jueves, 14 de noviembre de 2013

Diario de un perroflauta motorizado, 120


Henri David Thoreau dejó su cabaña en un bosque cerca de Walden Pond para acompañar durante dos horas al perroflauta motorizado en la calle Alfonso I de Zaragoza. Había sufrido cárcel por oponerse a la guerra de exterminio que el gobierno estadounidense llevaba a cabo contra los indios o a la guerra de anexión contra México que su país estaba perpetrando.

“Hola, perroflauta motorizado”, saludó  Thoreau, “¿cómo te encuentras hoy, en plena movida con el Delegado del Gobierno en la tierra donde vives?”.

“Bien, gracias”, respondió el perroflauta motorizado, “me encuentro especialmente bien. Desde hace un tiempo estoy pasando por una especie de metamorfosis personal que me proporciona tranquilidad, sosiego y paz. Sé lo que quiero, procuro hacer cada día lo que debo. No me recuerdo con tanta fortaleza interior”.

Soplaba el cierzo con verdadera furia, pero el perroflauta motorizado apenas sentía frío en ese portal de la calle Alfonso. Se anunciaba una fuerte bajada de la temperatura para el día siguiente.

“Me alegro mucho”, dijo Thoreau, “a mí me llovieron golpes, multas, cárceles y condenas por oponerme con todas mis fuerzas a la esclavitud. Fíjate cómo eran las cosas en mi país en aquello momentos que si un esclavo negro huido a algún Estado del norte abolicionista era reclamado por su ‘¡amo!’ de un Estado del sur, las leyes obligaban a que el esclavo tuviese que volver a la plantación sureña de donde había huido. Puedes imaginar qué podría ocurrirle a su regreso. Mis conciudadanos de Massachusetts no me aguantaban, era su constante Pepito Grillo. Y es que personalmente mi propia dignidad no podía consentir tamañas indignidades con otros seres humanos”.

“Sí, lo cuentas muy bien en tus libros Walden y La desobediencia civil. Incluso hubo algún alumno mío que leyó tu libro e hizo un trabajo sobre Walden. Tanto es así que incluso uno de las grandes figuras del conductismo, B. F. Skinner, escribió Walden dos, una novela de ficción donde describe una sociedad utópica muy sui generis”.

“¿Qué planes tienes, Antonio?”, interrumpió con cierta brusquedad Thoreau, “¿qué vas a hacer?”.

“Mañana iré, antes de asentarme en el portal de la Consejera, a la Delegación del Gobierno español en Aragón, y entregaré este alegato filosófico-político contra la sanción incoada por negarme a dejar este trozo de calle entre el portal de la Consejera y la joyería que tienes a tu derecha. Después, al llegar a casa, enviaré una copia a la Consejera de Educación y lo difundiré también entre mis contactos y por las redes sociales”, respondió el perroflauta motorizado, a la vez que le entregaba tres hojas de papel, algo arrugadas.

Henri Thoreau leyó despacio aquellas hojas.

“Esto lo firmaría yo mismo, Antonio”, dijo. Se dieron un abrazo fuerte y prolongado. Thoreau volvió a su cabaña en medio de un bosque cerca de Walden Pond. El perroflauta motorizado lloró de alegría.

 

Hasta mañana


2 comentarios:

  1. Gracias gracias gracias Antonio.
    Entiendo que te sientas fuerte, pletórico, estás haciendo lo que te dicta tu razón y tu corazón. ¡Eres un VALIENTE!.
    Cómo me gusta leerte, qué hueca me pongo.
    Gracias Antonio.
    Menudo super abuelo se "ha echado" Daniel.
    Besos de bizcocho.
    Maite.

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  2. Gracias a ti, Maite. Eres aire fresco y limpio. Gracias.

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