...

quiero... ¡quiero!... sueño... ¡sueño! 

Soy gusano que sueña... y sueño 

verme un día volando en el viento”.
Y la Consejera Serrat se enfrentó directamente al perroflauta motorizado, mirándole cara a cara, muy cerca, sin disimular su agitada respiración, y le espetó que con razón se llamaba a sí mismo perroflauta, que no tenía derecho alguno a estar allí, que ella también precisaba intimidad y respeto para sí misma y para su familia, que por qué no se iba a su casa y asentaba su cabeza de una vez. Respondió el anciano:

“- No andes errante, y busca tu camino…
-       Dejadme, ya vendrá un viento fuerte que me lleve a mi sitio…”

Vete o te mando a la policía y te endilgo otra multa aún mayor”, se oyó a lo lejos, cerca de la plaza del Pilar. El perroflauta supuso acertadamente que era la voz del Delegado del Gobierno de España en Aragón, Gustavo Alcalde. El anciano entonces, impertérrito, elevando mucho la voz a fin de que le llegara al Delegado, exclamó:

“Ahora estoy de regreso, he llegado hace poco,
soy nuevo en la ciudad.. y esto quiero decir:
Me durmieron con un cuento...
Y me he despertado con un sueño.
Voy a contar mi sueño, narradores de cuentos.
Voy a contar mi sueño.
Es un sueño sin lazos sin espejos,
sin anillos,
sin redes,
sin trampas...
y sin miedo”.

El ministro y la Consejera se marcharon. Al cabo de un rato, llegó un furgón de la policía y pidió al anciano la identificación. Este sacó de un bolsillo de la gabardina un libro donde podía leerse: “León Felipe Camino. Versos y oraciones de caminante”. Al principio, el policía que parecía llevar la voz cantante se quedó sorprendido por el gesto, pero a los pocos segundos sonrió, saludó y se fue, a la vez que ordenaba al resto de los agentes que volvieran al furgón. Antes de emprender camino de regreso, León Felipe Camino y Antonio Machado se dieron un gran abrazo de despedida. Juan de Mairena y el perroflauta motorizado fueron conscientes en esos momentos de que acababan de presenciar un maravilloso encuentro entre dos grandes seres humanos.
Hector Alterio. ¡Quélástima! León Felipe

Hasta mañana

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