ARTÍCULO PARA LA REVISTA DE DMD (DERECHO A MORIR DIGNAMENTE)
Apreciados lectores. Me dijo ayer mi
hijo Nicómaco que su amigo Antonio (empedernido lector de la Ética que dediqué
a mi hijo), está muy interesado en que escriba algo sobre leyes y normas, pues
en el número próximo de la revista de DMD está previsto que escriban sobre todo
juristas y especialistas en leyes. He dejado por un momento mis clases del
Liceo, y me dispongo aquí, a la sombra del templo de Apolo Licio, a desgranar
unas cuantas ideas, ya escritas en el capítulo 10 del libro V de mi antedicha
Ética, y que seguramente conocerán de sobra tan eximios abogados y juristas.
En primer lugar, quiero decir que la ley es algo
general y a menudo no se adapta a las cambiantes situaciones y circunstancias
de la vida. Puede ser que el legislador haya pretendido abarcar mucho o todo,
pero los avatares de la vida cotidiana de los ciudadanos son respecto de la ley
como arena que se escapa entre los dedos. Precisamente por ello, aproveché una
palabra empleada ya por mi querido maestro Platón para esclarecer esta
cuestión: “epiqueya”, que al parecer traducís generalmente como “equidad”: la
capacidad sabia y racional de adaptar y aplicar las leyes, siempre respetables,
a las situaciones concretas de cada momento y lugar.
Una de las ideas que más valoro es “justicia”. Pues bien, basado en mis reflexiones sobre la
justicia, afirmo que equidad y justicia son una misma cosa, aunque hay que
reconocer que “justo” en este caso sobrepasa los limites de lo legalmente justo
o lo justo según ley. Afirmo igualmente que la equidad (mi epiqueya) es una
dichosa rectificación de la justicia estrictamente legal, pues en todo caso la vida no debe acomodarse a la regla, sino la regla a la
vida real, por lo que mantener a ultranza la ley en su literalidad va contra la
justicia y contra el bienestar al que tiene derecho la ciudadanía.
No es que considere a la ley poco buena, pues la
ley en sí misma e incluso el legislador no tienen culpa, ya que buscan abarcar
la generalidad del conjunto de la ciudadanía, pero no es menos cierto que, si
obro con equidad ante algo estrictamente legal y lo corrijo y adapto a las
situaciones particulares donde me hallo, estoy cumpliendo aún mejor la ley
y estoy teniendo en suma consideración
lo más valioso de la ley: su espíritu en la que fue creada, que restablezco con
mi conducta concreta, guiada por la equidad.
Algunos amigos arquitectos de la ciudad de Atenas
me han hablado de la regla de plomo de que se sirven en la arquitectura de
Lesbos, que, según me han comentado ayer en la cena Nicómaco y Antonio, fue
ampliamente explicada un siglo antes de vuestra era por el arquitecto romano
Marcus Vitruvius Pollio. En el fondo, se trata de un principio basado en la
simple observación: la regla o la ley seguida para construir un buen muro debe
amoldarse y acomodarse a la forma de cada piedra, a fin de que el muro sea
sólido y esté bien hecho. Pues bien, cada momento de nuestra existencia es una
piedra que debemos saber ajustar a la vida y a la autobiografía que vamos
trazando. En mi opinión, se trata de un ejemplo bastante plástico de cómo la
equidad va aplicando las leyes y las normas con sabiduría y prudencia a cada
circunstancia y situación de la vida.
Vemos así también quién es una persona equitativa: la
que prefiere obrar siempre por una libre y responsable elección de su razón y lleva
a cabo actos adaptados a la vida y al
bien propio y/o de sus conciudadanos. De hecho me parecen intelectualmente
toscas y muy poco sabias las personas que se aferran con uñas y dientes al
estricto cumplimiento de las leyes con extremado rigor y sin flexibilidad
alguna. Por el contrario, me parecen admirables las personas capaces incluso de
ceder y dialogar, aun cuando tengan en su favor el apoyo de la ley en su
literalidad y materialidad. Estas son las personas equitativas, dotadas de un
talante ético, que llamo “epiqueya” y vosotros conocéis habitualmente como
equidad. En suma, la equidad es amiga íntima de la justicia. Y es difícil
concebir la justicia sin auténtica equidad.
Quiero, pues, felicitaros y animaros porque vuestra
asociación DMD concilia sabiamente y con equidad la libertad, la
responsabilidad, la conciencia y la filantropía por amor a una vida digna y a
una muerte igualmente digna. Es precisamente desde la equidad que denunciáis
las leyes que han quedado obsoletas y propugnáis la creación de otras leyes más
adecuadas al pensar y al sentir de buena parte de la ciudadanía.
Os deseo la verdadera felicidad en cada uno de
vosotros y en vuestro entorno.
Aristóteles, en la ciudad de Atenas
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