Reivindicando
desde hace casi veinte meses la escuela pública y laica, no cabe hoy en este
Diario y en el corazón del perroflauta motorizado otra posibilidad que dejar el
artículo que envié ayer a El Huffington Post a raíz del atentado perpetrado en
la sede de Charlie Hebdo en nombre del fanatismo religioso. Sí, hoy también nos
hemos reunido en el portal de la Consejera aragonesa de Educación, pero no
quiero que una sola palabra o una fotografía puedan empañar la indignación que
me deja el fanatismo de cualquier tipo.
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La fuerza de la razón frente al fanatismo religioso
Desconozco si Alá es o no es grande, por la
misma razón que nadie es capaz de responder a si Farfolillo es amarillo o es
verde (se trata de una palabra que inventé hace años para mostrar a mi alumnado
de filosofía qué es un término sin referente, sin persona o cosa realmente
designada). Personalmente, podría fundar la “Iglesia del divino Farfolillo” y
dedicar todas mis energías a la adoración y difusión de su presunto mensaje,
pero no por ello ganaría importancia u obtendría significado para los demás.
Esa es la razón principal de mi estupor al enterarme de los asesinatos
perpetrados a las 11.30 de la mañana del 7 de enero de 2015 en la sede de la
publicación humorístico-satírica Charlie
Hebdo, conocida por sus caricaturas de
Mahoma y su agudo tino crítico de cualquier intolerancia religiosa.
Siete siglos llevamos fuera del medioevo y
muchos siglos menos nos separan de la Inquisición y del Santo Oficio, lo que
nos hace especialmente sensibles y críticos frente a cualquier tipo de fanatismo. Han tenido que pasar sobre
nosotros el Humanismo, el Renacimiento, el Racionalismo, el Empirismo, la
Ilustración y muchos otros movimientos y corrientes modernos y contemporáneos
para quedar relativamente libres de la intolerancia salvaje y criminal a la que
hemos estado sometidos. Algunos sectores islamistas, en cambio, no han salido
aún del más oscuro de los planteamientos medievales de antaño.
De ahí mi estupor y de ahí el horror que me
produce que tres personas entren en la sede de una revista de humor y asesinen a tiro limpio a doce
personas (periodistas y policías) gritando “Alá es grande” o –el caso es el
mismo- “Farfolillo es amarillo”. Sin embargo, sus correligionarios pueden decir
también que muchas de las potencias occidentales montaron una guerra que ha
costado más de un millón de muertos igualmente con el mendaz grito de que Irak
poseía y estaba desarrollando armas de destrucción masiva, sin que jamás haya
salido después de sus bocas un amago de petición de perdón o de
arrepentimiento.
Arrecian las condenas del criminal atentado
terrorista desde toda Europa y el mundo entero. Son doce muertos que ya son
conocidos y respetados, a los que se les rendirán honores nacionales de primer
rango. Personalmente, me sumo al dolor y a la condena de tamaño crimen. Sin
embargo, a mi estupor causado por las doce víctimas francesas se une también mi
consternación ante el silencio oficial e institucional, nacional e
internacional, por el hecho de que diariamente mueren doce seres humanos de
media solo en mi país por Hepatitis C no tratada con un fármaco existente, por
el lacerante hecho de que el Gobierno no tiene recursos económicos suficientes
para proporcionar el fármaco al menos a los 35.000 enfermos cirróticos que
precisan urgentemente el fármaco o mueren irremisiblemente.
El Gobierno calla y acalla. El Gobierno
tiene todo el dinero del mundo si el objetivo es rescatar la banca o indemnizar
a grandes empresas, por ejemplo, por suspender el proyecto Castor, pero mira
hacia otro lado cuando le interpelan 800.000 seres humanos españoles que
anhelan seguir viviendo, pues solo son daños colaterales de la crisis de la que
afirma que estamos saliendo triunfantes.
Doce franceses abatidos por el fuego
enemigo del fanatismo islamista. Doce víctimas mortales diarias en España,
acariciadas por la científica mano de Milton Friedman. Un conocido me escribe y
me cuenta que una persona le comentaba recientemente en la puerta de una de las
oficinas del INEM que “hasta que no usemos la violencia no nos harán caso”.
Entiendo a esa persona, pero me aferro con todas mis fuerzas especialmente hoy,
siete de enero de 2015, a la noviolencia de Thoreau, Gandhi y Luther King, a
las serenas enseñanzas de Kant, a la tranquila mansedumbre hasta la muerte de
Sócrates. Nuestros derechos y libertades han de defenderse incondicionalmente
solo desde la fuerza de la razón, y jamás desde la razón de la fuerza.
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Dejemos que hable la tierra por unos segundos. Quiero que sea esto mi última palabra
Hasta mañana
Tus palabras encauzan mis pensamientos...gracias profesor
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