Hoy ha venido Ludwig. Necesitaba compañía,
lo he notado enseguida. Me he puesto muy contento por su visita, porque yo
también me encontraba algo solo. Ludwig me ha contado, mientras saboreábamos un
zumo de naranja natural que hemos exprimido mientras hablábamos, que el 22 de
diciembre de 1808 presentó en público (en privado lo presentó en marzo de
1807, en el palacio de un príncipe, que también era su patrón) su
4º Concierto para piano y orquesta,
que había escrito en paralelo a las Sinfonías 5ª y 6ª.
Me contó que quizá se pasó un poco en la
duración de toda la sesión, “una
maratoniana sesión”, decía, riendo,
junto a otras obras. La cosa es que aquella sesión rozó el desastre
debido también a los problemas de sordera del solista (él mismo). Con una
sonrisa que adiviné amarga, me contó también que aquella sesión fue su
última aparición pública como solista con orquesta.
Sacó de su gabán un viejo recorte de
periódico, doblado y desdoblado muchas veces, y me lo dio a leer: era de una
publicación (“Allgemeine Musikalische Zeitung” ) de fecha mayo de 1809, que
decía: “es el más admirable,
singular, artístico y complejo concierto que Beethoven haya escrito».
Emil Ludwig, el más importante biógrafo de
Beethoven, lo considera también el «más perfecto concierto para solo
instrumento jamás compuesto».
Escuchamos después en hondo silencio su
Cuarto Concierto para Piano y Orquesta, en Sol Mayor, Opus 58.
Ludwig, acabada la audición (ahora él oye
perfectamente), se levantó y se fue a su cuarto. Sabe muy bien que mi casa es
su casa. Por eso ha preparado a su gusto la habitación que ha elegido de mi
casa, donde cada día vive, respira, ríe y llora conmigo.
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