Hoy la
mañana ha batido récords de frío. La sensación térmica no engaña. No obstante,
ha habido buen ambiente y buen humor entre tod@s l@s que allí estábamos.
Algo rayano
en lo mágico tiene últimamente el desayuno.
El otro día fue Nietzsche y hoy ha sido Jean Ziegler, ni más ni menos
que vicepresidente del Comité Asesor del Consejo de Derechos
Humanos de Naciones Unidas, el que se ha metido
en mi cocina, acompañado de su mujer, Wédad, egipcia. Sin embargo, han
sido tan discretamente amables que he podido acabar de ingerir sin problemas las
galletas, la leche y las tropecientas pastillas que debo tomar en el desayuno.
Recuerdo la suerte que tuve de
tropezar un día, gracias a Toni, con los planteamientos y propuestas de Ziegler.
Esta mañana me ha ido repitiendo sus ideas y mi corazón ha batido como el
primer día mismo que las conocí.
“Vivimos en un orden mundial criminal y caníbal, donde las pequeñas
oligarquías del capital financiero deciden de forma legal quién va a morir
de hambre y quién no. Por tanto, estos especuladores financieros deben ser
juzgados y condenados, reeditando una especie de Tribunal de Núremberg”, comenzó
diciendo Jean Ziegler. “No es tan fácil,
Jean, no es tan fácil”, medió su mujer Wédad, pero Ziegler continuó
hablando, con sus ojos fijos en los míos: “Hay
que multiplicar rápidamente las fisuras en el mundo capitalista para
derrumbarlo y crear un nuevo orden mundial más justo”.
Les invité a café, aceptaron. “Me llegaron tan adentro tus palabras, Jean,
que al poco tiempo unos cuantos compañeros y compañeras, especialmente Marisol
y yo, comenzamos a ocupar masivamente Bancos, Cajas y Delegaciones de Hacienda,
para denunciar aquella estafa mundial. Incluso reivindicamos la nacionalización
de la banca y la auditoría de la deuda”, dije. Ziegler asentía con su
cabeza, como si él mismo hubiese estado allí con nosotros, en aquellas primeras
refriegas que tanto nos emocionaban.
“Una
de las cosas que más te calaron fue la necesidad de combatir la violencia
estructural del sistema que monopoliza los beneficios y privatiza los recursos
y servicios con una contraviolencia basada en la resistencia pacífica”, prosiguió
diciendo Jean Ziegler. “Hay que combatir
siempre, Antonio, hay que luchar, pues todo ser humano que se precie de serlo
no puede mantener el sufrimiento de forma permanente. Y tampoco te olvides de
aquellos meses en que, siguiendo igualmente mis recomendaciones, te empeñaste
en la tarea de buscar asesoramiento para una posible objeción en la declaración
de la renta al porcentaje del gasto dedicado a la deuda pública”.
Las palabras de Ziegler me
transportaron a otros tiempos, ya tan lejanos, aún tan cercanos. Rememoré en unos segundos cómo la evolución interior causada en mí
por aquellas ideas de Ziegler desembocó finalmente un tres de junio de 2013 en
el portal de la vivienda de la Consejera de Educación del Gobierno de Aragón.
Nunca había hecho algo parecido en solitario y estaba lleno de incertidumbre.
He dedicado gran
parte de mi vida a la educación mediante la enseñanza de Filosofía y de Ética
en diversos Institutos de Secundaria de Madrid y Zaragoza, y me he considerado siempre un perpetuo aspirante
a filósofo (es
decir, a intentar constantemente aproximaciones al mundo y a la vida con otra
mirada), por lo que he procurado siempre enseñar apasionadamente filosofía y
ética (pienso que cualquier otra forma de enseñarlas sería un acto mecánico y
baldío). Con gran indignación y pesadumbre iba viendo la demolición sistemática
de la escuela pública y del derecho universal a la educación gratuita y de
calidad en mi país y en el mundo entero. Cada mañana, al levantarme, sentía
verdadero malestar, casi dolor, ante este panorama. De ahí mi resolución final:
un lunes, tres de junio de 2013, estaba plantado, solo, en el lado izquierdo
del portal de la Consejera de Educación, sin plantearme hasta cuándo iba a
permanecer allí, pero con mucha claridad sobre el porqué y el para qué de esa
acción.
A
los pocos días fueron uniéndose otras personas en el portal, y desde entonces
raro es el día que allí no hay un puñado de ciudadanas y ciudadanos
reivindicando la escuela pública, laica y de calidad.
Jean
Ziegler y su mujer Wédad se despidieron en la parada del autobús que me lleva
cada mañana hasta las cercanías del portal de la Consejera aragonesa de
Educación. Aún noto en mi pecho la honda sensación que me produjo su abrazo.
Hasta
mañana
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