viernes, 29 de noviembre de 2013

Diario de un perroflauta motorizado, 131


Marisol, Indira y el perroflauta motorizado han estado hoy en el portal, sin que apenas nadie se detuviera, salvo los habituales de cada día. El frío ha ido aminorando a medida que avanzaba la mañana y la charla, siempre animada, ha hecho que el tiempo volase. Los tres han estado allí, con conciencia de estar siendo y haciendo lo que deben.
La primera vez que el perroflauta motorizado escuchó por sí mismo el Tercer Concierto de Brandemburgo quedó absorto ante una imagen que le acompañó hasta el final del Concierto: millones de burbujas ascendían en un sola columna por el aire, en una cadena incesante de sensaciones que penetraban dentro de sí mismo. No sé si ahora tendrás esa misma sensación:
También Emmanuel Kant escucha, quieto y quedo, el Concierto. El perroflauta motorizado lo nota emocionado. Tras un breve saludo, Kant habla pausadamente, masticando cada palabra, y dice:
Dos cosas llenan ahora y siempre mi ánimo de admiración y respeto, que cada vez me parecen nuevos y crecientes cuando pienso y reflexiono sobre ellas: el cielo estrellado que está sobre mí y la ley ética que hay en mí”.
El perroflauta motorizado reconoce estas palabras. Kant las dejó escritas en la Conclusión de su Crítica de la Razón Práctica. Y el perroflauta motorizado tiembla de íntima alegría al estar escuchándolas de labios del propio Kant: Éste prosigue: 
Ambas cosas no son lejanas, sino que están a mi alcance, pues ambas están vinculadas directamente con la conciencia que tengo de mí mismo, de mi existencia”.
Una inquilina del portal ofrece al perroflauta motorizado un “churro calentico”, recién comprado. La gente es buena, si nadie le impide serlo –piensa el perroflauta motorizado, mientras va comiéndolo. Kant rehúsa un trozo de churro con un leve gesto de la mano. Y continúa:
La primera, el firmamento estrellado, pone de manifiesto mi lugar en el mundo, en la inmensidad del universo al que pertenezco. Esta visión inconmensurable del universo aniquila, por así decir, mi importancia como criatura animal nacida en un planeta donde también ha de morir, me refleja  como un punto en el universo, como una brizna de polvo de estrellas”.
El perroflauta motorizado se limpia los dedos en el pantalón de esquí que le resguarda del frío. Escucha, sin perder una sola coma, las palabras que va pronunciando Emmanuel Kant:
La segunda, la ley ética que hay en mí,  surge de mi yo, de mi personalidad y pone de manifiesto otro mundo, igualmente ilimitado, con el que me reconozco enlazado de un modo necesario y universal. El mundo del deber abrazado libremente como el principio ético necesariamente a seguir para ser coherente conmigo mismo. En este mundo de la ley ética que hay en mí se eleva mi valor ilimitadamente como ser inteligente y libre, que hace lo que debe por seguir a su conciencia, a una conciencia que se rige por un principio ético que quisiera que fuese universal, para todos en cualquier tiempo y circunstancia”.
“Por eso estamos aquí, Emmanuel…”, musita el perroflauta motorizado.
Se pierden por la calle Alfonso las últimas notas del concierto de Brandemburgo nº 3. Kant se va esfumando lentamente. 
Acaba la segunda semana del séptimo mes ante el portal de la Consejera aragonesa de Educación, Universidad, Cultura y Deporte. 

Hasta el próximo día

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